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ISRAEL, EL FRANKENSTEIN TERRORISTA

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«Sabemos muy bien que nuestra libertad no es completa sin la libertad de los palestinos».

Nelson Mandela

“Israel se construye a través de la mentira y la limpieza étnica del pueblo palestino”.

Ilan Pappe (Historiador israelí).

«Tienen que morir y sus casas tienen que ser demolidas. Son nuestros enemigos y nuestras manos deberían estar manchadas de su sangre. Esto se aplica igual a las madres de los terroristas fallecidos»

Ayelet Shaked (Diputada israelí del partido Hogar Judío).

I

A Israel no lo creó Dios, a Israel lo inventó Gran Bretaña y Estados Unidos, o sea el mismo diablo. Aprovechando que el genocidio contra los judíos había impactado al mundo, la ONU por recomendación de la UNSCOP (Comité Especial de las Naciones Unidas para Palestina) decidió en 1947 poner a votación este pedido especial impulsado por el presidente Truman (el mismo que soltó las bombas en Hiroshima y Nagasaki), con el resultado de 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones. Perú, al igual que el resto de países latinoamericanos –como Brasil, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, Guatemala, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Uruguay y Venezuela–, votó a favor de esta nueva nación que emergió del holocausto para seguir haciendo mímesis de sus propios horrores.

Antes de la creación de Israel, solo existían en la zona 200 mil judíos que convivían pacíficamente con los musulmanes chiítas y suníes, y demás cristianos en lo que fue los restos del imperio otomano. Hoy Israel cuenta con 8 millones de habitantes y para cumplir con la seudorepatriación judía, hecho bíblico en el que Moisés les guiará a la tierra prometida, necesitan extender sus terrenos (¡multiplicados por cuatro desde su creación!), ganarle tierra a sus vecinos o a los palestinos, tierras que ya ocupan y en el que construyen sus juderías, a costa de sangre y muerte para el resto, siguiendo la promesa de Yaveh con Abraham: “A tu descendencia he entregado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río, el Éufrates: La tierra de los kenitas, kenizitas, kadmonitas, jititas, perizitas, refaim, los emoritas, canaanitas, guirgashitas y yebusitas” (Génesis 15:18-21). “Y a ti y a tu descendencia después de ti entregaré la tierra de tus peregrinaciones – toda la tierra de Canaán– en posesión perpetua, y Yo seré Dios para ellos” (Génesis 17:8). Hoy esas tierras las ocupan mayoritariamente los musulmanes. O sea, la redención judía solo sería posible a costa de la marginación y estrangulación musulmana. Quizás una prueba de esto último fue “La Guerra de los seis días” en 1967, donde Israel, apoyado por sus aliados (GB-USA), vence a Egipto, Siria y Jordania quitándoles terrenos a cada uno en su afán de crecimiento desmedido y voracidad geopolítica sin ningún tipo de vacilaciones: bombas, balas y muerte quedaban a su paso.

Hecho que lleva a las Naciones Unidas a promulgar la tristemente célebre “resolución 242” en la que establece que la tierra ocupada por los sionistas será devuelta a cambio de que los países árabes reconozcan a Israel como estado; pero los árabes se niegan a reconocer a Israel, un país inventado por las potencias ganadoras de la II Guerra Mundial; porque, además, era claro que Israel funcionaría como una punta de lanza o “cabeza de playa” de Occidente frente al mundo islámico y sus vecinos árabes: Líbano, Siria, Jordania, Irak y Egipto, una suerte de estado infiltrado e impuesto a la fuerza, cuya situación societaria con Estados Unidos nunca ha sido ocultada. Sin embargo, a pesar de la presión internacional, Israel no se retira de los terrenos usurpados. Situación que lleva a Egipto a atacar al estado judío con un millón de soldados en el día de “Yon Kipur” o “día de la expiación”, con el fin supremo de recuperar lo que siempre fue suyo: la península del Sinaí.

