Debo a una búsqueda aleatoria (“random”) en Youtube y a la distracción de una tarde dominical el haber hallado que las canciones originales de varios de los éxitos de Ricardo Montaner tienen ascendencia en Italia, cuna del pop ochentero más sofisticado y apasionado del orbe latina.
Prescindo de todos ellos con gran facilidad excepto de la base musical del clásico «Déjame Llorar», tema que siempre me ha conmovido profundamente por la escalada de imágenes desoladoras y la pesada carga sentimental implícita en un canto dedicado no solo a un amor imposible sino a un amor que no acepta ni se resigna ni ante la propia muerte de la amada (el único amor realmente imposible).
Agregado sea de paso, esta canción es (para mí) la suma de las virtudes expresivas del venezolano de agudísima voz y el encumbramiento de su lírica, cursi y simple aunque muy efectiva y prácticamente perfecta respecto de sus propósitos (una canción inolvidable escrita sobre las nubes de otoño, como más o menos dice su propia letra).
Me refiero a Oltre la montagna de Anna Oxa, alta beldad dorada de voz aun mas áurea y elevada (con letra de Adelio Cogliatti, Piero Cassano y Franco Ciani). Esta canción nos muestra, por otro lado, la vuelta opresiva de una mujer ante sus propios celos y la incertidumbre de estar con un coloso ante el que se siente pequeña y desprotegida como una flor sin refugio alguno ante las caricias o los embates del viento ya sea que su amante sea al mismo tiempo una brisa y un huracán o una lluvia de fuego y erupciones ctónicas.
Las circunstancias de cada canción son diferentes como las letras y expresiones sentimentales de cada una, pero comparten la base sonora en gran medida, mas no ahondaremos en ellas porque, curiosamente, la dispersión aleatoria de la búsqueda llevó de inmediato a una versión en vivo de Take My Breath Away de Berlin y acto seguido a otra representación en vivo de Forever Young de Alphaville por Laura Branigan e, incluso, otra muestra en concierto de Don’t you forget about me de Simple Minds, inevitable soundtrack de El club de los cinco de John Hugues.
En este punto detuve la vuelta aleatoria y puse la interpretación de Montaner, la original de Alphaville y mantuve, eso sí, la gran expresión en vivo de Take My Breath Away de 1987 aunque en el video no dicen ni la fecha exacta ni dejan señal alguna del lugar del concierto e hice lo mismo con la gran canción de los escoceses Simple Minds.
Todas estas canciones las repetí unas tres o cuatro veces (y hasta cinco) en tanto terminaba un par de artículos sobre el cine peruano (y la falla identitaria que padece) y una visión rauda sobre el panorama de la poesía y el suicidio, además de esbozar un comparendo entre la muerte de Botero y el cumpleaños de Belli.
Todo ello no habrá replicado el desmayo de Dante ante las sombras de Francesca y Paolo en el Quinto Círculo del Infierno, pero casi.
En ese sentido, se me ocurrió pergeñar una aproximación a esta serie de canciones que casualmente me ofreció Internet pendiendo de una intuición: en el Siglo XXI ya no se aprecian masivamente las grandes canciones románticas (sin que importe si te gustan Ed Sheeran o Natalia Lafourcade).
Debe ser que el fin de los grandes sistemas de pensamiento solo dejaron en su lugar una suma de estructuras vacías o que el derrumbe del muro y la caída de la URSS afectaron la entraña misma de la humanidad y eso cerró, de alguna manera, la posibilidad de exaltación del romance durante los noventa en Europa y EE.UU. (aunque la portentosa I’d Do Anything for Love -But I Won’t Do That- es de 1993) y en el resto del mundo del 2000 en adelante.
Esto no quiere decir que el bloque socialista fuese siquiera deseable desde lo práctico, pero creo que daba cabida a algo más que el mero cálculo y evitaba, así, la uniformización reinante.
Entonces, cuando todo aquello se redujo a ruinas, el mundo entero perdió la ilusión en todo, incluso la esperanza y la pasión. Al fin se había llegado al grado extremo de no tener nada en qué creer y los resultados son devastadores como podemos constatar el día de hoy.
