El artista peruano José Gómez mantiene una trayectoria bastante sólida. Poseedor de un admirable trazo y una imaginación que traspasa sus propios límites se atreve a crear obras grandiosas algunas de las cuales expone en el Gran Hotel Bolívar hasta el 22 de febrero.
Luego de intercambiar unas palabras vía WhatsApp nos dimos cita en el lobby del hotel. Y él, con una personalidad alegre y divertida nos abrió las puertas a su mundo.
¿Cómo nació el querer
ser artista?
Bueno, es una pregunta bastante complicada y sencilla a la
vez. En mi caso fue el deseo de querer tener algo propio, algo en lo que yo
tuviera cierto control ya que cuando era niño carecía de todo eso. Éramos cinco
hermanos, yo era el del medio. Mi padre trabajaba solo y a veces con nosotros entonces
compartíamos todo, las habitaciones, la ropa. Y en cierta forma yo necesitaba
tiempo para mí y para estas cosas del arte.
¿Y qué significa para
usted serlo? ¿Qué sacrificios hizo?
Yo creo que los sacrificios no son tales. Yo pienso que, simplemente, por el tema de decisiones uno va determinando que cosas van con uno y que cosas dejan de ser. No tuve una niñez ni juventud típica. Acabé el colegio nacional, postulé a Bellas Artes, a los 17 ingresé y continué hasta el 93. En ese periodo seguía soltero, seguía solo, seguía estudiando el arte y la pintura de todos los tiempos. En Bellas Artes nunca fui a una fiesta, nunca tomé un trago. Entonces más que un sacrificio fueron decisiones necesarias que se tomaron para poder enfocarme en esta pasión.
¿Cómo fue el proceso
de postular al concurso de pintura Michell? Usted intentó entrar 8 veces y la
última ganó.
No fue la última, después de ganar en el 97 obtuve el primer
lugar dos veces más, o sea, gané tres veces el concurso nacional. En el proceso
en que uno va adquiriendo elementos para tu vida te va fortaleciendo también en
tus decisiones, en tu vocación. Siempre fue un tema económico. Si necesitaba
materiales yo me los hacía así que el anhelo de ganar un concurso era
imperante. En mis épocas de estudiante nunca gané nada, por ahí tuve una que
otra mención, pero no era icónico ni nada. Sin embargo, sí fue una sorpresa con
los años poder encontrar este premio que reafirmó más mi amor por esta pasión y
el compromiso mío para poder continuar seriamente en esto.
¿Qué es lo que usted
trata de transmitir en sus pinturas?
Escuché hace muchos años a un artista argentino decir que
“un artista de lo único que puede hablar es un poco de sí mismo”. Todo lo que
pinte, esculpa, represente es el reflejo de uno. Creo que a margen de los
temas, del gesto, de la expresión es el intento de reflejar como uno ve las
cosas. Yo siento que mi trabajo es un poco cíclico porque a pesar de que se
nutre de las ciudades, tiene períodos, ciclos que a veces lindan por lo lúdico,
por lo social, a veces más por lo descriptivo y va dependiendo mucho de mi
estado de ánimo. De cómo me encuentre ante los hechos sociales del mundo.
Declaró en una
entrevista que en 1998 presentó su primera exposición individual. ¿Cuánto
tiempo dedicó a la realización de este evento?
Actualmente yo sé que los egresados de la Escuela de Bellas
Artes exponen aun estudiando pintura o artes plásticas. Terminé en el 93.
Pasaron muchos años para poder exponer. Me tomé mucho tiempo para poder decidir
qué camino tomar. Tenía el tema social y el urbano, pero no era consciente de
ello porque estaba tan inmerso en el conocimiento de la historia del arte. No
fue fácil, pero fue un proceso necesario poder purificar, limpiarme de cosas
académicas y centrarme en lo que estaba siempre a mi lado. Fue así que pude organizarme
para poder llevar a cabo “Camino Vertical”.
