El pintor Fernando de Szyszlo hace tres días habría cumplido 99 años de vida; pero él aún vive a través de sus obras que lograron consolidar esa cromática especial que supo imponer con el paso de los años. El autor del ‘Sol Negro’, ‘Intihuatana’ e ‘Inkarri’, falleció junto a su esposa Liliana el 9 de octubre del 2017. Ambos resbalaron desde la peligrosa escalinata de madera que conectaba al taller de pintura. Recuerdo que una vez le recomendé a Fernando: “Debes tener cuidado con esta escalera porque los pasos son resbaladizos y tampoco tiene barandas”.
Tengo que evocar con desazón, que tras el fatídico suceso de los esposos Szyszlo, la selección de futbol empató con la escuadra colombiana y logró su pase al repechaje y tras vencer a Nueva Zelanda, el equipo peruano consiguió regresar a una Copa Mundial de Futbol, tras 36 años de fracasos. Esta noticia futbolera fue injusta para la partida de Szyszlo que pasó desapercibida, pero a pesar de eso, su presencia nunca se extinguió. Siempre cuestioné que él haya subestimado el trabajo artístico de Joaquín López Antay cuando recibió el Premio Nacional de Cultura en 1975; sin embargo, un buen día me despojé de prejuicios, cogí la grabadora y me fui a casa de Fernando y entablamos una conversa extensa, yo diría la más larga y entrañable, pero nunca imaginé que la entrevista para la revista Lima Gris se convertiría en la última entrevista que dio el maestro para una publicación impresa.
Aquella vez vi a un hombre más humano, más empático, por momentos taciturno, pero también locuaz. Entonces, me confesó que utilizaba la luz natural para obtener los colores deseados. También me habló de la verticalidad de su padre que no quiso que pinte y que lo persuadía para que acabe arquitectura en la UNI. Pero cuando habló de su madre María y de lo mucho que la amaba, sus ojos le brillaban de nostalgia. Hizo una pausa y contó que siempre tuvo tiempo para darle un beso, pero luego entristeció y confesó que le hubiera gustado verla y que ella lo viera cuando ya era un reconocido pintor. Las anécdotas en Europa salieron a la luz y reconoció que allí recién aprendió a pintar. “En la pintura no hay nada qué entender, solo hay que sentirla; es como una música”, sentenció.