 

II

Recordemos que al ingresar en esta zona, los judíos empezaron a aplicar el terrorismo como método de intimidación para espantar a los nativos palestinos. En 1948 sucede la matanza terrorista de Deir Yassin donde mueren 250 civiles abatidos por los judíos, cuyos cadáveres fueron regados por las calles con el impedimento de ser enterrados, asimismo la Cruz Roja también fue vetada para que no constatara semejante alevosía y crueldad judía. El mundo miraba absorto esta primera reacción criminal de un pueblo que, paradójicamente, venía de las horribles experiencias de un genocidio, sin embargo sus tropelías lo pondrían, incluso, por encima de las aberraciones nazis.

En 1982 las matanzas de Sabra y Chatila ejecutadas por la Falange Libanesa, de origen cristiano, recaerían sobre los hombros de Israel quien no hizo nada para impedir tal atrocidad y más bien la auspició e incluso iluminó los campamentos con luces de bengala para que los torturadores pudieran hacer su trabajo: despedazar a 2.400 niños, mujeres y ancianos. El ex primer ministro del Estado de Israel, Menahem Begin, manifestó hipócritamente: “En Chatila no judíos mataron a no judíos ¿qué tenemos que ver nosotros con eso?”. Pero a la ONU no le quedó otra opción que emitir la resolución  37/123 en la que condenaba el hecho y lo calificaba de genocidio.

Tanta opresión y barbarie llevó al pueblo palestino a su primera Intifada o levantamiento en 1987, más conocida como “la guerra de las piedras”, pues este pueblo no tenía –ni tiene– armas, ni mucho menos “ingeniería militar” y enfrentó a uno de los ejércitos más letales del mundo con solo piedras en las manos. La masacre repetía esa imagen cruel y desproporcional de la caballería de Polonia en Krojanti que, con espadas y  machetes, se inmoló frente a los panzers blindados nazis en 1939. O los cátaros quienes aseguraban que podían pelear desnudos y sin lanzas porque concebían a la realidad como parte de su imaginación. La carnicería se repetiría una vez más y de nuevo el mundo seguiría mirando a un costado.

Lo mismo pasó en 1994 cuando el judío Varem Goldstein disparó a 29 musulmanes mientras estaban orando en una mezquita. O en 1995, cuando fue asesinado Isaac Rabin, uno de los pocos jefes de estado de Israel que buscaba una salida pacífica, a su vez Premio Nobel de la Paz en 1994 y que, entre sus muchos logros, había concretado el Acuerdo de Oslo, uno de los pasos iniciales para la convivencia y armonía entre judíos y musulmanes. El disparo lo ejecutó Jigal Amir, un judío radical que reclamaba más severidad contra los palestinos y que tenía como padrino y protector al rabino racista Dov Lior. Cuestión que explica, en parte, cómo los primeros ministros israelíes, presionados por su propio pueblo, han ido migrando cada vez más desde la derecha, tipo Shalom; hacia la ultraderecha, tipo Netanyahu.

 

En el año 2009 canal CNN en español logró entrar en la Franja de Gaza y dio cuenta de la barbarie sionista de Israel, que había destruido la Universidad Musulmana de Gaza por considerarla bastión ideológica de Hamás, organización que ha tomado el poder vía la democracia directa en el año 2006, primero con un 60 % de los votantes, número que con los “ataques preventivos” (léase terrorismo) de Israel ha logrado que casi el 100 % de la población gazatíe vote a favor de Hamás, un partido político-religioso que también es parte de la OLP, como casi todos los partidos palestinos, y que fue considerado terrorista por Estados Unidos y Europa; sin embargo países como Rusia, Turquía, Irán y otros lo reconocen como válidos. Hay que tener en cuenta que grupos similares como Hermanos Musulmanes, de Egipto, también fueron considerados terroristas pero luego de la revolución egipcia son considerados como “moderados”. Lo mismo pasó con el Partido Comunista, de Pachandra, considerado “terrorista” y, luego de tomar el poder en Nepal, es admitido y reconocido en la ONU. Al igual que la Organización Para la Liberación de Palestina (OLP) que también se le quitó el mote de “terrorista” en las conversaciones de paz de mediados del setenta.

