Opinión

Inland Empire, de David Lynch (2006)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Preguntas. ¿Qué puedo decir YO de Inland Empire? ¿Nada? Algo, pero. ¿Me temo que nada nuevo? Entonces: ¿qué puede decir Inland Empire de mí? ¿No será algo muy privado? ¿Lo quiero decir aquí? -Y al final. A quién le importa-. (¿O por qué mejor no hago una película, escribo un ensayo o trabajo en una obra literaria al respecto?) Pienso, me detengo. Releo las frases que acabo de escribir. Cuál respondo primero, ya que se trata de responder. O eso se supone. (Estoy curiosamente en o cerca de un abismo de vértigo, es decir, me acerco así a la película sin haber sido muy concreto.)

Vuelvo a cambiar de opinión. Me pregunto ahora algo que creo que me resulta más rápido y fácil, y es importante: ¿qué dice Inland Empire de David Lynch? Así como Jean Renoir con La regla del juego (1939) llegó a su cumbre creativa -para citar una película que amo- creo que Lynch logró lo máximo que podía lograr con Inland Empire, y ya no irá más allá.

¿Qué logró Lynch? (No quiero preguntar, o no es este artículo: ¿se le puede pedir más?) Los lectores estarán cansados de escuchar la palabra posmodernidad y de escuchar la expresión ‘el fin de los relatos’. Los espectadores más despiertos y curiosos (no me engaño, no son muchos, de hecho, puede que sean cada vez menos) buscan, no será todo el tiempo, sí buena parte de su tiempo, experiencias nuevas. No la mera novedad que vende la publicidad de las películas, la novedad en su aspecto más simplón y rastrero, para no decir, o mejor sí, inexistente. No buscar ‘lo que aún no se ha hecho’ es la muerte.  

¿Qué me dice Inland Empire del cine, de las posibilidades del cine, de la esencia del cine, del futuro del cine? Inland Empire es un canto a las películas baratas que te permiten libertades inauditas que tantos ingenuos, corruptos, cínicos cineastas zombi-burócratas travestidos de artistas, no pueden permitirse, ni siquiera en sueños. Inland Empire es imperfecta y con huecos, pero esos huecos valen más que filmografías enteras de muchos. Cualquiera que no sea idiota puede desmontar las estructuras narrativas que Lynch usa, pero no cualquiera las lleva al límite sin que la película explote o implosione y se desintegre.   

(Columna publicada en Diario UNO)

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