Por Tino Santander Joo
El diario “El Comercio”, vocero de las dictaduras y de los grupos de poder económico y de sus representantes, publica el manifiesto de Hernando de Soto, “Capital popular: Recuperando el territorio”. En realidad, es la vieja monserga que presenta al capitalismo como un sistema natural, espontáneo y benéfico para la humanidad, ocultando que este sistema económico no es justo ni honesto, y que se sostiene en desigualdades estructurales que se enmascaran como naturales para justificar la acumulación de riqueza de una minoría dominante.
El capital es una relación social, no simplemente dinero o propiedad. Esa relación se establece a través del salario. Definir al capital como “popular” es una metáfora que oculta que la riqueza está en manos de unos pocos que dominan a la inmensa mayoría. El Sr. De Soto atribuye al capital y al microcrédito poderes mágicos, como si bastara con ellos para crear riqueza de manera misteriosa. Vende la ilusión de un capitalismo para todos, cuando en realidad oculta que este —por su naturaleza— no distribuye equitativamente ni el capital ni el poder.
La perorata del “esfuerzo individual” es el mecanismo ideológico más eficaz para ocultar la desigualdad estructural. Si fracasas, es tu culpa. Si no progresas, es porque no te esforzaste lo suficiente. Esta es la lógica que despolitiza la pobreza e intenta convertir la lucha de clases en retos individuales. Son fantasías ideológicas que sirven al sistema: mientras los trabajadores compiten entre sí por sobrevivir, los capitales financieros, los bancos y las grandes corporaciones controlan el poder y la economía nacional. El neoliberalismo: promueve un “individualismo competitivo” que debilita las organizaciones sociales y la resistencia política.
Como el viejo mago Gandalf, De Soto cree que solo las inversiones y la propiedad crean riqueza (lo cual es una media verdad). No menciona que el trabajo es el verdadero creador de la riqueza. Millones de trabajadores tienen salarios bajos: trabajadores agrarios o mineros informales son acosados por la gran minería y el Estado. No ve la realidad: olvida que las inmensas ganancias del capital son producto del trabajo no pagado a millones de asalariados. En lugar de reconocer esto, idealiza la informalidad como si fuera una economía subversiva que busca formalizarse. Pero la informalidad no es una etapa circunstancial: es un destino estructural del neoliberalismo tercermundista. Es la forma vil que el sistema desecha a los que no necesita, pero sigue explotando su trabajo y consumo.
De Soto predica: “Solo el individualismo salvará al mundo”. Si eres pobre, si no tienes agua ni desagüe, si no has estudiado, es porque no te esfuerzas. Es el viejo discurso que afirma que la igualdad ante la ley es suficiente, cuando está demostrado que la salud, la educación, la infraestructura y la seguridad son necesarias para la existencia mínima de las sociedades. No se trata del paraíso utópico del Estado de bienestar nórdico, sino de lo mínimo indispensable para vivir con dignidad.
El “capitalismo popular” o “capitalismo cholo”, como lo llaman los escribas de los grupos de poder económico, no es más que una frase marketera, una metáfora que promueve un individualismo subordinado a los bancos, a los salarios miserables y al Estado corrupto. No es un individualismo creativo, libre de ataduras, que permita la verdadera libertad. Es libertad para los ricos y sumisión para los demás.
Siguiendo la lógica de Asbanc, De Soto proclama que “el microcrédito y la educación financiera ayudarán a los pobres a salir de la miseria”. Pero lo que en realidad propone es una nueva forma de esclavitud: préstamos pequeños que se convierten en cadenas invisibles. Lo que no dice es que estas deudas obligan a millones a trabajar para pagar intereses usureros. La realidad ha demostrado que el microcrédito rara vez saca a alguien de la pobreza. Al contrario, reafirma la pobreza: el informal o emprendedor, se convierte en un esclavo del sistema financiero y no tiene opción más que trabajar sin parar, sin descanso, sin garantías hipotecando su futuro y el de su familia.
De Soto señala que Donald Trump y Xi Jinping entienden que la propiedad debe convertirse en capital. Señala que la intención de Trump por apoderarse de Groenlandia, Canadá, el Canal de Panamá, Gaza y Ucrania; y, en oposición, menciona cómo China invierte en infraestructura en más de cien países. Cree que la geopolítica imperial es un asunto psicológico o una evocación histórica. No comprende que el imperialismo es parte de la naturaleza del capitalismo, que en plena revolución tecnológica necesita expandirse para apropiarse de recursos y mantener su hegemonía.
No hay nada nuevo bajo el sol, Sr. De Soto, salvo las viejas recetas del “capitalismo mágico”, que ha encontrado un mago que quiere vender sus viejos hechizos como la solución a los problemas nacionales.