Juan
Manuel Chávez (Lima, 1976) es escritor, investigador y docente. Actualmente
está haciendo un doctorado en Lenguas, Literaturas, Culturas y sus Aplicaciones
en la Universidad de Valencia y es investigador de la Unidad de Estudios
Biográficos de la Universidad de Barcelona.
Ha
publicado novelas, antologías de cuentos y ensayos, entre los que se encuentran
La derrota de Pallardelle (novela,
2004), Sonríen los desamparados
(cuentos, 2006), Ahí va el señor G
(novela, 2009), La Guerra del Pacífico y
la idea de nación (investigación, 2010, entre otros. Sus libros más
recientes son la novela El barco de San
Martín (2016) y el libro para niños El
rinoceronte que quería ser unicornio (2017).
En el 2018
publicó Cassi, el verano (Editorial
Planeta). Aprovechamos la aparición en librerías de su última novela para
conversar con Juan Manuel acerca de cómo la concibió, sus obsesiones como
escritor y de literatura.
¿Cómo nace Cassi, el verano? ¿Cuál fue el punto de partida? ¿El tema, los
personajes, la estructura?
Como suelen nacer mis novelas: a
partir de un hecho minúsculo que me inquieta, tanto que durante años se expande
en mi mente y se ramifica con los apuntes que voy acumulando. En la primera, La derrota de Pallardelle, quise contar
la historia de un español que en 1532 decide huir cuando Francisco Pizarro ordena
atacar a Atahualpa y su séquito, que se contaba por miles; teme la derrota y retrocede:
un traidor. En la segunda, Ahí va el señor G, buscaba centrarme en un
canalla infestado de poder y dinero que, luego del terremoto de Pisco en 2007, emprende
un acto de bondad; este giro de su sensibilidad lo arrastra a la tragedia. Cassi, el verano parte de una ausencia: cómo
es el foso que deja una persona querida cuando se marcha sin brindar explicaciones;
no me refiero a la muerte, que a su tiempo toca a todo el mundo, sino a la
decisión irrevocable de alguien que nos deja atrás y se borra de nuestra vida.
En la novela están presentes temas
como el deseo, la fantasía y la transgresión, así como la migración. ¿Son esas
tus obsesiones como escritor?
Entre mis obsesiones, yo agregaría otras dos: el proceso de escritura literaria y las relaciones interpersonales hacia lo más íntimo, sobre todo cuando las personas se convierten en islas distantes por la falta de comunicación. Con respecto a Cassi, el verano, quería multiplicar las opciones temáticas sobre la migración, la condición de extranjero, la experiencia de sentirse forastero; asimismo, pensaba que el libro solo podía funcionar a ritmo de trasgresión. La fantasía y el deseo, siendo esenciales para la existencia, son la base de esta novela.
¿Está la novela relacionada, de
algún modo, con tus experiencias en el extranjero como estudiante?
Es la cuestión, a veces problemática,
de usar la primera persona del singular para contar una historia: puede parecer
que es la vida de quien la escribe; no obstante, guarda relación con lo básico
de mis experiencias: buscar dónde vivir, el asombro ante gente de tantos sitios,
el cariño hacia personas en particular, recibir clases y también darlas, etc. Cassi, el verano aprovecha en parte la
memoria que tengo de aquel tiempo en España; esta no es la memoria testimonial
de lo que sucedió en ese periodo de mi vida, sino la memoria afectiva de cómo
me impactaron aquellos días. Diría que esta novela es la memoria de lo sentido
y no de lo hecho.
Como escritor, ¿qué tanto tomas de
tus propias experiencias para escribir ficción?
¿Recuerdas lo que advertía Sylvia
Molloy? “Más que textos autobiográficos hay lecturas autobiográficas”. A lo
mejor se equivoca, pero no deja de ser estimulante su postura: ella le quita
importancia al hecho de que lo contado sea o no producto de la realidad; dirige
el foco a quien lee, habitualmente seducido por la idea del libro como un
resultado escrito de experiencias vividas. Esto es lo que me satisface de aquella
cita: la fuerza de un texto narrativo consiste en lograr que los lectores y
lectoras asuman que eso sucede, o pasó, mientras lo único que realizan es leer
palabras.
