Johnny Depp se ha tomado 161 botellitas de whisky en medio de prostitutas, salsa y el sol de la playa. Depp es Paul Kemp, un periodista norteamericano que vive en San Juan de Puerto Rico a principio de los sesentas. Un free lance recién salido de la Fuerzas Armada de los EE.UU. y que desea destacar en el diario The San Juan Star. Depp nos muestra una constante en el universo de la prensa de ese entonces. Él es un novelista sin libro y por lo tanto un borracho solitario metido a reportero. El periódico está a punto de cerrar y todos cohabitan entre el calor de “la isla del encanto”, el sórdido deseo arrecho, el trago y la desazón genética. Es una película, cierto, pero es verdad. La ficción siempre es verdad, y no lo voy a explicar otra vez.
En el film de Bruce Robinson, “Los diarios del ron”, Depp le rinde un homenaje a su amigo Hunter S. Thompson, el profeta del periodismo “Gonzo”, un jijuna. Es una ‘aguaitada’ a un episodio que vivió el primer Thompson. Un film de periodistas. Intento donde la magia del cine resulta infructuosa. Todas las películas desde el periodismo resultan un acto fallido. Las hacen sujetos que supones que ser hombre de prensa es andar de Quijote. Se equivocan. Así como no hay grandes películas sobre el fútbol tampoco existen películas memorables sobre la gente de prensa y su medio. Antes de cualquier cosa, resultarán aburridas y nada de lo que cuentan es cierto. En el cine todo lo cierto es falso y al revés, y no lo voy a explicar otra vez.
La película al final es un laxante ético y finaliza como un mamarracho sintético. Queda la vida de Depp o de Hunter S. Thompson como muestra médica, y la sentencia: “no dejes que la realidad te estropee una buena historia” y el “no dejes que la ficción se pierda una buena historia real”. Y Thompson sabe del equilibrio que nace del hecho de que la realidad supera a la ficción, pero a su vez necesita de las herramientas de la ficción para que su verdad resplandezca. Paja, Thompson cada vez está confrontando a los periodistas de diferentes grupos sanguíneos. Esos insensatos de la sección política, los obtusos de espectáculos y deportes, los inhumanos de economía y el resto, aquellos que escriben crónicas y los que redactan el horóscopo, que son lo mismo. Una verdadera jauría altanera y sin caldo de fondo.
La palanca nietzscheana de “vivir peligrosamente” (es decir, a forro) para soñar con un vómito de imágines y metáforas y pesquisas, que se plasmen luego en una crónica, obvio sin que antes no te pudra una incontinencia de bilis, es la máxima de Thompson. ¿Y qué carajo es “gonzo”? Cierta vez Thompson dijo que no sabía. Estaba borracho de solemnidad. Para unos es un concepto que deviene del italiano para calificar a alguien de “bobo”. En el Perú se diría “pavo”. Y también habla de una sana costumbre de los irlandeses afincados en Boston, aquellos que son capaces de tenerse en pie cuando el resto de sus compañeros de borrachera ya están “hechos”, derrumbados, orinados por los perros.
En el libro “El escritor gonzo” de Anagrama 2012, Thompson trata de explicar su fórmula. Dice que como es una suerte de canto total debería leérsele como quien escucha una ópera bastarda en un ambiente cuadrafónico. Que para apreciar su valor uno tiene que ubicarse en una habitación amplia, si es por la tarde mejor, con fuego en la chimenea y si hay estímulos de “drogas & música”, mucho mejor. Huevadas. Si uno quiere leer, mejor en las mañanas. Si uno quiere escribe, mejor en las mañanas. Y si uno quiere hacer el amor “sincompasión” y con la más fogosa pasión, mejor en las mañanas. Como ‘Papa’ Hemingway.
2.
Hay dos películas peruanas sobre el periodismo que me gustan. “Reportaje a la muerte” de Danny Gavidia -bien Diego Berti y mejor Marisol Palacios- que narra el famoso motín en El Sexto y que cuenta desde ese infierno un romance chicha entre un camarógrafo y la reportera que termina en el ring de las cuatro perillas. No es cierto, desconozco mayormente. La otra es del gran Pancho Lombardi, “Tinta roja” homónima a la novela del chileno Alberto Fuguet. Drama duro en la redacción de un diario limeño. Mezcla de “Última hora” y “La Tercera”, cuando los periodistas eran bohemios y no los yuppies que hoy adormilan en las redacciones de descafeinadas de hogaño.
Ni los periodistas somos tan sórdidos ni tampoco unos santos. Todo lo contrario, existimos como cualquier hijo de vecino solo que con más angustias y menos plata. Yo ingresé a mis tiernos 24 añitos a la redacción de un periódico con gente cuajada por no decir maleada. No tomaba, apenas jugo de papaya. Belaunde había regresado para su segundo gobierno en 1980 y había como una primavera democrática en el Perú hasta que apareció Sendero Luminoso y ahí se jodió la cosa. El famoso “Chivo” Castillo me dio su secreto y el ron me convirtió en un tipo duro. Desayunaba con Pomalca y la cortaba con Cartavio ante el espanto de mis papás. “Es que así me hago experto en la ‘pirámide invertida’ y uso de los adverbios”, les decía. Fui ahijado de Paco Landa y ese bautizo duró una semana y terminó con ‘jalapato’. Nunca fui el mismo.
