¿Recuerdan cuando los jóvenes leían libros? Yo tampoco. Esa especie se extinguió hace mucho. La generación actual parece haber evolucionado —o involucionado, según se mire—. Antes, uno se preocupaba por no parecer ignorante en una conversación. Ahora, los jóvenes evitan las conversaciones profundas ¿Política internacional? Aburrido. ¿Cambio climático? Qué flojera. ¿Literatura? Eso suena muy siglo XIX. Es más fácil lanzarse a debatir sobre cuál es el mejor filtro de Instagram o qué personaje de anime representa mejor tu estado emocional.
Pero hay algo más alarmante que la superficialidad: la hipersensibilidad. Esta generación es tan frágil como una vajilla de porcelana. Antes uno podía hacer chistes de casi cualquier cosa, ahora, cualquier comentario podría ser motivo para que un ejército de justicieros digitales te «cancele». No te atrevas a decir negro, tienes que decir afroperuano.
Hablemos de música. Hubo un tiempo en que las letras de las canciones tenían contenido, poesía, rebeldía. Hoy, la mayoría de los éxitos parecen salidos de una licuadora de clichés: mucho autotune, pocas neuronas. ¿Dónde quedaron las canciones que contaban historias? Ahora basta con un ritmo pegajoso y una letra que repita «baby» unas treinta veces. Y ahí están ellos, moviendo la cabeza, tarareando sin entender ni la mitad de lo que escuchan.
Y el cine ni hablar. Ir a una sala oscura a ver una obra maestra es casi una práctica arqueológica. Las nuevas generaciones prefieren el contenido rápido y desechable. ¿Películas de tres horas? Demasiado largas. ¿Clásicos del cine? Aburridos. Dame una serie de episodios cortos que pueda ver mientras scrolleo en mi celular. Porque, claro, ver una película sin chequear el teléfono cada cinco minutos es una hazaña heroica.
La tertulia se ha digitalizado y empobrecido. Las grandes ideas, los debates apasionados, las disertaciones sobre arte y filosofía son reliquias del pasado. La poesía se pierde entre el ruido digital. ¿Qué haría un joven actual con un poema de Borges o de Vallejo? Probablemente lo confundirían con un captcha o un desafío viral. La poesía requiere pausa, reflexión, sentimiento. Pero vivimos en tiempos donde todo debe ser inmediato.
Es preocupante pensar en el futuro. ¿Qué pasará cuando estos jóvenes sean los encargados de tomar decisiones importantes? ¿Cómo construirán un mundo mejor si no conocen su historia, si no entienden de arte, si no aprecian el valor del pensamiento crítico? El futuro se parece mucho a un meme.
(Columna publicada en Diario UNO)