Por Edwin A. Vegas Gallo
El 11 de marzo de 2011, ocurrió en Japón un terremoto de magnitud 9.1, acompañado de un maremoto con tsunami, que comprometió seriamente la Central Nuclear de Fukushima Daiichi.
Para reducir el daño radiactivo al medio marino, los técnicos de la empresa TEPCO (TOKIO ELECTRIC POWER COMPANY) operadora y propietaria de la empresa nuclear, bombearon agua de mar para iniciar el proceso de refrigeración del combustible activo; proceso en curso, que produce 130 toneladas de agua filtrada tratada al día y que 12 años después de ese desastre natural, hay 1.3 millones de toneladas de aguas residuales nucleares tratadas y almacenadas en tanques, en la planta de la Central, ya sin capacidad de almacenamiento.
Japón con acuerdo y vigilancia de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA, Naciones Unidas), ayer jueves 24 de agosto de 2023, ha empezado a liberar gradualmente esas aguas residuales al Océano Pacífico, en un plan que puede durar más de tres décadas.
Obviamente para TEPCO, “el impacto ambiental para los humanos y el ambiente marino será mínimo”.
En 2015, GESAMP (Grupo de Expertos sobre la Protección Ambiental Marina), concluyó que esa perturbación estocástica (al azar) en el mar de Fukushima, “provocó una liberación sin precedentes de radiactividad al océano desde una única fuente puntual, tanto por liberación directa al Océano como por deposición atmosférica”.
Igualmente señalan, “que los radionucleótidos liberados fueron isótopos de cesio y yodo, con cantidades sustanciales de estroncio y cantidades menores de plutonio y que asimismo el rápido transporte atmosférico dio lugar a una amplia dispersión de los radionucleótidos de Fukushima en el hemisferio norte, dispersión favorecida por la corriente de Kuroshio, calculando aquellos, que la polución radiactiva, llegó a la costa Nor occidental de Norteamérica en Canadá y Estados Unidos (San Diego, California) a principios de 2014”.
Concluye el informe GESAMP, “que a pesar de los niveles relativamente altos de contaminación y de la absorción por una amplia variedad de la biota (fito y zooplancton, mariscos y peces grandes nadadores como el atún), las consecuencias radiológicas del accidente en el medio marino y en el consumo de marisco han sido más bien escasas”.
En el momento actual, la OIEA, estima que la técnica de la filtración japonesa, emprendida por TEPCO elimina el cesio y el estroncio, a excepción del tritio (isótopo del hidrógeno con una vida media de desintegración de 12 años).
Este plan de vertido de aguas residuales nucleares, ha generado controversias con la China y Corea del Sur, siendo el primero, el que ha suspendido todas las importaciones de productos del mar japonés, lo que acarrea pérdidas a la industria pesquera en tres mil millones de dólares y señalando que está decisión japonesa “pone en grave riesgo a la humanidad”, acusándolo de utilizar al océano Pacífico como su “cloaca”.
Lo cierto es que estamos ante un hecho transfronterizo, transgeneracional, y que no nos quepa ninguna duda, que la vida marina sobre todo los animales grandes migrantes y las corrientes oceánicas, o los micro plásticos que cual “caballo de Troya”, pueden transportar radionucleótidos o isótopos radiactivos nocivos en toda la cuenca del Océano Pacífico.
El Perú, como país ribereño de la cuenca, debe estar alerta y no confiarse y debe prevenir con certidumbre científica, que no hayan impactos adversos a nuestra salud humana y al ambiente marino, con su flora y fauna.
Tarea que le compete al IMARPE y a la Ciencia Marina de la universidad peruana, haciendo el monitoreo respectivo y porque no, conjuntamente con los Países del Pacífico Sud Este.
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- Presidente del Instituto Internacional de Derecho Ambiental y Ecología Política.