La
cárcel del emperador se presenta este viernes 27 de
setiembre a las 7 y 30 de la noche en La Casa Mariátegui con la participación
de los escritores Eloy Jáuregui, Bernardo Álvarez y el propio autor. El ingreso
es libre.
“Solo
un poeta valeroso pudo salir de las garras del infierno”.
La celebrada novela de Jorge Espinoza Sánchez llega a
su décima quinta edición y ya se encuentra en todas las librerías del país. Y como
pocas veces en el escenario de la literatura peruana una descomunal y singular
novela nos remite a los niveles más espantosos que puede resistir un hombre. El
libro nos narra la espantosa, injusta y absurda experiencia vivida en la vida
real por el poeta Jorge Espinoza Sánchez perteneciente a la generación del 70,
y sospechoso de pertenecer al Movimiento de Artistas Populares (MAP). Bajo
extrañas es apresado con la acusación de formar parte de un comando de
aniquilamiento que, entre otras cosas, como se irá descubriendo al inicio de la
narración, habría asesinado al general en retiro Enrique López Albújar (1990),
nada menos que ex comandante general de las Fuerzas Armadas.
Era el Perú de los años crueles de la guerra sucia. En
ese escenario el protagonista, junto a otros actores de teatro y músicos, de
pronto es atrapado por las fuerzas oscuras del poder autoritario, que ya había
cometido los crímenes de Barrios Altos, de La Cantuta, de la universidad del
Centro (Huancayo), y que pronto, después de la captura de Abimael Guzmán
(setiembre de 1992), desencadenaría con mayor ferocidad su represalia contra
quien se pusiese al alcance de su insania, antojo o sospecha, Así, los
supuestos asesinos del general sufrirán las peores humillaciones que imaginamos
debieron generalizarse entre los prisioneros, fuesen inocentes o culpables. El
montaje de una culpabilidad sin pruebas contra estos artistas, incluirá una
deshonrosa presentación ante la prensa con traje a rayas, como se hizo
costumbre en aquellos trágicos noventas desde que un Guzmán enjaulado fuera
exhibido al mundo.
Aquello que había empezado un 25 de julio de 1992, nos lleva a recorrer y entrelazan una serie de acciones novelescas que terminaron refundiendo al autor en las más sórdidas prisiones limeñas. Luego de 15 meses de durísima prisión, el poeta fue absuelto. Así los aciagos días vividos en el infierno, son retratados crudamente en «Las cárceles del emperador».
PRÓLOGO QUE LE ESCRIBIERA EL RECORDADO POETA TULIO MORA.
LA NOCHE INMENSA DE LA PRISIÓN.
Otra manera de entender la historia es por el
empecinado inventario que levantamos, día a día, desde que descubrimos ese
congelamiento del tiempo, que es la escritura, para vindicar nuestros
irreparables duelos. Por eso siempre han existido escrituras peligrosas para el
poder que tiembla ante ellas. Y es que su perennidad se debilita frente a las
precisiones de sus adversarios y/o sufridores a medida que la memoria de estos
se vuelve en su incómodo acompañante, en su sombra imborrable, en su revés
siamés. No en vano, en tanta variedad que ha adquirido la lucha perpetua entre
débiles y poderosos, la de la escritura ha sido una conquista, el robo del
fuego de quienes integran las mayorías para revelarle a un tiempo no sucedido,
que sucederá más adelante, las iniquidades de un tiempo que en su momento fue
un doloroso presente. Esta es otra formalidad para definir la literatura, no
del júbilo, del amor o la felicidad, sino de la indignación y el dolor.
¿Cómo no sublevarnos después de lecturas sobre las
cárceles, por ejemplo? ¿De cárceles peruanas, para ser más específicos?
