Ha pasado una semana desde su muerte y recién es momento de decir algo sobre Juan Gabriel. Ya los chacales y buitres informativos han hecho bastante con comentarios de último minuto. Hubo que esperar un mínimo de luto para hablar del muerto. No seamos tan carroñeros de quitarles la comida a los gusanos en el féretro.
Confieso no ser muy de Juan Gabriel pero hasta yo me entero. Mi madre era de la que los escuchaba y entendía. Si no eres mexicano no lo chapas enteramente, a menos que seas mujer y mamá, de preferencia mayor a 40 años. Para redactores como Diego Manrique de El País, Juanga representó en su momento el triunfo de la estética pop de Televisa (cantando en el palacio de Bellas Artes junto a murales de Orozco, que iconoclastía noventera).
Para el mexicano Jan M. Ahrens, Juanga era un estado del alma. Quienes lo hemos escuchado sin oídos de melómano hemos reconocido en su registro vocal y sus letras la alegría bailadora tocando los tacones al llanto roto de un corazón dulzón.
Juanga tocaba las cuerdas del espíritu mexicano, sus dolores, desconsuelos, esperanzas y alegrías. Juanga era el Dionisio amanerado de la cultura macha de la ranchera mexicana hecha pop, un baluarte identitario de su pueblo frente al alud del imperialismo cultural pop venido de USA. En la época en que el rock y pop de Madonna y Guns and Roses, de Jackson y The Police amenazaba con borrar todo remanente cultural local, Juanga apareció como un dique de contención e incluso de integración, sus canciones se cantaban entre los chicanos e ilegales al otro lado de la frontera, y también entre los sudacas de acá e incluso era admirado por los visigodos de Europa.
Dio un respiro y una revitalización de la cultura popular mexicana, una extensión de esa cultura de Televisa, tan atacada y criticada y sin embargo significativamente de trinchera cultural cuando el repliegue de nuestro acervo era casi un hecho. Y con todo el modelo conductual mexicano se hizo referencia en Hispanoamérica. Con juanga se favoreció la subida cultural del bolero mexicano y la aparición del sol de México. Es legítimo decir que sin Juan Gabriel no hay un Luis Miguel.
Rompió el estereotipo de cantante mexicano de bigotes y exudante de testosterona. Lo suyo era delicado, amanerado, parecía más un pájaro tropical y sin embargo conquistó al público macho mexicano, sus canciones de amores traicionados, de largos adioses, todo eso contribuyó a metérselos al bolsillo. Porque en la cantina de los corazones rotos no hay macho que no llore. Porque los mariachis también lloran y Juanga era el sentimiento hecho voz.
Sobre juanga solo puedo decir que era un realvisceralista de la canción. Un sobreviviente, vendedor de burritos con su madre, y hasta pasó cárcel de joven. Un amanerado tocando entre barrotes de una cárcel mexicana. Cada lágrima la tenía contada. Porque quien ríe mucho ha llorado más.
Su primer éxito fue la canción No tengo dinero. Paradójico. Digno de Chesterton. Extrovertido en el escenario era reservado en cuanto a su vida privada, hermético en las entrevistas. Una sexualidad ambigua. Lo que se ve no se pregunta, respondió una vez a una pregunta de sobre si era gay. En México no se pregunta sobre eso, y vale una paliza el hacerse bromas de él. A juanga no se le llama joto abiertamente a menos que se quiera morir baleado. Se sabe de narcos que se saben de memoria sus canciones, de sicarios que la lloran como plañideras. En el llanto todos somos hermanos. Seas de los templarios o del clan de Sinaloa.
Juan Gabriel como Orson Welles, se escondía tras su leyenda, nos ha dejado un mito. Cuánto hay de literatura, de mero chisme y donde está el hombre de carne y hueso a quien sus hijos terminaron de agriarle los últimos años de vida (tiene 4 hijos pero solo uno es biológico, y nadie sabe cuál es el verdadero hijo del cantante, ese secreto se lo llevó el cantante a su tumba para engrandecer el mausoleo de su leyenda).
Amanerado en un país machista, lo que la fuerza no conquistó el cariño sí. Era una caricatura a la inversa. La balada, el bolero y la ranchera le deben la renovación de sus repertorios. Y las madres hispanoamericanas más de una alegría y una que otra lagrima. Adiós, al cantante favorito de mi mamá. Hay momentos en que la vida se vuelve una canción de Juan Gabriel.