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Josemári Recalde, el poeta del fuego

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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Todos los 20 de diciembre nos acordamos de Josemári Recalde, el poeta del fuego y, creo, el único aedo peruano que apareció en las portadas de los periódicos con la infausta noticia de haberse convertido en un bonzo de versos. Hasta César Hildebrandt le dedicó un titular diciendo que cómo estábamos de mal en el país que los bardos preferían suicidarse.

Yo recuerdo a Josemári corriendo por las calles del jirón Quilca con su chompa de colegio amarrada a la cintura. Y nos hicimos muy amigos, tanto que en una oportunidad formamos una comuna junto a Omar y a Jochi, dos viejos amigos amantes del arte y los conciertos de rock. La experiencia no duró mucho porque nos desalojaron violentamente de la casona que habíamos ocupado.

Recuerdo que, en plena huida, los poemas de JR volaban por los aires y yo trataba de cogerlos y meterlos en el baúl del bardo que considerábamos como el Rimbaud limensi. Luego de esa tragedia Josemári y Jochi se fueron al Cuzco. Josemári solo tenía dos pasajes para un trabajo y lo rifó. Yo no participé porque estaba terminando un libro y no quería viajar.

En mi cubil felino del jirón Puno recibía muy a menudo la visita del poeta que siempre me traía una fruta ya sea una manzana, una mandarina o un mango. Y caminábamos por Barrios Altos, por el jirón Junín, Cinco Esquinas y el jirón Huánuco y terminábamos por La Victoria cerca a la plaza Manco Cápac al lado de las meretrices y los ladrones que nos miraban de reojo. Y Josemári contándome de su triste infancia donde su tía le había puesto una línea imaginaria en la sala de la casa que él no podía traspasar.

“¿Tú puedes entender eso, Ybarra?” Y claro que lo entendía perfectamente porque quizás mi infancia fue peor que la de él, pero yo solo lo escuchaba. El poeta quería desahogarse. Llevaba mucha tristeza en el corazón.

Con la librera Lislibeth Yépez le devolvía las visitas en su casa de Jesús María y nos quedábamos hasta tarde comiendo hamburguesas de carretilla y hablando de cosas de la vida. Hasta el 19 de diciembre del 2000 cuando estuvimos acostados en su mueble mirando el techo y hablando de poesía. Y le dije a Josemári que íbamos a encontrarnos con Gonzalo Portals. Ese fue el último día que nos vimos.

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