El Perú ha caído en un hoyo de inmoralidad, pero no hoy. Hoy, apenas, ha relucido la punta del iceberg de excremento que enturbia hasta la putrefacción cada recodo de la alicaída democracia peruana. Y la pregunta es: ¿por qué? y ¿para qué?
Acaso la viabilidad del gobierno de PPK, dependerá, ahora, de la grandeza “política” de Keiko, si ésta decide retractarse de su airada exigencia: “Llegó la hora de decirle al Sr. PPK que se vaya”. O acaso creen que Kenji aceptó ser la víctima de un sacrificio que insuflase nueva vida a la cadavérica potencialidad presidencial de su hermana. Creer que Kenji se ha prestado a esta jugada es desconocer y desestimar, en todo sentido, la ambición y el poder.
Así, todos entienden que PPK no puede permanecer más tiempo en Palacio pero eso es una apariencia o un gesto voluntarioso. La realidad es que nadie en el Congreso va a convocar elecciones, si de lo que se trata es de lucrar y seguir lucrando un rato más. Además, lo que le urge al país es estabilidad y el lugar de donde venga no tiene la menor importancia. En base a esta urgencia de “estabilidad” no nos afectará que los congresistas no abandonen sus puestos, sus sueldos, sus influencias y sus posibilidades de hacer lobby solo por un mandado de Keiko ni, mucho menos, por una inusual e imposible presión popular.
Y la última idea expuesta me lleva a tratar el tema de la representatividad. El proceso de vacancia iniciado el año pasado no gozó de representatividad en ni un solo momento ni esta reposó en ninguna de las partes involucradas.
El Congreso no representa ni puede representar a nadie que sea distinto a un farsante.
El Presidente tampoco puede representar a nadie. Sobre todo, desde que traicionó los motivos por los que fue considerado una opción en contra del fujimorismo. Desde el momento en el que se firmó el indulto de Alberto Fujimori, PPK, perdió la poca credibilidad que se le había otorgado mediante la más grande ficción democrática que se haya presenciado en nuestra historia.
Para algunos el hecho de que haya favorecido a la International Petroleum Company, dirigida por David Rockefeller, al inicio del mandato de Velasco pasó a un segundo lugar dado lo ominoso de consentir que un Fujimori asumiese nuevamente la presidencia del país. El tapado de nariz suscitado en las urnas hizo suponer que el pueblo peruano no consentiría ninguna arbitrariedad que vejase la dignidad nacional. Sin embargo, esta ilusión fue devastada al ventilarse el caso Chinchero. Primera muestra flagrante de la impronta deleznable del gobierno ppkausista.
Que las dos opciones para suceder a PPK en la presidencia se vean tan contaminadas como él mismo, uno por el caso Chinchero, precisamente, y la otra por el Baguazo, nos muestra la necesidad de realizar una verdadera revolución no en lo tocante al sistema económico, aunque, sin duda, este sí requiere de una intensa reforma, sino en lo concerniente a los actores políticos que deben asumir puestos de representación y dirección de un pueblo peruano que aun espera la erección de monumentos a la gloria, al honor y la dignidad y no el cadalso al que nos condenan los integrantes de la clase política actual.
Sin duda, en otro momento, a este cisma de corrupción y de incertidumbre hubiese correspondido un golpe de estado y en el supuesto más elevado, un proceso revolucionario inflamado por la efigie de algún caudillo. Ahora, solo corresponderá a la quietud de la ciudadanía que sin ninguna clase de dirección esperará llegar al bicentenario para seguir encumbrando a la gastronomía peruana como factor de cohesión de una identidad nacional aún sin definir porque si la definiésemos en este momento el Perú mismo pasaría a ser el noveno círculo del infierno de Dante, la Giudecca.
¿Qué gana Keiko con esta cruda exhibición de poder si tras ser vacado PPK, el siguiente gobernante electo puede disponer de la anulación del indulto dado a su padre? ¿Acaso ella pretende negociar la inviabilidad de la vacancia?