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HÉCTOR VELARDE: SEGUNDO FUNDADOR DE LIMA

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Héctor Velarde Bergmann, (Lima, 1898 – 1989) fue uno de los maestros de la arquitectura peruana y un notable escritor con una vena humorística incomparable. Su prosa merece una revisión obligada de sus libros y artículos periodísticos.

 

Héctor Velarde afirmaba que toda ciudad era una escritura. Y Lima tenía una muy particular, agregaba. Cierto, era un escrito –acaso un legajo– caótico, enrevesado, siempre vigoroso. Escritura de la vorágine de los cambios, la rapidez de las transformaciones, la velocidad de las mutaciones. Eso lo supo Héctor Velarde que fue arquitecto y escritor y que supo detener y/o fijar las transformaciones de la urbe en sus textos rotundos. Tarea difícil en una Lima que a partir de los cincuenta del siglo pasado vivió cambios drásticos y traumáticos. Modernidad, industrialización, migración, todos los procesos económicos, sociales y culturales, que hicieron de Lima, de ser ciudad adormilada y rumorosa convertida luego en megalópolis anárquica y perturbada.

A los textos de Héctor Velarde de carácter académicos sobre arquitectura habría que sumarles los diversos libros de ensayos sobre Lima, su ciudad, en proceso de fermentación y sus tratados  sobre arte más los innumerables artículos escritos en diarios, revistas, y publicaciones diversas. En lo real y la ficción, Velarde fue integral, y como buen limeño, sabía de todo. Y con fina ironía y con humor, hincaba el diente en la sensibilidad del limeño de linaje y los otros, los de cabotaje. Velarde era de lectores adictos. El Dominical lo publicaba cuando ese era un suplemento estimable. Ya no. Y se lo leía también en las ediciones de Juan Mejía Baca y luego en la colección de Populibros que dejara –y con arrugas en los bolsillos– Manuel Scorza.

De adolescente yo lo leía todos los fines de semana como si estuviese frente a un periodista sosegado. Cuando supe que era arquitecto entendí entonces que toda escritura es el arte de la construcción, diseño, edificación. Mejor, arquitectura pura con detalles ingeniosos de fondo. Aquello que se llama habilidad para someter al lector. Eso, hipnotizarlo. García Márquez hablaba de una carpintería y añadía que cuando sentía que el lector despertaba, apelaba a su taller, extraía un tornillo o una tuerca  –digamos un adjetivo o adverbio–, lo colocaba en su texto y vuelta, el lector hipnotizado. Aquello hacía Héctor Velarde. Baste leer La Perra en el satélite (Lima 1958, Ediciones populares) o El mundo del Supermarket (Lima 1968, Editorial Populibros), dos libros donde hay curiosidad, contexto, análisis, historia y sobre todo humor.

 

UN HOMBRE MODERNO

Héctor Velarde Bergmann nació en Lima en 1898. Por razones del trabajo de su padre, el diplomático Hernán Velarde Diez Canseco, pasó su niñez y juventud en el extranjero donde hizo sus primeros estudios. En Petrópolis, Brasil, y luego en Lausana, Suiza. Posteriormente siguió estudios universitarios de ingeniero-arquitecto en la École des Travaux Publics du Bâtiment et de Industrie de París. Por ello Velarde poseía una formación humanista universal con un espectro contemporáneo de fuste. Ya de arquitecto trabajó en los estudios de Victor Laloux (autor de la Gare d´Orsay) y de JHE Debat Ponsan en Francia. Antes de cumplir los 30 años regresó al Perú y encontró un país convulsionado en los últimos años del gobierno de Leguía. Lima en 1928 se había convertido en un crisol de ideas revolucionaria –el aprismo, el socialismo el indigenismo– cohabitando con estructuras arcaicas propias de una aristocracia de cartón, torpe y reaccionaria.

Héctor Velarde tuvo una relación particular con el Perú. Vivía en Francia pero él decía que estaba en Lima. Sus ancestros diplomáticos, no obstante, lo obligaron a residir en Buenos Aires desde 1921 donde halló un campo propicio para sus inquietudes intelectuales y de esa estadía conservó siempre su amistad con el escritor Adolfo Bioy Casares. En 1924 se traslada a Estados Unidos cumpliendo siempre con el servicio diplomático y se impacta con la arquitectura norteamericana, el Nueva York de los sueños, el Chicago de las pesadillas. En 1925 es invitado especial Congreso de City Planning y a la Conferencia Panamericana de Arquitectura. Antes de radicarse definitivamente en Lima en 1927 se casa con Leonor Ortiz de Zevallos –también descendiente de una estirpe de arquitectos– y con quien tuvo dos hijos.

Desde la década del treinta comienza su tarea de profesor de lo que sería luego la Universidad Nacional de Ingeniería. Sus cursos, todos, tenían relación con la arquitectura pero más con el humanismo. De ese tiempo también son sus clases maestras en la Pontificia Universidad Católica del Perú e incluso, es invitado a ser profesor de Historia del arte en la recién inaugurada Escuela Militar de Chorrillos y en la Escuela Nacional de Bellas Artes  El genio de Velarde lo obliga a publicar medios más adecuados para su formación. Pero no son textos tediosos de ciencias exactas sino que se tratan de verdaderos tratados de una ingeniería con un soporte social, de espíritu peruano y de condición funcional. Se pueden leer así su Nociones y elementos de Arquitectura (Lima, 1933. Imprenta de la Escuela de Oficiales), La Arquitectura en Veinte Lecciones (Buenos Aires, 1937), y Geometría Descriptiva (Lima, 1939. Ed. Lumen).