¡Ah, los periodistas! A propósito, en estos días se estrena la segunda temporada de ‘The Newsroom”, la serie de televisión creada por Aaron Sorkin para HBO. El rollo cuenta cómo se vive en un informativo de un canal de noticias norteamericano 24 horas al estilo CNN. Este año regresará también a la BBC “The Hour”, serie ambientada en un informativo semanal a finales de los 50. ¿Interesa qué miércoles le sucede a la gente mientras trabaja en la televisión? Me llega. Prefiero una serie sobre trabajadores de construcción civil o sobre la rutina de los gym de Chacarilla del Estanque.
3.
Yo mismo fui periodista de televisión y hasta llegué a productor periodístico en un programa de reportajes de los domingos en un canal del que no quiero hablar. Su dueño, Genaro Delgado Parker quien con amenazas me quiso obligar a preparar un reportaje sobre el negociado de la compra de aviones Sukhoi a Bielorrusia por el gobierno peruano en 1997 con Fujimori y Montesinos. Cierto, me negué. Era un robo escandaloso que repartía millones a los dueños de todos los canales de televisión. Yo hice el reportaje diciendo que aquello era una ratería. Obvio, no salió. Ese domingo me botaron acusándome de antipatriota. Yo los mandé a la mierda y me quedé pateando latas. Al mes me divorcié. Mi ex esposa no soportó verme lejos de la televisión. Pobre.
En el caso de “Sala de Prensa o “The Newsroom”, su creador Aaron Sorkin nos muestra cómo se vive detrás de cámaras de un popular programa de noticias por cable en el canal ficticio ACN Network. Es gente “rara” desde el nuevo productor ejecutivo, el equipo de la sala de prensa y el jefe de la división. Hay un primer día de locos. Todos, no obstante, están comprometidos en una misión patriótica enfrentando los obstáculos corporativos, comerciales e incluso a sus propios dramas personales. Sorkin, que es un gran escritor y curioso, investigó en muchos programas de noticias de cable y se metió en el MSNBC’s , convivió con Chris Matthews el del programa “Hardball” así como departió en los sets de Fox News Channel y CNN.
En su equipo está el veterano actor Jeff Daniels. Fiero y mañoso, le da vida a Will McAvoy, el conductor y periodista respetado y controversial, un auténtico republicano caleta. Emily Mortimer es MacKenzie McHale, una mujer de calzón duro. El resto son periodistas y sus enemigos, los gerentes. John Gallagher Jr. en el papel de James Harper, Alison Pill caracteriza a Maggie Jordan, y Dev Patel, interpretando a Neal Samp. Todos son una manga de chiflados. No obstante, todos son la gran reserva de las series y películas norteamericanas: los actores secundarios. Sin ellos, EE.UU. no tendría reservas éticas ni canteras inmorales.
4.
Un detalle que encontré viendo mi copia pirata. “¿Qué hace de América el mejor país del mundo?”, pregunta un espectador al principio de “The Newsroom” a Will McAvoy. “Estados Unidos lidera el mundo en tan solo tres cosas: el número de ciudadanos en la cárcel, el número de adultos que creen que los ángeles existen y en el gasto militar”. Es una verdad pero parece mentira. Aaron Sorkin nos demuestra cómo funcionan las instituciones en los Estados Unidos. Cómo opera la prensa en general ahora mismo, en tiempo de elecciones. Es retazo de la misma tela. Esa historia que está narrada en “Ciudadano Kane” de Orson Welles, el clásico del cine, considerada como la mejor película de la historia sobre el magnate de los medios de comunicación William Randolph Hearst.
Y es también “Todos los hombres del presidente” de Alan J. Pakula sobre el ‘caso Watergate’ y los periodistas Woodward y Bernstein destapando la olla republicana del mismísimo presidente Richard Nixon. Es “Buenas noches y buena suerte” de George Clooney que cuenta el conflicto entre el periodista Edward R. Murrow con el senador Joseph McCarthy, ambientada en los primeros años del periodismo televisivo. Y déjenme recomendarles con pinzas “Frost/Nixon” de Ron Howard. Cuando Richard Nixon luego del caso Watergate y cuando había permaneció en silencio por cerca a un lustro, en 1977 le concede una entrevista a David Frost, un periodista de cuarta y que en realidad era apenas excéntrico presentador. En resumen, me quedo con “Días de radio” del mejor Woody Allen. La influencia de los medios en el Nueva York de la Gran Depresión. Donde hacen el amor la idolatría de los oyentes y las ilusiones de las estrellas de la radio. Bellamente sórdida.
Finalmente, cuando se le pregunta a Aaron Sorkin si nos va a mostrar la podredumbre de la prensa en EE.UU. dice: “Ahí están cadenas como Fox; y siempre que digo esto me acusan de rojo. Lo que no entienden es que mi problema con Fox no es su ideología republicana. Mi problema es que mienten y con sus mentiras no hacen otra cosa que engañar al espectador. Son varias las encuestas que demuestran que en EE. UU. el público peor informado es el que sigue Fox News. Están peor informados que los que no escuchan las noticias. Eso les hace muy peligrosos. Somos una gran potencia armada y muy desinformada. Es culpa de los periodistas que no insisten en lo que deben, que no preguntan lo necesario en lugar de preocuparse por los índices de audiencia, y también de los espectadores, que nunca deben ser el elemento pasivo de la ecuación”. Ni hablar, a meternos a esta “Sala de prensa”.