Desconocemos la abundancia de relatos, cartas, diarios, novelas, testimonios y
hasta grafittis en baños y paredes que han inspirado los macabros espacios de
la punición nacional, de manera especial los nacidos de las disensiones
religiosas o políticas, pero tenemos algunos notables referentes literarios:
Ricardo Palma, en sus «Anales de la Inquisición en Lima» (1863), que es más
bien una recopilación de interrogatorios y procesos practicados por el tribunal
de la calesita verde de la época virreinal; Juan Seoane, en «Hombres y rejas»
(1937), un libro que muchos han olvidado, aunque tiene consistentes méritos
literarios; «La trampa», de Magda Portal (1956), libro poco conocido; «El
Frontón», de Julio Garrido Malaver (1966); «La prisión», de Gustavo Valcárcel
(México, 1951, reeditado en 2004); «El complot», de Genaro Ledesma Izquieta
(1965), sobre sus experiencias en las cárceles de Cerro de Pasco y El Sepa; y
sobre todo «El Sexto», de José María Arguedas (1961), encabezan esa lista aún
inexistente de la humillación como recreaciones de varias dictaduras, desde el
general Sánchez Cerro y el mariscal Oscar Benavides hasta el general Manuel
Odría, cuando empezó una de las etapas más oscuras del siglo XX y que duró 26
años.
La otra corresponderá al fujimorismo de la que fue
víctima otra vez un escritor, Jorge Espinoza Sánchez, autor del presente libro,
«Las cárceles del emperador» (1ª edición, 2002), que ya ha sido reeditado
quince veces y pronto será llevado al cine por el director Federico García. Si
en esencia toda brutalidad del poder es similar, no importa cuántas víctimas
deje como saldo, también se puede afirmar que el tiempo va modificando sus
contornos. Es lo que podríamos llamar, poniéndonos un poco solemnes, «la
dialéctica de la represión del Estado». Basta contrastar los libros citados
para explicarnos cuáles son hoy los extralímites del horror, con el agregado de
que el testimonio de Espinoza Sánchez es la primera versión de un prisionero de
la peor dictadura que hayamos conocido los peruanos, por su tumultuosa
criminalidad y corrupción: el fujimorismo o más precisamente, el
fujimontesinismo.
Más que novela o relato de ficción pues estamos frente
a un extenso testimonio que tiene muy valiosos agregados. Lo de «relato
testimonial» es una convencionalidad premeditada, y no una limitación creativa,
ya que el sujeto literario lleva el mismo nombre del autor, facilitándonos así
la presunción de que Espinoza Sánchez quería remontar la denuncia de su
terrible experiencia para convertirla en una versión autobiográfica, en una
memoria, aunque no tuviese la dimensión de toda su vida. Precisemos entonces:
«Las cárceles del emperador» tiene la estructura de una novela pero aspira a
decir una verdad negada o vedada oficialmente porque prefiere el alegato con
nombre propio para desmontar las mentiras o simulaciones de la realidad
sufrida.
Espantosa, injusta, absurda, sí. Un poeta (Jorge Espinoza
Sánchez pertenece a la generación del 70 y caminó con los fundadores de Hora
Zero), sospechoso de pertenecer al Movimiento de Artistas Populares (MAP), es
detenido bajo la acusación de formar parte de un comando de aniquilamiento que,
entre otras cosas, como se irá descubriendo al inicio de la narración, habría
asesinado al general en retiro Enrique López Albújar (1990), nada menos que ex
comandante general de las Fuerzas Armadas. Y en esa condición, después del
primer shock que sufre el protagonista, junto a otros actores de teatro y
músicos, de encontrarse atrapado por las fuerzas oscuras del poder autoritario,
que ya había cometido los crímenes de Barrios Altos, de La Cantuta, de la
universidad del Centro (Huancayo), y que pronto, después de la captura de
Abimael Guzmán (setiembre de 1992), desencadenaría con mayor ferocidad su
represalia contra quien se pusiese al alcance de su insania, antojo o sospecha,
los supuestos asesinos del general sufrirán las peores humillaciones que
imaginamos debieron generalizarse entre los prisioneros, fuesen inocentes o
culpables. El montaje de una culpabilidad sin pruebas contra estos artistas,
incluirá una deshonrosa presentación ante la prensa con traje a rayas, como se
hizo costumbre en aquellos trágicos noventas desde que un Guzmán enjaulado
fuera exhibido al mundo.
