Opinión

Huancavelica: La bella durmiente del Perú

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Por Raúl Villavicencio

El camino de retamas se abría paso flanqueando los rieles del tren que, ni lento ni perezoso, iba silbando sus mejores armonías al viento de junio. Atrás, en la cola del vagón, mi vista contemplaba la exuberancia de un paisaje milenario, donde el Mantaro empieza a llenar de vida todo lo que le bordea. En ese lugar, afortunado y maldecido por sus minerales, el tiempo va un poco más lento, siendo un espacio reservado para la inmortalidad.

La ciudad de Huancavelica me recibió como una madre que espera la llegada de su hijo extraviado que no encontraba el camino de regreso a casa; con su mejor sonrisa y con un cálido abrazo que hace que los problemas que uno lleva en la frente se desvanezcan en un instante.

Un camino empedrado se levanta a un costado de la vía. Arriba, en lo alto de una montaña, el Señor de Oropesa me observa atentamente. “Bienvenido seas, hijo mío, hemos estado esperando por años tu llegada. Esta es tu tierra liberada del azogue y del yugo de ultramar”, los Apus hablan en su idioma. En tanto, una señora me ofrece un vaso de chicha de jora al verme llegar a la cima: “Sírvase, joven”.

El sol se oculta y se asoman los danzantes de Arguedas con sus trajes luminosos, comparándose en magnificencia con las propias estrellas de Capricornio. Sus tijeras hacen trizas cualquier atisbo de mal augurio, quedando impresionado por la bravía de sus movimientos, pues son esos los que te hacen dudar si lo que todos llaman cielo en realidad es el infierno o viceversa; arriba y abajo por un momento se confunden, concediendo a las almas unos segundos para estar con sus seres amados.

Ese fulgor de los andes mis ojos admiraron por primera vez, preguntándome en dónde había estado todo este tiempo. La tierra del mercurio, de hombres pétreos, de mujeres tan hermosas que bien pueden ser la perdición de todo aquel que se les quede mirando por largo rato, de silencios inconmensurables, de extensas crestas donde alguna vez todos posaron su atención por sus riquezas. Todo eso aguarda hasta que otro más se atreva a redescubrirla y apartar ese velo que desde el propio Gobierno impide que se muestre toda su grandeza mística, despertándola de su letargo.

(Columna publicada en Diario Uno)

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