Después de que el Congreso de la República decidiera retirar el agravante por crímenes de odio por razones de orientación sexual e identidad de género, quiere decir, que si asesinan a gays, bisexuales, libre sexuales, lesbianas, transexuales o intersexuales, no se considerará crimen de odio y quedará impune. Me puse a pensar en las cosas que podrían cambiar a partir de esto.
El Congreso no se hizo problema al discriminar, a seguir siendo un cómplice silencioso de la homofobia, a seguir aceptando más vidas perdidas a pesar de las grandes cantidades de asesinatos que se registran.
El Congreso nos fuerza a no expresarnos, que no nos aceptemos, que nos sigamos escondiendo, que no existamos.
El Congreso cree que por que solo llegan a las portadas de diarios o televisión los crímenes de odio de alguien conocido, no es una cantidad considerable. Pero las personas comunes, las que matan a diario, no se saben de esas muertes, casi no se registran, entonces no pertenecen a la sociedad y nos excluyen.
El Congreso da un paso atrás, permite un retroceso para nuestro país, y se convierte en un acto repudiable y vergonzoso que puede cambiar la vida de la sociedad futura.
Aquel padre machista de un muchacho gay, que estaba luchando con su corazón para aceptarlo tal y como es, ahora piensa:
“Si el Congreso de la República lo ha decidido así, es porque la homosexualidad no es correcta. No está bien. No, no puedo aceptar esto en mi familia”
La madre conservadora que sospecha que su hija es lesbiana y pensó que lo mejor era conversarlo y apoyarla en lo que sea posible, ahora dijo:
“El Estado no lo considera como crimen ¿entonces qué futuro le espera a mi hija? Tendré que llevarla rápido al psicólogo para que se le pase”.
La adolescente que aun no se decidía si le gustaba más el beso que tuvo con su amiga que el de su novio, pensará:
“¿Cómo se me ocurrió si quiera pensarlo? ¿Cómo sería mi vida luego? Tendré que aceptar quedarme con mi novio, tal vez así se me pase y no volveré a dudar”.
El chico transexual que reside en España y quiso venir por sus vacaciones a ver a sus viejos amigos dijo:
“No me imagino pisar el Perú en estos momentos, me puede pasar cualquier cosa y nadie va defenderme”.
El muchacho que ya se encontraba dispuesto a confesarles a sus papás que lleva una relación de dos años con otro chico y se siente tan feliz cómo nunca antes, pensó:
“Ni cagando le digo a mis papás, tendré que esperar más años fingiendo. Ni cagando puedo salir del clóset”
El policía que hace guardia y siempre agrede a los jóvenes más femeninos que caminan cerca a él, le dijo a su compañero:
“¿Respeto? ¡Qué respeto se merecen esos maricones! A parte yo hago caso a mi País, lo que manda el congreso. Nadie me puede decir nada”
La evangélica homofóbica de mi vecina, conversando con sus hijos aun pequeños, les dijo:
“Esto confirma que son unos enfermos, y yo siempre lo dije. ¿Ven? Ni siquiera se les considera”
Mi papá que dice poco, pero en su rostro demuestra toda su preocupación, se enteró lo que el congreso decidió y me dijo:
“Ten cuidado hija, al salir a la calle”
Pero estoy segura que pensó:
“¡Carajo! ¿Porque mi hija aceptó esta vida? ¿Porque no está con un chico y se le hace más fácil todo? Ahora andaré el doble de preocupado”.
Porque una firma, un voto, unas palabras que pueden cambiar la realidad.
Y son estas cosas que nos vuelven inseguros, que hacen de la sociedad, una homofóbica y discriminadora. Son estas frases que irán de generación en generación. Lo que veremos a futuro será más comentarios homofóbicos en casa y más violencia en los colegios. Más hombres que te griten en la calle si estás de la mano con tu pareja, más señoras que te miren cómo si olieras a podrido, más serenazgos que te boten de un parque porque le diste un beso a tu novix con la excusa de que “hay niños cerca”, más papás que les sacaran ese “gusto” a base de correazos a su hijo, más madres angustiadas tratando de creer que es una “etapa”, más niños y adolescentes que seguirán en su dualidad de aceptarse tal cómo son o vivir escondidos.
Porque nuestro Estado, nuestro Congreso, nuestro País nos discrimina, nos dice que si somos gays, bisexuales, libre sexuales, lesbianas, transexuales o intersexuales, entonces nuestra vida no vale nada. Nuestros golpes, nuestras ofensas diarias no son realmente discriminaciones, no están dentro de una protección de la ley. Porque nosotros no estamos incluidos dentro de las defensas de los Derechos Humanos. No existimos en esta sociedad. Porque para el congreso los que violan, apalean y torturan a un ciudadano homosexual solo por serlo, no es motivo para sancionar rigurosamente. Porque el congreso esconde su homofobia debajo del manto que dicen llamar ley y el pobre argumento de nuestro congresista Julio Rojasfue: “la defensa de los derechos humanos no se da en base a la atracción sexual o la atracción por la droga”.
Este es el País en el que vivimos, el Estado y Congreso que nos hace sentir desprotegidos, violentados y excluidos. Porque se vuelven cómplices de todos los asesinatos anuales. Porque no quieren hacer más descriptiva o un poco más largo el artículo del código penal, para que las agresiones motivadas por la orientación sexual y la identidad de género no fuesen castigadas con penas agravadas.
Porque no se dan cuenta que esto le haría bien al País, que el hecho de incluir a más sectores sociales evitaría tanta violencia, tantas muertes y un severo rechazo a seres humanos de parte de estos mismos.
Y si el Congreso ni el País nos defienden ni nos protegen. Solo nos queda seguir luchando por nosotros mismos y por las generaciones futuras. Luchar porque sí existimos, porque sí somos capaces de enamorarnos de cualquiera, independientemente del sexo, y no tenemos por qué escondernos. Y porque seguiremos en la lucha. En pie, gritando, defendiéndonos y tratando de hacer de este país, uno libre de crueldad y violencia. Y lograr un mundo mejor para todos y todas.