Jorge Rocca por varias décadas dedicó su vida a la docencia, fue profesor de Educación Física en el colegio Alfredo Bernardo Nobel de San Juan de Lurigancho, pero a mí como a mis hermanos, nos enseñó cuando el colegio no tenía nombre y solo en su fachada se leía 0092. Ayer por la madruga, lejos de Lima, del barrio y de su familia, Jorge Rocca Paquillo falleció.
Se fue de alguna manera despidiéndose con prudencia. El
último mensaje que tuve del profe fueron tres fotografías que me envió el
miércoles once a las ocho de la noche, tres imágenes de una revista que
encontró en el avión. “Un abrazo profe” le respondí. Esa noche jamás me imaginé
que sería nuestra última conversación.
Al conocer sobre su muerte, me enteré que el avión donde
tomó las fotografías fue en el vuelo que lo llevó al Cusco; un viaje pendiente que
se convirtió en la fatal despedida desde la tierra de sus padres. Cuesta
trabajo entender cómo a un hombre deportista un problema respiratorio le
arrebató la vida. Y a nosotros nos cuesta creer que su muerte nos arrebató su
sonrisa, su mirada y su voz.
Para los que fuimos sus alumnos, Jorge Rocca jamás dejó de
ser el profe, lejos de la edad y de las paredes del colegio él supo permanecer
en nuestras vidas, se las arregló para conectarse y para conectarnos, se las
ingenió para no olvidarnos y se dio tiempo para compartir. El profe todos estos
años abrazó su profesión con pasión y nos siguió enseñando lejos de las aulas,
lejos de los problemas y muy lejos de nuestras propias diferencias.
Hoy, ya no está con nosotros en cuerpo, pero siempre estará
su espíritu presente entre anécdotas y conversaciones, entre fiestas y
celebraciones, entre fulbito y fulvaso. Muchos lo recordaremos de diferentes
formas, algunos tendrán la imagen del profesor que sostiene su tablero de
madera con su silbato en el pecho, otros pateando pelota en la canchita del barrio,
pero yo siempre lo recordaré con la escena que se repetía una y otra vez en la
esquina de mi casa: el profe con su gorrita montando su bicicleta y pedaleando
fuertemente la vida.
Nosotros hemos perdido un profe, sus hijos un padre, su
mujer un esposo, sus sobrinos un tío, el barrio un vecino, el colegio un
ejemplo y el país un maestro.
Gracias por tus lecciones, pero aún más por tu vocación y tu presencia. Siempre te recordaremos.