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Jackson Pollock, el salvaje creativo

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Fotografías de Belén Morote

Este 11 Agosto es el aniversario número 58 de la muerte de Jackson Pollock. Para conmemorar su incomparable obra, así como –por qué no- su convulsionada vida, decidí realizar una excursión a su casa-taller ubicada en East Hampton, uno de los balnearios más exclusivos de Long Island en Nueva York.

En teoría, la distancia de 75 millas (unos 120 kilómetros) desde mi casa en Copiague puede ser cubierta en un promedio de hora y media. Es sábado por la mañana, moderadamente soleado, con escasa humedad. El señor Farenheit se está portando amable este verano. 78 grados equivalen a 25 selzius, lo cual no es tan grave para el infierno que suelen ser los últimos días de Julio.

Tomo la carretera 27, una vena larga que atraviesa la isla de oeste a este. En el punto que ingreso a ella ofrece 3 carriles abiertos a toda clase de vehículos. Después de 30 minutos de recorrido se estrecha a 2. Y ya hacia el tramo final termina reduciéndose a 1 sola vía. El tráfico, los accidentes, las ferias, ciertas reparaciones y una breve parada para baño y café extienden el viaje (pasando los otros 4 Hamptons: West, Bay, South y Bridge) a casi 130 minutos.

Entrada de la casa de Jackson Pollock

 

Un discreto letrero, junto al buzón del correo, en la calle Springs-Fireplace No. 830 me anuncia que he arribado. Poco espacio para estacionar. La boletería, en una caseta del jardín adyacente, es atendida por una amable viejecita que sólo sonríe y dirige la mirada del visitante hacia el tarifario. 5 dólares no está nada mal para despacharme un banquete con uno de mis ídolos. El pago me da derecho al uso de un pequeño aparato de audio que, colgado al cuello para mayor comodidad, sirve como guía personal.

Rodeado de abundante vegetación, y escoltado por el arroyo Accabonac, el inmueble de dos plantas levantado en 1879 recibió a Pollock y su esposa, la también pintora, Lee Krasner en el invierno de 1945. En aquellos años el paraje distaba mucho de ser lo que es en la actualidad. Se trataba de un pueblo perdido, cuya lejanía de la vorágine urbana de Manhattan ofrecía, según el argumento de Krasner, un espacio de soledad productiva para rescatar a Pollock de su anárquica existencia.

Dormitorio de Jackson Pollock.

Para costear el precio de 5,000 dólares, los artistas consiguieron un préstamo –o anticipo por futuros cuadros- de Peggy Guggenheim, coleccionista de arte y por entonces principal impulsora de la carrera de Pollock a través de su galería. Al tomar posesión, hallaron la vivienda prácticamente en estado de abandono, sin agua corriente ni calefacción. El curso de restauración fue un período duro para la pareja.

Luego vino el plan de acción para acondicionar un ambiente adecuado donde pintar. A sólo metros, como parte del predio, encontraron un granero en ruinas. Después de hollarlo y considerar la estupenda luz natural que lo bañaba, Pollock decidió habilitarlo como su taller. Krasner, por su parte, resolvió ocupar una pieza del segundo piso de la casa como su estudio privado.

Una vez instalados, eventos importantes a nivel artístico y doméstico empezaron a ocurrir en el recinto. De hecho, Pollock experimentó en su taller una revelación que lo condujo a descubrir y luego aplicar su revolucionaria técnica del goteo y chorreo, que consistía en derramar la pintura de manera dirigida sobre el lienzo -afirmado en el suelo con clavos a cada extremo- valiéndose de materiales poco convencionales como baquetas, mangos de brochas, reglas, chisguetes y jeringas, entre otros, mientras caminaba –danzaba- alrededor de la tela. Jackson sostuvo siempre que su estilo no era en realidad lo innovador que muchos señalaban, pues se limitaba a seguir la influencia de los artistas indios de su natal Wyoming, a quienes había observado trabajar con arena cuando era niño.

Caminar el piso, compuesto por largas y angostas tablas de madera, en el que Pollock diseñó sus más importantes producciones significa para mí lo mismo que para un católico (que también lo soy, aunque no tanto) podría representar un contrito paseo por las naves de la Capilla Sixtina. La superficie áspera y simple conserva intactas las manchas dejadas por su dinámico método. Destacan los rastros de obras maestras como “Blue Poles” (Polos azules), “Full Fathom Five” (Cinco brazas abajo), “Lavender Mist” (Niebla color de lavanda), “Number 32” (Número 32) y “Autunm Rhythm” (Ritmo de otoño). De este modo el suelo, por sí mismo, constituye un documento único que registra el vigor de su capacidad creadora.