Cuando comencé a publicar, hace
quince años, no tomaba ninguna anécdota personal como eje para mi ficción; con
el paso de los años y la acumulación de incidentes propios, me ha dado por
pescar en mis recuerdos: pasajes de mi pasado en que hay tragicomedia, cierto
dolor sin melancolía y alguna dicha que pude compartir con los demás. Quizá
estoy cayendo en vicios de la edad: dejar que la memoria arrincone a la
imaginación. Qué te puedo decir, Alfredo… uno le agarra gusto a sus vicios; y hace
de estos una virtud.
¿De dónde vino la idea de agregar
los pies de página como herramienta narrativa? ¿En qué momento del proceso
creativo sentiste que eran necesarios?
Consideré que era necesario incorporarlos
luego de leer la primera versión que hice de Cassi, el verano, hace años; así como no había pies de páginas en
mi Word tampoco tenía hojas de otro color como ahora.
Terminé la primera versión de la novela y la dejé reposar durante meses; esa manía que tengo de no confiar en el resultado inmediato, sino regresar para sacudir la estructura y afinar la historia, por lo menos. Aquella lectura de la primera versión me permitió asistir a lo que sucedía con los personajes, el trío principal, espié cuanto hacían como si el libro no fuera mío; ahí decidí que mi ficción debería incluir la experiencia de gestarla, a manera de laboratorio creativo. Eso son los pies de página, que añadí con grandilocuencia irónica: en vez del prestigio académico de este instrumento (que refuerza la verdad expositiva y complementa la información), los míos cuestionarían la verosimilitud de lo narrado e intentarían comerse el protagonismo de la trama.
¿Cuento o novela?
La respuesta a esta interrogante no
es estática; dos décadas atrás, me enfocaba en la lectura de cuentos. A la
fecha, priorizo las novelas. Con el paso de los años, he adoptado una
cojudísima impaciencia con respecto a los cuentos: leo, y me da por mirar
cuánto falta para terminarlos; no es insatisfacción con los textos, sino
conmigo como lector. No obstante, mantengo despierta mi curiosidad por
cuentistas que nunca haya leído; lo último que me asombró en español es la
narrativa corta de Cristina Fernández Cubas. Es inmensa.
Y hablando de cuentos… Ahora que se
cumplen 25 años de la muerte de Julio Ramón Ribeyro, escritor que tanto
apreciamos, espero que no sigamos con su santificación. Lo mejor que podemos
hacer por la narrativa de Ribeyro es librarnos de la inercia crítica con que
valoramos su obra como reflejo de su vida, canonizando clichés y encorsetando
su profundidad en arquetípicos biográficos que vendrá bien cuestionar.
Renovaditos, celebremos el cuarto de siglo.
¿Qué estás leyendo ahora?
La biografía Concepción Arenal. La caminante y su sombra, de Anna Caballé, que
nos lleva al siglo XIX de una persona extraordinaria: defendía causas que casi
nadie comprendía como los derechos de la mujer y la condición de los presos en
las cárceles. Caballé tiene el arte de restituir a esta pionera en la historia
de la literatura en español. También estoy con Kawabata: Lo bello y lo triste; qué siniestra sensualidad la de esta novela.
Además, me la paso leyendo a Stefan
Zweig; voy a la biblioteca de la Barceloneta y siempre encuentro en algún
mostrador, como hay caramelos en las agencias bancarias para endulzar la
espera, novelas breves que son una delicia: Carta
de una desconocida o Mendel, el de
los libros, por ejemplo.
¿Estás trabajando en algún proyecto
nuevo?
Agradezco esta pregunta, Alfredo,
pues miramos hacia delante. Dos proyectos ocupan mi 2019: escribo un estudio en
torno a la vida y escritura de Juan Bautista Tupac Amaru que, luego de
participar en la rebelión de Tinta liderada por su medio hermano José Gabriel
en 1780, padeció un exilio en el norte del África y terminó su errancia en
Buenos Aires, escribiendo sus memorias: El
dilatado cautiverio. Disfruto tanto de esta investigación, que estoy
tentado a emular el viaje en barco que hizo Juan Bautista en 1822 desde España
hasta Argentina; ahora, este periplo trasatlántico no demora ni un mes… serían
menos días que los suyos pero es el mismo océano. Además, semana tras semana disfruto
un libro de un ganador o ganadora del Premio Nobel; no voy en orden cronológico
sino bajo los designios de mi curiosidad. Con estas lecturas armo un par de
páginas por cada título, que son tanto un comentario como una pieza
autobiográfica de la experiencia de leer. Es como meter la literatura universal
por el embudo de mi escritura.