Despertar un domingo soleado con la triste noticia de la muerte del poeta José Rosas Ribeyro, en Barcelona, «el último infrarrealista» (y odiaba que lo llamara así, pero era divertido).
«¿Estás seguro que quieres invitarme a ESA mesa?» -me preguntó una noche hace muchos años, cuando organicé un homenaje por el centenario de Octavio Paz en el Británico-, acepto pero solo porque, a pesar de la distancia y los años, el compromiso no ha muerto». Y nos dio una lección de historia y poesía y vida de su paso por México, a donde fue deportado por la dictadura de Velasco Alvarado, con 23 años apenas; nos contó además de su llegada al movimiento infrarrealista, de su amistad con Roberto Bolaño y Mario Papasquiaro, de la soledad y la juventud y esa obsesión que tenía por escribir diarios. Lo entrevisté para mi programa de radio online en Lima Gris y luego participó en dos presentaciones de la revista (una con un testimonio sobre su relación con Herzog que me dejó bastante impresionado). Pero cuando las copas ya se habían transformado en floreros, siempre, siempre, terminaba pidiéndole que me contara de la vez aquella en que se encontró con su vecina en París: Claudia Cardinale.
Ha muerto un poeta controvertido, presto siempre al debate y la respuesta rápida y dura, complicado muchas veces pero siempre presto a dar una mano, como aquella vez en que la viuda de Bolaño nos mandó una carta notarial desde España -y de un bufete con sucursales en Hong Kong, Londres, Madrid y New York- para evitar que Mónica Maristain (nada menos que la ex directora de Play Boy donde se publicó su última entrevista en vida) diera su testimonio en un homenaje que le hicimos a Bolaño en Petroperú, hace años ya, y José tuvo la generosidad de no abandonar la mesa (como hicieron otros). O cuando participó -junto a Roger Santiváñez- en las primeras fechas tras la inauguración de la librería Casatomada… En fin, tantas cosas que uno recuerda en momentos como este, donde la pena y la tristeza son dos cosas claramente distintas y a la vez tan grandes y pesadas en la memoria y en el corazón.
Descansa en paz, José, los que te conocimos (aunque sea un poquito), sabemos que hasta ese momento final, ese último suspiro -tal como lo cuenta Yulino Dávila: «me tiré al piso, para poder levantarme»- lo decidiste tú. Te vamos a extrañar.