En los Juegos Olímpicos de Tokio, en la modalidad de salto triple masculino, un hombre de 1,83 metros alcanzó la gloria al obtener la medalla de oro con una marca de 1,98 metros. Se trata del atleta, de origen cubano, Pedro Pablo Pichardo, que representa al país ibérico Portugal, cuya historia es digna de contar.
Pichardo nació en Santiago, a 900 kilómetros de La Habana, Cuba, en el año de 1993. Desde joven mostró increíbles condiciones en la disciplina del salto triple; era considerado un prodigio de la isla caribeña. A la edad de 19 años saltó a la fama al conquistar el campeonato de Barcelona en la categoría junior con una marca de 16,79 metros. Un año después, obtuvo la presea de plata en el mundial, ya en la categoría adulta, de Moscú y fue el atleta más joven en llegar al podio de esa modalidad. Todo indicaba que pronto llegaría su consagración con los colores del país caribeño, pero nadie sabía lo que Pichardo sufría en su propio territorio.
En el 2014, se negó a ser entrenado por Ricardo Ponce, de la selección nacional. Llegó a ser suspendido 12 meses. Esta posición de rechazo a la Federación Cubana de Atletismo fue el gatillo para su exilio.
“En Cuba no tienes opción. Si no formas parte del equipo nacional que entrena en La Habana, no puedes ser un gran atleta. Era obligatorio, si no estás allí y entrenas con sus entrenadores, no eres bueno, no viajas y no compites”, contó Pichardo unos años atrás, cuando se le preguntó la razón de su huida del país caribeño. Luego, prosiguió contando las peripecias que supuso su exilio: “Dormía en el suelo, en las gradas del estadio, me daban un poco de pan con café… No lo soportaba más”. Además, afirmó que sus viajes en tren para asistir a los torneos locales le tomaban 18 horas pues vivía lejos de la capital.
El 2015 fue un año de gloria para él. En mayo, Pichardo alcanzó su mejor marca con un salto de 18,08 metros y trepó a la quinta posición de la historia de la modalidad. En julio, obtuvo la presea dorada en los Juegos Panamericanos de Toronto y, un mes después, en el Mundial de Pekín, la de plata. Aunque, al año siguiente, no participó en los Juegos Olímpicos de Río por una microfractura en su tobillo derecho.
En Stuttgart, Alemania, se había planeado una concentración del seleccionado cubano para afrontar el Mundial de Atletismo de Londres 2017. Pichardo viajó a la ciudad germánica, ya consolidado como una estrella pues era el vigente subcampeón, para luego abandonar dicha reunión. Se había convencido que debía desertar para poder alcanzar la gloria como el gran atleta que se sentía. No llegó a asistir a ese mundial pues fue expulsado de la delegación cubana.
Meses después, encontró abrigo en Portugal. En diciembre de ese vital 2017, le dieron la ciudadanía. Un año después, fue autorizado para representar a su flamante nación en torneos internacionales.
“Quiero mostrar mi reconocimiento a los portugueses con medallas y trofeos. Creo que es la mejor manera de agradecerles por todo lo que están haciendo por mí”, mencionó en su momento.
A más de 12 mil kilómetros lejos de Cuba, en Tokio, brincó más que ningún otro. Se elevó delante del atleta chino Yaming Chu (plata) y el saltador de Burkina Faso, Hugues Fabrice Zango (bronce), para tocar el cielo dorado con sus propias manos y darle, de esa manera, el segundo oro para Portugal, su tierra adoptiva, en la disciplina de salto triple.