¿Y cómo fue realizar
una exposición en el extranjero tal como lo hizo en el 2002 en Estados Unidos?
Desde el 97 que empecé a ganar premios nacionales, internacionales algunos, lo primero que quise hacer fue ver en persona esas obras de arte que tanto había estudiado desde niño. Empecé a viajar a los Estados Unidos, a Nueva York especialmente para poder tener esas obras frente a mí. Eso fue tremendo porque después de un mes de verlas regresé al Perú y ya no pude pintar por ese tiempo, tuve que darme licencia para poder sentir que drene esa visión. Esa potencia de esas obras en mi interior para poder continuar siendo yo. En ese período de tiempo decidí que, para que no se quede como un simple viaje de placer había que engancharse con algo. Con mi esposa que era mi novia en ese entonces alquilé una galería en Nueva York para volver el próximo año y claro, para esos tiempos ya no viajamos dos sino tres así que la vida se complicó, pero igual no dejó de haber esas exposiciones que tanto disfrutaba.
En sus épocas de
estudiante… ¿Por qué iba al cerro San Cristóbal a pintar? ¿Qué le transmitía
este lugar?
Tuve la suerte de ir a la escuela desde los 14 años porque
mi hermano mayor estudiaba en Bellas Artes y eso me sirvió mucho para ver lo
que quería y no quería. Entonces en el primer día de clases, todo el mundo
estaba en plan de “Bueno, voy a ver cómo están las chicas, los chicos”. Cuando
terminaba el taller de escultura a la 1 de la tarde me iba al cerro esperando a
que sean las 6 de la tarde, aquella era la hora en la que empezaba el curso de
dibujo. Quería irme lo más lejos posible de la escuela, pero tampoco tanto de
no poder verla desde arriba y claro, también de poder tomar apuntes y pintar la
ciudad.
Desde su punto de
vista, ¿cómo se puede apoyar a jóvenes talentos?
Viéndome a mí mismo yo no tenía para comprarme materiales y
como mencioné anteriormente yo me los hacía. Molía los colores, preparaba mis
pinturas. Trabajé siempre, hacía dibujos escolares para instituciones de
alrededor. Siempre tuve que ingeniarme las formas para poder ganar dinero e
invertirlo en mi trabajo. Creo que ahora es un poco más fácil porque en mi
época no había nada institucionalizado. Pienso que hay que vivir creativamente,
hay que ver la manera de estudiar bien, de formarse, de pintar bien. No habría
que esperar que una institución te apoye para que puedas sobresalir.
Y a lo largo de todos
sus años en este medio, ¿cuál es la anécdota que más recuerda?
Viajé una vez para acción de gracias a Washington y no se encontraba ningún conocido. Tenía una muestra en una asociación de Amigos del Perú ahí mismo. Las personas de ahí eran peruanos de dinero. No tenía confianza para decirles si me podía hospedar ahí porque no tenía donde dormir así que lo que yo hacía después de armar el montaje por tres noches seguidas me iba al aeropuerto Reagan hasta el día siguiente.
¿Considera que ha
llegado a la cumbre de su carrera?
Creo que recién estoy viendo, atisbando un poco lo hermoso y
divertido de esto. Más bien considero que las cosas recién empiezan.
¿Quién es José Gómez?
Estoy aprendiendo a vivir mejor cada día con él. A veces se
pone complicado, tiene sus propios dramas. El peso del pasado lo persigue a la
vez que está en paz con él mismo. Sigue enamorado de esta noble arte, sigue
apasionado, sigue encontrando cosas que aprender, sigue curioso y eso a mí me
complace. Me gusta verlo así, siempre joven, siempre con humildad.
Terminada la entrevista, José me invitó a que pudiera apreciar los cuadros de su exposición los cuales expresaban el amor por el arte y el reflejo de la sociedad. Y, después de platicar un poco más sobre el significado de las pinturas, las fotos que se tomaron de él con sus creaciones prometían ser un recuerdo para la eternidad. Para recordar que hay que vivir creativamente.