Esta descripción tan minuciosa del terror, de la
inmundicia, de la náusea y del castigo que se ceba con miles de seres humanos,
disminuidos en la inmensa noche de una prisión, es de primera impresión la más
sobresaliente virtud de la autobiografía de Espinoza Sánchez que aun cuando
está estructurada y narrada como una novela, lleva el inconfundible sello del
lenguaje propio de un poeta, con párrafos abundosos de diálogos muy acertados,
en los que sobresalen las metáforas e imágenes emitidas por una sola voz (la
del autor) a partir de un ojo minucioso y de una memoria asombrosa para
recordar secuencialmente ese tránsito por el laberinto del dolor.
Capítulo a capítulo, un clima hiperrealista, absurdo
nos va envolviendo, con seres desesperados o resignados, también con otros
capaces de extraerle a la fatalidad un pelo de atrevimiento e ironía (pensamos,
por ejemplo, en el «periodista» de «Radio Cadena Perpetua») o que, pese a su
envilecimiento (como la «chica Dinamita»), aún guardan gestos de una
solidaridad admirable; con maltratos cotidianos, desde las golpizas hasta la
alimentación nauseabunda; con ausencias hirientes (el amor de Zulma, los
familiares del personaje); con abogados cobardes y jueces que se presentan
ebrios a dictar una condena; con delincuentes, traficantes, mendicantes («los
pelícanos») y desquiciados hundidos en el último sótano de la sobrevivencia;
para decirlo de un modo literario, con todos los personajes que habitan hoy los
círculos de un infierno que Dante jamás se habría imaginado.
Lo que haya de resumir de las casi 400 páginas del
libro es el mensaje que nos dejan los libros abismados en un universo que
desconocemos o atisbamos apenas por las páginas o reportajes policiales de la
prensa escrita y televisiva, pero que nunca esperamos sufrir. Confirmamos así
que las gradaciones del horror pueden ser inagotables como el ser humano es
capaz de tolerarlas en un encaramiento patético entre la sobrevivencia de los
apestados por la sociedad y la muerte afrentosa.
Espinoza Sánchez, el escritor, que es a la vez el
personaje, ha escrito con «Las cárceles del emperador» un capítulo más de la
saga de las prisiones peruanas que aún es escasa pero valiosa porque estos
libros no son elaborados por el placer de la escritura, ni su destino es
complacer a los lectores. Son más bien la liberación de una tristeza e
indignación sin fondo que se quiere pública y perpetua con la esperanza, hasta
ahora vana, de que el futuro no encuentre replicación en otro poder abusivo y
en otras víctimas.
No es casual que «Las cárceles del emperador», del
poeta Jorge Espinoza Sánchez, ya haya logrado vender más de treinta mil
ejemplares, acaso porque, como dijimos, se trata de la primera novela escrita
sobre las cárceles del régimen más corrompido y criminal de nuestra vergonzosa
historia. Su testimonio no solo es conmovedor por la pesadilla sufrida, por los
personajes que van delatando, siempre contradictoriamente, vileza, integridad,
majestad, sabiduría, locura, desesperación, obstinación de vida, sino porque su
autor ha logrado entregarnos un testimonio de todas sus vicisitudes con una
precisión admirable y en el que no están ausentes altos y desgarradores tonos
de poesía.
Cada tiempo inicuo tiene también un estilo de prisión
que los escritores han sabido captar estéticamente para que no olvidemos la
época que le dio su sentido de horror y absurdo. Es lo que garantiza perennidad
a «Las cárceles del emperador». Quedará como la huella afrentosa de un tiempo
que los peruanos nunca debimos merecer.