Escribe Jorge Delgado
Una vez producida la independencia de España las élites aristocráticas se resistieron al nuevo orden liberal republicano de Igualdad ante la ley y rechazaron los nuevos valores éticos y morales de la institucionalidad del nuevo Estado que se oponía a la corrupción heredada del régimen español. La doble moral de la clase dominante entre lo que decía y lo que hacía se materializó con la permanencia de la esclavitud durante 45 años más y la distancia entre el mundo criollo y el indígena se extendió también durante 45 años, más manteniendo el tributo indígena. La exclusión y explotación al indígena y a los afroperuanos, imposibilitaron la construcción desde el inicio del Perú republicano de una sociedad con una identidad nacional compartida.
El posterior militarismo, el caudillismo, la plutocracia, la república aristocrática, las dictaduras y el gamonalismo serrano, trajeron consigo el abismo social, la derrota ante Chile, la desmembración del territorio nacional, el estado empírico y ausente, el centralismo excluyente, el racismo, el genocidio indígena en la Amazonía, la no construcción de un Estado nacional. Hemos sido ingratos al olvidar a los hombres y mujeres que nos dieron la libertad y hemos rendido pleitesía y monumentos en nuestras principales plazas a los ejércitos extranjeros que por su propio interés vinieron al Perú para acabar con el poder español. No es casual que algunas y algunos de ellos murieran traicionados, en la miseria, abandonados u olvidados, asesinados o en la soledad del exilio.
Lo más importante, trascendental y olvidado para los peruanos de hoy lo hicieron los verdaderos revolucionarios que dejaron como legado su ejemplo de vida y el pensamiento liberal republicano que fundamenta la democracia actual. De todos ellos es a José Faustino Sánchez Carrión, El Solitario de Sayán a quien reconocemos como el más excepcional e importante revolucionario, ideólogo, gestor de la independencia y Fundador de la República del Perú. El actual Congreso lo ha reconocido como Benemérito de la Patria y Forjador de la República, declarando el 2 de junio como su día. Queda pendiente efectivizar dicho reconocimiento en libros, filmes, documentos, calles y plazas, especialmente en la próxima celebración del Bicentenario.
En este siglo XXI, paradójicamente rige con más fuerza que en los siglos XIX y XX la herencia de la Revolución Francesa del siglo XVIII. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que dio origen a lo que hoy conocemos como La Declaración Universal de los Derechos Humanos, es la base legal, ética y moral de la Democracia que hoy demandan los pueblos.
Pero los ideales liberales de nuestra fundación republicana no se han realizado completamente y quedan aún por cumplirse plenamente los derechos civiles, laborales, culturales, de equidad de género, de igualdad de todos ante la ley. Los derechos nacionales y culturales de los pueblos indígenas, los derechos ciudadanos de quienes tienen diferencias en su orientación sexual, la desaparición de la discriminación racial y la plenitud de un Estado laico no confesional.