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JONATHAN MAICELO, ESCUCHA…

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Bróder, tú no eres inca, no eres negro, no eres faite, no eres campeón. Tienes que aprender a ser humilde. No hay rockys balboas, eso déjalo para Hollywood y sus cojudeces que atarantan a las mayorías. Y tampoco hay mauros minas, eso solo es parte del mito y de la historia. Si quieres ser boxeador de verdad, aléjate de los talk shows, aléjate de toda esa camarilla que solo quiere luz para sus ojos y billete verde para sus bolsillos. Y aléjate de ese tal Beto Ortíz que solo busca aullar a la luna de la fama mientras les lame los pies a sus patrones.

Si quieres ser boxeador de verdad y no un porfiado al que le dan duro y le abren la jeta en el primer o segundo round, piensa en seguir reventando esos costales viejos que hay en el Estadio Nacional y cargando pesas de latas de cemento. Déjate de cojudeces, qué es eso de estar pidiendo auspicios y plata a los alcaldes y al presidente (en verdad crees que les importas un comino, ¡bah!); eso vendrá por sí solo porque las cosas caen por su propio peso y hasta ahora tú estás demostrando que te faltan plomos en los pies y acero en los puños.

Mira Bróder, ya todos sabemos que saliste de abajo, que eras cobrador de combi, que tenías que pelear a puño limpio con los dealers y paqueteros de tu barrio del Callao. Y que siempre has querido comprarle una casa a tu madre. Lastimosamente, eso ya es un refrito. Y las historias del niño pobre de Oliver Twist, ya lo escribió Charles Dickens hace 150 años. Ahora estás queriendo ser campeón anteponiendo los recuerdos y eso no te va a llevar a nada.

Entiéndelo de una vez. Lo que se trata ahora no es que manejes redes sociales y pongas ahí toda la comida o todo el agua que te tragas con ayuda de tus sponsors (“más aguayo para el campeón”), tampoco se trata de que estés por ahí con alguna vedetucha o con chicas que más que tu cacharro amoratado solo te miran la bragueta, pero la bragueta de la billetera y esperan salir en televisión por sus cinco minutos de fama.

Si quieres boxear de verdad, enciérrate en tu gimnasio, no salgas en las noches a corretear en tu moto, no te creas el cuento de que eres campeón solo porque los microbuseros o la gente de los noticieros y programas de espectáculos te ponen el dedo pulgar hacia arriba y te dicen “campeón”.

Tienes que empezar de nuevo. Morder y comerte todo el polvo de la derrota. Subir la montaña de las adversidades, como Sísifo. Ahora mejora tu técnica, ya llevas fallando mucho con tu guardia derecha, mira cuántas veces te han noqueado por ahí. Eso es lo que tienes que revisar urgente y no estar al tanto del Facebook o tu teléfono cuando te llama la gente de Gamarra que te da ropa de auspicio.

Son cojudeces, Bróder. El hábito no hace al monje, las modas estorban y la Cenicienta seguirá siendo Cenicienta con o sin vestido. Esa gente sponsorera te olvidará ahorita mismo en que no has podido pasar del segundo round con un boxeador de verdad que, calladito nomás, te mandó un combo y te dejó en la luna de Paita.

El Perú necesita campeones y tú ya demostraste que tienes madera. No se espera menos de usted, Bróder. Y los campeones hablan poco y ganan peleas, no los sacan en camilla. Los campeones no andan con disculpas y frasecitas de “para la próxima será”. Los campeones derriban murallas, le parten la madre a gigantes como Goliat; pero, principalmente, los campeones le ganan a ese webón que tienen en el espejo. Ese es el primer contrincante al que tienes que darle duro y noquear y luego el campeón verdadero saldrá a ponerse el título y la corona en la cabeza. No nos hagas esperar, Bróder, porque aquí abajo, aunque siempre sea de noche, nunca arrojaremos la toalla.

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