Recordemos que en aquel triste reportaje de CNN, de hace cinco años, se podía ver cómo los hospitales estaban llenos de gente indefensa que había sido alcanzada por la metralla y el fósforo blanco, material prohibido por la ONU y por los tratados de Ginebra; también se podía apreciar la destrucción de sus cementerios, que los israelíes usan como corredor para hacer pasar sus tanques en cada una de sus salvajes arremetidas. A su vez, se pudo ver el zoológico de Gaza totalmente destruido con más de un 90 % de animales muertos por la metralla o por inanición. O el local del parlamento nacional que ha sido derruido varias veces, igual que colegios, hospitales y refugios sin importar por los heridos o los que quieren escapar de la guerra y guarecerse bajo el patrocinio internacional. Israel no cree en nadie. Para ellos su seguridad consiste en destruir al “enemigo” o lo que parezca su enemigo. No discriminan, porque no quieren hacerlo, entre la población civil o los milicianos de Al Qassan, el brazo armado de Hamás que en la práctica hacen lo que hicieron los partisanos franceses en la Segunda Guerra Mundial, lo que hizo Hồ Chí Minh en Vietnam, o lo que hizo Andrés Avelino Cáceres con sus montoneros cuando los chilenos invadieron el Perú y saquearon la capital. O sea, defenderse, practicar “guerra de guerrillas”, lucha asimétrica, o recurrir, en última instancia, a los atentados suicidas.

 

 

III

La Franja de Gaza tiene solo 40 kilómetros de largo por 14 de ancho con una extensión de 350 kilómetros cuadrados equiparable a un distrito medio de Lima como Breña o La Victoria. Tiene a su vez más de un millón setecientos mil habitantes que hace de la zona una de las más densas del mundo: más o menos 4.073 habitantes por km2 (cifra del año 2009), hecho que impide que cualquier ataque sea con “precisión” o que no cause “daño colateral” (titulillo inventado en la Primera Guerra del Golfo con el fin de minimizar las víctimas de los países invadidos) por más que Israel use sus famosas “armas de mortalidad concentrada”, o sea bombas que destruyen todo lo que esté en un radio de 10 metros y cuya onda se detiene en seco. Hay que anotar también el uso de aviones de caza F-35 y helicópteros artillados, aparte de los tanques Isherman, Sho’t, Magach, Sabra, etc., y la participación de francotiradores profesionales en cada una de sus intervenciones.

En contraparte, Palestina no tiene ejército, solo una escuálida guerrilla que dispara cohetes, no misiles –como habitualmente lo denomina la prensa adicta o sionista–, o sea tubos de pbc o tubos de escape de carro rellenos de fertilizante que, en su mayoría, más de un 95 % son interceptados por  la Cúpula de Hierro o Iron Dome, el Shock Absorber, o las contramedidas de infrarrojos Fligh Guard, un sistema de defensa altamente calificado que Israel exporta al mundo. (Incluso el Perú ha firmado acuerdo con la empresa Israelí Rafael a la cual le compramos armamento sofisticado para interceptación tierra-aire, aire-tierra y demás pertrechos de guerra).

En situaciones de “normalidad” Israel ha dispuesto de 250 “checkpoints” o puestos policíacos en todo el territorio palestino con el fin de mantener un férreo control en la población y en el intercambio o compra de productos que entran de Israel, asimismo mantener vigilados a los más de 120 mil trabajadores que cruzan hacia el estado judío para hacer labores domésticas o subemplearse por míseros sueldos de hambre, pues, según la lógica sionista post-Theodor Herzl, un trabajador palestino no puede valer lo mismo que un trabajador israelí. Es verdaderamente indignante que los lugares santos como Jerusalén tengan su “checkpoints” impidiendo el libre tránsito de los creyentes que peregrinan para cumplir con los votos de su fe. O el “checkpoint” de Erez, a la entrada de Gaza, en donde los palestinos, reducidos a la condición de parias o ciudadanos de segundo orden, tienen que caminar más de un kilómetro, cubiertos por un toldo, vejados y cateados bajo el ladrido de los perros, para que los no-palestinos no puedan verlos.