Cocina de Jackson Pollock

En el verano de 1950, tras la notoriedad nacional e internacional que Pollock alcanzara gracias a un artículo resaltando su talento, publicado en la revista “Life” el año anterior, el fotógrafo alemán Hans Namuth lo filmó trabajando en la losa de cemento -hoy algo descuidada, con pasto crecido entre las uniones de las lajas, y no incluída en el itinerario oficial de 8 etapas- situada en los exteriores de la propiedad. Para ello colocó una lámina de vidrio, sostenida por pequeñas bases en las esquinas y se echó de espaldas apuntando su cámara hacia arriba para capturar a Pollock vertiendo el contenido de una lata de pintura usando la punta del mango de la brocha en lugar de las cerdas como en el procedimiento tradicional.

Dentro de la casa, escenario de múltiples discusiones y crisis conyugales, se mantienen en buen estado la mayoría de muebles –excepto por una mesa del comedor que fue reemplazada hace 20 años por deterioro de la original-, sobresaliendo un repertorio de discos de jazz y una surtida biblioteca que incluye títulos de literatura y filosofía. La cocina, igual que el baño y el dormitorio, están decorados con pulcritud. Algunas enciclopedias, catálogos y folletos, además de una pantalla electrónica, exhibiendo ilustraciones complementan el material informativo.

Material de Jackson Pollock

Como es previsible, ninguna pintura de Pollock luce colgada en las paredes de su hogar; sólo pueden ser admiradas en los corredores de los prestigiosos museos de Arte Moderno, Metropolitano y, por supuesto, Guggenheim de la ciudad de Nueva York. En retrospectiva, resulta graciosa y hasta estúpida la arrogancia con que algunos críticos las atacaron en su momento, con descarnada sorna, calificándolas como un “conjunto de tallarines rancios”. Los supuestos intelectuales de la época no tenían una miserable idea de que estaban ante un maestro, un ilustre exponente del expresionismo abstracto, quien declaraba con sencillez –libre del mínimo asomo de pompa- que sus óleos eran “la energía y el movimiento hechos visibles” y a continuación agregaba (que por medio de ellas) “quiero expresar mis sentimientos en vez de ilustrarlos”. Pese al aparente caos y la dudosa facilidad de ejecución, nada en la pintura de Pollock está suelto al azar o es resultado de un accidente; todo responde a un proceso deliberado y consciente.

Los chismes sociales no se quedan afuera y sazonan la visita sin plazo límite para un incondicional de Pollock como yo. El buen Jackson, después de todo un alcohólico con rasgos de trastorno bipolar bajo eventual tratamiento psiquiátrico, tenía fama de ser poco delicado en su interacción con las mujeres, siendo considerado más bien un bruto incorregible. A despecho de ello se le atribuyen varios romances con damas de su entorno, incluyendo la propia Peggy Guggenheim, quien en su oportunidad se encargó de desmentir los rumores reconociendo que tenía muchos amantes pintores y artistas, pero con Pollock su relación era estrictamente profesional. Tampoco se pueden negar sus amoríos con Edith Kligman, una guapa y joven aspirante, cuyo deporte favorito era acostarse con cuantos pintores pudiera a fin de lograr un rápido ascenso en su carrera pictórica. Con ella, y una amiga de ésta, manejaba intoxicado su enorme y pesado Oldsmobile la fatídica noche de 1956 cuando perdió el control y fue a estrellarse a alta velocidad contra un árbol muy cerca de su residencia. El golpe seco lo mató de inmediato. Tenía sólo 44 años de edad.

Pollock fue un huracán que sacudió la pintura universal. Su actitud frente al arte y la vida son un ejemplo de creativa y luminosa rebeldía. El legado de su espectacular y provocadora obra sigue vivo, influenciando e inspirando a artistas de diferentes disciplinas.

La violencia armónica de sus colores y la ausencia de forma reconocible –un honesto retrato del panorama interior humano- tiene el poder de encender mis sentidos, de activar mi propio potencial como escritor. Espíritu turbulento de corazón noble, contemplando su excepcional genio, me siento ante la presencia de un compañero.

Gracias, Pollock, por tanta locura.

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