Actualidad

HISTORIA DE UN OSO FEROZ EN 10 MINUTOS

Published

on

“Historia de un oso” es el primer cortometraje chileno en ganar un Oscar, quedando encima de trabajos hechos por Pixar-Disney como “Sanjay’s Super Team”, la rusa “We Can’t Live Without Cosmos” o las favoritas “Prologue” o “World of Tomorrow”. Una verdadera sorpresa que se tumbó a toda la tecnología de vanguardia americana y europea apelando solo a recursos propios, un gran ingenio y una poderosa imagen poética. Y es que el director, Gabriel Osorio, no solo cuenta una fábula o una denuncia, que muy bien podría ser tomada en cuenta por los amigos de los animales (que así fue), sino que muestra una historia personal, un pasado político de persecución donde su abuelo fue encarcelado y luego expulsado del país por Pinochet y obligado a vivir únicamente de los recuerdos.

La historia arranca con un oso que se encuentra solo en casa y preparando su organillo y su diorama para salir a trabajar a la calle tocando su campana. Luego aparece un niño y por una moneda se le permite apreciar y ser testigo de toda una historia que termina siendo el metatexto o el mismo drama del oso protagonista: una familia feliz que vive en un edificio; luego, por extrañas circunstancias, viene la policía y detiene a todos los vecinos y habitantes. El oso es confinado en un circo y obligado a trabajar haciendo piruetas y actos de acrobacia. Hasta que, nostálgico y desesperado, decide saltar por los aires en una bicicleta, escapar raudamente de sus captores e ir en busca de su familia.

Por momentos, pareciera que se filtrara el mensaje de la clásica canción de El Oso del argentino Moris (Mauricio Birabent) quien decía que, cuando entonó por primera vez este emblemático tema de libertad, no paraba de llorar: “Yo vivía en el bosque muy contento,/ caminaba, caminaba sin parar./ Las mañanas y las tardes eran mías,/ por la noche me tiraba a descansar./ Pero un día vino el hombre con sus jaulas,/ me encerró y me llevó a la ciudad./ En el circo me enseñaron las piruetas,/y yo así perdí mi amada libertad…”. O también, como muchos han dicho, quizás, en su aparente imagen, un cuento para niños, también por la música del organillo o la canción de cuna que se filtra en todo el corto y que, prácticamente, reemplaza a cualquier diálogo o monólogo posible y también porque no se hace necesario el intercambio de palabra y, como en el cine mudo, todo se deja al sobreentendimiento. No obstante, el final nos remite a que hay un dato escondido que el mismo espectador  tendrá que buscar o, caso contrario, conformarse con la metáfora.

La técnica empleada en este cortometraje de solo 10 minutos de duración (y casi cuatro años de duro montaje en la productora Punkrobot Studio), el trabajo artesanal con marionetas de hojalata, la inventiva, el stop motion, la maquetería, los recursos extrafílmicos, etc., nos vuelve a hacer pensar que el cine es más magia que imagen, o más poesía que fuego pirotécnico o autos que vuelan por los aires y que no es necesario hacer un mamotreto de dos o tres horas para mostrar la complejidad de una trama y exponer el talento, en muchos casos innato o que se une a la resistencia de la imaginación y del muy subterráneo “hazlo tú mismo”. Finalmente, se puede decir que el hand made ganó a la tecnología de vanguardia y que la fuerza del oso feroz, lo analógico, la naturaleza (“adopta el ritmo de la naturaleza; su secreto es la paciencia”, decía Emerson), etc., se impuso a la fuerza de los reflectores, el atrezzo y el celuloide de Hollywood.

Comentarios
Click to comment

Trending

Exit mobile version