Héctor Velarde premiado por el presidente Fernando Belaunde Terry.

USOS DE PERIODISTA

Héctor Velarde entendía que todo su saber producto de sus experiencias en Europa, EE.UU. y Argentina debía ser difundido a las mayorías. Sus tareas desde entonces fue su dedicación febril a la arquitectura –sus obras sobrepasan el centenar–, su labor universitaria y, por cierto, sus escritos. En esta última esfera destacó como ninguno otro de su profesión. Por ello el gran público leía a Velarde como a un periodista de carrera. Y Velarde se identificaba con el periodismo como un afiebrado hombre de prensa. Por eso llegó a ser un líder de opinión. Cada crónica, cada reflexión, cada noticia de los avances tecnológicos de su tiempo, los escribía con un lenguaje transparente, utilizando incluso giros del habla popular, desechando lo erudito e induciendo al lector de manera sencilla a temas de reflexión que le permita tomar conciencia de lo que sucedía en la realidad. Cierto, con un agregado importante, el uso del humor. Pero no un humor ramplón e insustancial, no. Al contrario, lo suyo era la crítica irónica mezclada inteligentemente con la enmienda, carente de toda solemnidad, apuntando a lo natural, a lo sencillo del sentido común humano y más que nada, limeño.

Cierto, analizar esa Lima ya era todo una complicación. Lima de aires pasadistas sitiada por los migrantes que pugnaban por invadirla. Urbe ingresando a la industrialización descomunal y que crecía sin concierto. Metrópoli desordenada expandiéndose cual propagación oncológica. Lima que quería parecerse a Miami y que al mismo tiempo era ahorcada por las barriadas y cordones de la miseria. Capital con ansia cosmopolita que sufría en su interior con la informalidad y “la suciedad” de la anomia. Esa Lima pueblerina y sórdida denunciada por el poeta peruano César Moro en su epígrafe “Lima la horrible” –a la manera de Herman Melville– que agredía y aniquilaba.

Por ello Héctor Velarde funda una escritura propia que reflexiona, entiende y diferencia. Un registro originalísimo que ilumina. Y cierto, es excepcional aquello que figura en sus libros y crónicas. Si hay un texto que  describe a Lima es aquel que editó Daniel Cossio Villegas, director del Fondo de Cultura de México en 1943, “Itinerarios de Lima”, un clásico para el conocimiento de la arquitectura de la ciudad. Finalmente Velarde nos sorprende con sus poemas que escribió en francés y fueron ilustrado por Emilio Hart-Terré. Así, arquitectura, periodismo y poesía, es el descomunal aporte a nuestra identidad que este limeño ilustre ha dejado para descubrir a la capital del Perú, agresiva y placentera, todo al mismo tiempo.

Los Baños de Miraflores. Una creación de Héctor Velarde.

EL ARQUITECTO HUMANISTA

Héctor Velarde funda una generación notable de arquitectos peruanos junto a Carlos de Martis, Luis Ortiz de Zevallos, Rafael Maquina, “Cartucho” Miro Quesada etc. Son numerosos los proyectos ejecutados que van desde grandes obras institucionales o de carácter representativo, viviendas unifamiliares en zonas de Lima y hasta los primeros conjuntos habitacionales de carácter social. Velarde desarrolla una fructífera labor en la vertiente del neocolonial y en la llamada corriente del “neoperuano”. Así, su vida es no sólo un ejemplo de destreza profesional, dedicación al estudio o producción cultural, es sobre todo una muestra de integridad personal que se refleja en su producción arquitectónica contemporánea y sus textos edificada con las raíces del Perú.

Los techos de Lima

Por Héctor Velarde.

Empezan a bajar al nivel redondo de la tierra, los nuevos asentamientos populares limeños. 
El problema de limpiar los techos de Lima es pues un problema de psiquiatras, psiquiatras municipales y urbanistas. Es de felicitarse que lo hayan encarado. Era lo indispensable descargar el peso de esas subconsciencias acumuladas en las alturas y darle más garantías a la población disminuyendo la presión de las inconsciencias explosivas, todo lo cual puede enterrar, dentro de poco, bajo una lluvia apocalíptica froidiana-capitalista, a la capital enferma. ¡Pero qué curación más delicada y difícil! En psicoanálisis se conocen las monstruosidades que afloran en la subconsciencia y las amenazas de la inconsciencia. La limpieza de los techos de Lima puede dejar en libertad esas monstruosidades y desatar la amenaza de lo irracional. La subconsciencia no tiene fondo y la inconsciencia no tiene contenido: las casas pueden quedar vacías y los sesos de la ciudad regados por las calles y confundidos con putrina de anchoveta. ¿La limpieza no podría, quién sabe, hacerse con helicópteros para no turbar demasiado la psiquis de los limeños cuyas azoteas son sus propios cerebros pero patas arriba?  (“Antología Humorística”. Lima : Peisa,1973.) 

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