La tediosa conferencia presidencial de más de dos horas del 29 de abril dejó como balance más peruanos contagiados pero también más peruanos que empiezan a darse cuenta que el gobierno eligió, desde un inicio, ocultar la verdad. Un acto irresponsable porque la cruda realidad, tarde o temprano, se termina imponiendo por encima de los discursos o las justificaciones.
En la conferencia correspondiente al día 45 de cuarentena, la estrategia elegida fue utilizar las estadísticas. El presidente mostró cifras comparativas del Perú con países europeos y asiáticos. Pretendió establecer un absurdo paralelo con las exitosas experiencias de Corea y Nueva Zelanda. Un ejercicio inútil porque no se pueden comparar situaciones muy distintas en número de habitantes, sistemas sanitarios y formas culturales. Una estadística comparativa solo tiene sentido cuando existen criterios comunes o contextos similares. Cuando se usan, como lo hizo el presidente, se ingresa al terreno de las estadísticas como una forma del engaño. Solo faltó comparar el número de estornudos de un chino en invierno con los de un charapa en verano para decirnos que en Iquitos la situación no es tan complicada. Ya en el siglo pasado, el escritor Mark Twain había alertado de esta artimaña cuando señaló que “Hay tres clases de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas”.
La larga conferencia se distinguirá de otras porque tuvo de todo, incluso material para memes como aquello de comprar en un mercado y llevarse como yapa el Covid-19, un dislate surgido por esa necesidad de echarle toda la culpa a la gente con tal de no asumir los errores propios. Pero el balance nos debe llevar a la preocupación porque el gobernante está siendo envuelto en la telaraña que eligió tejer.
Puso en el escenario a un prospecto de humorista llamado Frank Britto Palacios —una cocina Surge para el que me diga cuantas camas hay en UCI—. Si su intención fue amenizar el tedio de la conferencia, entonces estamos en serios problemas porque ese señor es el responsable de la disponibilidad de las Unidades de Cuidados Intensivos en el país, el lugar al que un enfermo llega a luchar por su vida. Cómico de vocación, médico en sus ratos libres, cerró su intervención con esta frase: “El virus es rápido pero vamos detrás de él”. Es decir, estamos perdiendo.
Otro asunto que genera alarma es haber expuesto a la Dra. Pilar Mazzetti dictando, cual farmacéutica, una receta para combatir al coronavirus. ¿Nos han anunciado que tendremos que auto-medicarnos porque esta mañana los médicos dijeron que les faltan manos? La Dra. Mazzetti es la jefa del comando Covid-19 y el presidente no debe obligarla a una situación como la descrita. ¿O no les gustó que ella sea la única que dice las cosas tal cual son y han querido disminuir su imagen?
Aquel que está a cargo del diseño de las conferencias es un mono con metralleta cuyo nombre (o nombres) ya se sabrá. Las planifican pensando que estamos en campaña política y no se percatan que es una crisis con muertos, desempleo y hambre. En la conferencia de hoy optaron por cambiar de guión manteniendo la idea de mentir. Necesitaban otro tipo de espectáculo porque son conscientes del desgaste que han tenido el ministro de Salud (al que le saltaron los muertos que ocultaba con su enrevesado lenguaje de ONG); la ministra de Economía (no se puede seguir regalando bonos que no llegan a destino); y el premier Vicente Zeballos que se desgasta solo con su estilo de plazuela, ese que consiste en mucho sin decir nada.
Cuando el presidente dice “vamos a castigar los actos de corrupción; tengan la seguridad de que los culpables serán identificados” y todo el país sabe quiénes son, significa que ni siquiera está mintiendo bien. Cuando lanza la frase efectista “No sean frescos los que en su momento no hicieron nada” estamos en el escenario de la demagogia porque lo que interesa es el hoy, la miseria del pasado ya la conocemos y deploramos. Cuando se le escucha decir “¿Hoy es miércoles? ¿Sí? ¿Es miércoles? Uno pierde el sentido del tiempo”, significa que está abrumado. Entonces, hay que preocuparse.
Existe una salida. Como ciudadanos debemos exigir de una vez un cambio absoluto de estrategia y el gobierno debe admitir, en un gesto de respeto, que no sabe manejar esta crisis y que su elenco de setenta y cinco asesores tiene un error de base: fueron elegidos con criterios ideológicos y ésta no es una campaña política. Aquí se trata de la vida y la economía de los peruanos.
En este contexto, la prensa, de una buena vez, haría bien en ejercer su rol, dejar de ofrecer tribunas complacientes y presentar la verdad de lo que está ocurriendo. Tal vez de ese modo, el presidente Vizcarra entienda que el fiasco tiene una dignidad: la que corresponde al que admite sus errores y modifica el rumbo.