Hasta ese momento la gente había estaba loca (sobre todo en los ochenta) por el amor y la muerte, pero, ahora se evita la exposición al amor y pocos se atreven a verle la cara a una muerte de la que se huye de todos los modos posibles.
Parece que hasta los años ochenta la humanidad quería vivir con la mayor intensidad posible en tanto que el mundo entero se vaciaba de sentido y se convertía en una mera columna contable o una vitrina de exhibición y así, no paradójicamente sino como un contrapunto, a la década de mayor frivolidad y falta de espiritualidad (véase American Psycho, por ejemplo) se le dio como complemento muchas de las baladas mas intensas del siglo.
Ahora, en cambio, se vive una aparente vía de no retorno en torno al éxito, el progreso y la productividad en tanto que no existe ni el pecado ni el riesgo de la hecatombe universal (al menos no con la intensidad que presenciamos en los ochenta), ni tampoco grandes bandas sonoras para las pasiones de hoy cuando ya ni los poetas mismos cantan al amor sino bajo miles de subterfugios o con complacencias mediocres desprovistas de un espíritu genuinamente grandioso.
La que sigue es una de las más bordes ballads power típicas de los ochenta y emblema del mayor momento pasional de Top Gun (película de la que han explorado todas las connotaciones perversas en lugar del asunto de fondo que es muy sencillo, un hijo que reivindica su propio lugar en el mundo al restituir el honor perdido de su padre siendo así el mayor héroe entre el conjunto de héroes, más o menos anodinos, contra los que compite) cuando Charlotte «Charlie» Blackwood en su convertible Porsche 356 Speedster de 1958 persigue a Maverick a toda velocidad, lo alcanza, lo confronta, le dice su secreta verdad y el otro cumple como corresponde a su papel y se suelta en ella justamente con Take My Breath Away de fondo.
Luego, sobre la inminencia de una hecatombe atómica que justamente me sugirió la idea central del presente texto, no hay ninguna canción mejor que Forever Young de Alphaville, cantata en la que se sugiere a sus oyentes que vale la pena bailar aun si el cielo se desprende en trozos inmensos de fuego vivo y justamente esta apareció en la conjunción aleatoria que describí en un primer momento.
Y sobre estar solo y perder y pese a eso seguir bailando solo nada como la magnífica D’ont you forget about me, aunque encubre una suerte de reproche medio patético reivindicado solo por la energía de la canción y por esa parte introductoria en la que literalmente se canta que (pese a desear que no caiga uno en el olvido, tampoco se va a dejar de vivir y bailar)»¿No vendrás a mirarme?/ Estaré solo, bailando lo sabes, Nena», lo que implica que pese a perder y pese a no resignarse uno al olvido de la otra persona, tampoco hay motivos para destruirse (algo más en la onda del presente siglo).
En fin, a todo lo expuesto se podrían agregar las intensas baladas power de Foreigner y tantas otras y todo bien.
En todo caso, no sé si solo sería por todo esto o por creer (y saber) que la extinción de la humanidad entera (por vía atómica) era inminente, pero en aquellas viejas canciones los protagonistas se lanzaban como frágiles fieras ávidas de perdición y salvación, al mismo tiempo, en los cuerpos y las almas de sus amantes.
Si el varón está a la altura, la pasión de una mujer no tiene límite alguno.
Si la mujer está a la altura, la pasión de un varón no tiene límite ninguno.
Pese a todo y aun con el mundo en contra o contra la indiferencia del mundo, la gente sigue perdiéndose, encontrándose y destruyéndose en sí misma a través de los otros, pero el riesgo es cada vez menor y la sociedad no da cabida a tanta fantasía y, sin embargo, como cantaba Meat Loaf, aún hay gente que iría de ida y vuelta al Infierno por amor y creo que solo eso nos salva de caer de una vez y para siempre en el ferocísimo hoyo de fuego negro del fin del mundo.