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Hugo Blanco, río profundo, de Malena Martínez (2019)

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Me gustó, la verdad, sobre todo, ver las caras de algunos jóvenes, emocionados, escuchando a Hugo Blanco, en una escena en una escuela. Sentí que el pasado (que el relato del pasado) solo tenía sentido si este pasado nos lleva hacia algún futuro… Y es eso justo lo que está, ahora más que nunca, en cuestión. Vivimos al filo mismo del hueco del no-futuro, y son ellos, más que nadie, los más jóvenes, la encarnación humana de ese… ¿futuro? ¡Y qué futuro!: uno que ya está en un punto crítico, casi de no-retorno.

El nexo, entre alguien muy viejo que sí tiene algo que decir, que es importante y urgente, y que tiene la autoridad para decirlo porque ha sido consecuente (cualidad humana bastante rara), y otros muy jóvenes, escuchándolo, era un momento fugaz pero pleno de potencialidades reveladoras y dramáticas. ¿Insistimos aún en olvidar que la catástrofe climática ya está entre nosotros? (Si menciono lo obvio es porque hay una alarmante represión de lo obvio.)

Y fíjense que, como contraste brutal frente al discurso anticientífico, asesino y suicida de los enemigos declarados de la humanidad, alguien como Hugo Blanco aparece, ¡sorpresa!, como un tipo totalmente razonable. “Pertenecemos a la tierra… la tierra no nos pertenece”. Haciendo suyas frases por cierto provenientes de saberes autóctonos y ancestrales. En efecto, Hugo Blanco descubre que su lucha por la tierra era aún más profunda -ahora, ampliada, es una lucha por la Tierra-.

Si la pertinencia del tema se agradece, la faceta ‘biopic al uso’ en este documental resulta problemática. El biopic tiende típicamente a ser -y a caer en- un mero y acentuado ejercicio de admiración, que a menudo puede ser también un ejercicio de simplificación (léase: encantamiento inerte y/o amor (casi) incondicional de fan hecho película). En algún nivel el personaje es sagrado, y en vez de desmontar el mito será mejor no tocarlo demasiado… Otros preferirán ‘golpearlo’ o picar a su personaje un poco más para sondear su capacidad mental, es decir, para verificar que no se rompe o cuartea a la primera. En suma, para comprobar de qué está hecho.

Me quedo con la impresión de que en lugar de habernos sumergidos en el río del título (que tratándose de Hugo Blanco seguramente era profundo) solo tocamos con rapidez uno que otro punto en la orilla… Hubiera sido mejor: centrarse, saltar menos en tiempos y espacios (¿idea de un documental moderno solo por cierto look, por estar fragmentado y por parecer ‘dinámico’?) y lanzarse a investigar en vivo e in situ la mente del personaje. Que se suponía era lo que había que hacer. ¿El río de su conciencia? Me parece desde todo punto de vista una gran oportunidad desaprovechada.

El lugar de Hugo Blanco en la historia del Perú es aún un campo de batalla. No provoca indiferencia, sino que agarra un nervio vivo. La película reivindica a este personaje y sobre todo a la lucha de un pueblo, muestra un camino y acierta al indicar y enfatizar que ese camino no está cerrado. Eso pasa necesariamente, no hay que olvidarlo (de nuevo lo obvio), por una ‘lucha por el relato’. Que nadie se sorprenda por eso.

Los mismos terratenientes, los mismos gamonales, los mismos hacendados, con los nombres o los disfraces levemente cambiados nos siguen esclavizando -y son los mismos que están acabando con el planeta, y lo hacen cada vez a mayor velocidad y en todas partes-. No hay que olvidar que (esto tal vez resulta menos obvio) ‘toda historia es contemporánea’.

Escena en interiores. Universidad de San Marcos. Un auditorio escalonado mayormente vacío. Viejos, más bien pocos, y estudiantes, todavía menos. La imagen, qué duda cabe, patética, podría ser una cínica respuesta a la pregunta sobre qué fue de los tiempos revolucionarios. La película no nos ahorra esa imagen, que desasosiega y amarga, y hace bien. Es un punto crítico, que se anota como de pasada.

¿Cómo contribuye el cine, o -monstruosa palabra- el ‘audiovisual’ a hacernos más conscientes, de nosotros mismos, de nuestra historia, de nuestro pasado, de nuestro presente y futuro, de nuestras opciones, de lo que debemos o podemos hacer? La pregunta tiene que abrirse más, siempre más, así como el rango de experimentación.

Y el Estado (ese mal ‘necesario’) está en la obligación absoluta de ser fiel a los fines democráticos que son la razón misma de su existencia. Atrévanse a llevar su teoría a la práctica.

Al mismo tiempo -todo hay que decirlo- algunos no necesitan de ningún Estado para expresarse ‘en cine’ de la manera más auténticamente libre. ¿Los burócratas y sus sesgos ideológicos Prom Marca Perú, qué pueden decirle a quienes se han tomado la increíble e insólita molestia de ser mínimamente conscientes de las reales posibilidades del cine?

El propio Hugo Blanco por su parte dice en este documental que nunca hizo menos que cuando estuvo en el Congreso.  

Aquí el tráiler.

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