IV

Ante el eventual retiro y/o tregua y nuevo fracaso de Israel por intentar destruir a un país que apenas puede defenderse, lo único que queda es rechazar este atropello y demás crímenes de lesa humanidad: 10.000 palestinos y libaneses presos, de los cuales 1.000 son mujeres y 447 son niños. [Desde el comienzo del conflicto más de 700.000 personas han sido detenidas, esto significa un 20 % de la población total palestina. En esta última arremetida israelí hay más de milnovecientos palestinos muertos y otros miles de heridos. De los fallecidos, un 30 % son niños. Hay 1.200 hogares destruidos. 400.000 personas no tienen electricidad y los refugiados se calculan en 17.000. Estas cifras, para evitar cualquier suspicacia, son de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) y la ONG católica Cáritas-Jerusalén].

Sabemos que todo “cese el fuego” es una pantomima mientras Israel siga ocupando militarmente las tierras de Palestina. Ya destruyeron universidades, colegios, hospitales, comisarías, hasta centros de refugiados bajo el auspicio de la ONU y se han zurrado en 32 resoluciones de la ONU de un total de 60. La única solución posible y permanente es desarmar a Israel, el Frankenstein terrorista, el Golem desbocado de Gustav Meyrink que solo piensa en destruir todo lo que le rodea; encerrar a Netanyahu y todo su séquito de sionistas asesinos de su parlamento Knesset y abrir, de una vez por todas, las fronteras de Palestina para que puedan ingresar libremente los productos necesarios de pan llevar y otros para que sus ciudadanos puedan hacer una vida normal.

Por ello, es correcto sancionar a Israel por sus crímenes de guerra, genocidios, masacres y también porque es falsa su lucha selectiva; total ya acabaron “selectivamente” con los líderes de Hamás: Salah Shehadeh el 2002, Abdel Aziz al Rantissi y Ahmad Yassin (a quien llamaron “el terrorista en silla de ruedas” porque era parapléjico) el 2004;  Said Siyam, el 2009; y  Mahmoud al Mabhouh (el  mismo que firmó la paz en el Acuerdo de Oslo) el 2010. Y que la ONU reconozca al estado palestino y que deje de ser solo un «estado observador» (absurdo título cuando más bien Palestina es un “estado observado” y vetado); puesto que la ONU también es culpable por omisión como hizo con Ruanda cuando dejó que un millón de personas murieran a machetazos en la lucha fraticida de tucsis contra hutus.

Hay que sancionar y condenar también a todos esos santones religiosos, como el rabino racista David Batzri, Lior o el implacable y cruel rabino Avichai Rontzki, que se cobijan en la ultraderecha israelí quienes deberían ser procesados por un tribunal internacional y con el repudio unánime de todas las naciones democráticas. También los soldados que “solo cumplen órdenes” deberían ser juzgados bajo el concepto de la tesis de Roxin donde todos los que participan, activa o pasivamente, de un crimen son culpables. Mientras tanto, por una cuestión de principios, hay que mantener el veto al consumo de productos de origen Israelí.

El Perú es uno de los 33 estados que le dio carta de nacimiento a Israel y eso también nos hace cómplices de los crímenes que ahora comete este país en nombre de su seguridad y la seudorepatriación judía. Por ello, no basta con traer en consulta a nuestro emisario en Israel, sino que se deberían romper relaciones diplomáticas y expulsar a su embajador que, por cierto, ha ofendido a nuestro país sopesando las inversiones judías en suelo patrio y sugiriendo nuestro apoyo al terrorismo internacional. Palestina es ahora el símbolo de la diáspora. No hay ninguna duda. La lucha continúa.

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