Actualidad

Hasta muy pronto Bob: Carta de despedida a Robert Burns, S.J. y filósofo del diálogo mágico

Una despedida a Robert Burns, el sacerdote revolucionario de almas y consciencias.

Published

on

Existió un Sr. Burns bueno, lo llamábamos Bob. Sacerdote, filósofo, catedrático, revolucionario de almas y de consciencias, amigo de Serrat, compañero de Cristo y amante de las canciones de Bruce Springteen. Hace unos días partió a la casa del Padre. Hace unos días que Lima parece más gris, pero la alegría de su sonrisa nos acompaña más que como un recuerdo. Este no es un óbito, es más bien una carta abierta a Bob.

You can’t start a fire/ You can’t start a fire without a spark

Tu problema Bob, es que eras tan sabio que te daba flojera dejar libros con tu nombre por allí, por eso volcabas todo lo aprendido en invitar a aprender a nosotros de nosotros mismos, y tan solo escuchándonos. Sin embargo, ¿y ahora yo qué hago con esto? Quiénes te conocimos sea mucho o poco no pudimos volver a ser los mismos. Si algo tenías claro, además de la piel que se te ponía roja cada verano, era que el diálogo era mágico, que escuchar es más importante que hablar, y que en una época de twitteros con altavoz y metralleta, era imprescindible luchar por acercarse al otro, por comprenderlo. Aunque a ti también te costaba a veces un poco escuchar. En fin, la Hipotenusa, somos humanos y a aprender venimos.

Querido Robert cómo haces falta ahora que en Perú todo parece políticamente enfrentado sin remedio, y es casi un milagro que sigamos andando como país. Que en Chile en menos de tres años se han polarizado a extremos previos a 1973. Que Argentina es una guerra declarada entre zurdos y derechosos, que en Brasil la cosa anda mal, que en Europa la cosa está chueca, y que, en fin, nuestro siglo parece condenado a ser otro siglo XX, pero con pantallas de seis pulgadas y Xanax. Que falta hace tener alguien que te escuche. El mundo parece quemarse, o estar listo para la hoguera. Con razón hace años que dejaste de fumar.

Fue en 1980 o en 1981 cuando te tocó ser cura en pueblos jóvenes de Santiago de Chile, los famosos poblados. Eras joven, había que ser muy joven para ir con una sonrisa a evangelizar a un país bajo plena dictadura de Pinochet y las caravanas de la muerte. Más de una vez los policías, si es que no eran los militares, sacaban al poblado entero a formarse de madrugada en una canchita de tierra. Para meterles el miedo. Ni a ti por ser cura te eximían de esos paredones de simulacros de muerte. Con treinta años ya conocías el borde de esa gran fosa común que era Latinoamérica.

Ain’t no angel gonna greet me / It’s just you and I my friend

Años antes eras un estudiante con inquietudes. Alguna eventual enamorada, la universidad, leer Cien años de soledad o Conversación en la catedral, las discusiones sobre la justicia en un país, el nuestro, dónde está promete nunca llegar o llegar tarde que es casi lo mismo. No te convencían los caciques de izquierda ni de derecha que gustaban pontificar cómo monseñores. Para monseñores, el Gran Cardenal monseñor Landázuri. Al poco te hiciste sacerdote, y jesuita. Pero eras hijo único y entonces los jesuitas rehusaban quitarle el único hijo a la familia, felizmente tu madre intervino y convenció para que tú fueras lo que desde adolescente ya buscabas, ser compañero de Cristo.

Lo tenías claro desde un principio, porque sabías lo esencial que enseñó San Ignacio de Loyola, y que me supiste enseñar a mi también: para escuchar hay que amar. No se puede comprender sin amar. Si hasta eso aplicaba para literatura. Para escribir sobre un personaje hay que empezar por amarlo. Solo así podremos conocerlo.

Me contaron tus amigos mientras se congelaban conversando en un patio, la misma tarde en que esperábamos terminarán de cremar tu cuerpo terrenal, que tus mejores años fueron cuando fuiste párroco en Breña. Para otros sus mejores años fueron ser tus alumnos de filosofía en la Pacífico. Que hasta para ser tu alumno competían para alcanzar las vacantes de tu cátedra. Y no porque disertaras sobre Descartes o Hume, sino porque el curso era ellos mismos, era el autoexamen socrático de conocerse a si mismos. Y tener el valor de aceptarse a sí mismos.

Is a dream a lie if it don’t come true?

Me contaron que fuiste un niño engreído. Me cuesta creerlo. Lo que si les creo a tus amigos es que te encantaban los chocolates. Que tenías voz de tenor o soprano, que tocabas la guitarra magnífico, pero también el charango. Cómo esa vez cuando catequizando y haciendo labor social fuiste a un fundo en ICA, y te ganaste la amistad de un obrero que solo verte la cara colorada te odio el primer día, pero tú astuto jesuita te lo ganaste cuando le propusiste te enseñara a tocar el charango. Y como te hizo sufrir aprenderlo. Y el día de la fiesta de la Virgen, tocaron los dos charangos en el escenario, y desde entonces se hicieron amigos, porque el arte, me enseñaste, nos abre a la comprensión, a comprendemos a través del mismo idioma, ese idioma que no necesita diccionarios que es el idioma de los sentimientos. Jamás te oí cantar, me hubiera gustado oírte. A mí tampoco me gusta cantar, no en público, por eso te comprendo.

Lamento decirte que en tu funeral solo hicieron un único chiste. Lo se, tu hubieras gustado de un poco más de sentido de humor con la muerte. Recuerdo que quedaron contigo pendientes un par de cuatro cosas. Tu tesis ¿ahora quién la acaba? En lugar de una tesis un manual para vivir novelado. ¿No me digas que tanto me hiciste leer a Martha Nussbaum, a Adela Cortina y hasta Husserl para que todo quede como el tren eléctrico en 1990? Hombre, eso es un chiste cruel. Sin embargo, quedó pendiente ese secreto que casi me cuentas y que te llevaste a la tumba, esa historia de como conociste a Dios en Cuzco. Hasta ahora recuerdo que casi me lo cuentas, como recuerdo la vez que me contaste sobre tu reconciliación con tu padre, la imagen tuya siendo lanzado de niño a la piscina, el miedo de morir ahogado y luego salir del agua. No olvido tu consejo la última vez que hablamos. No olvido que me consolaste, aunque sea por teléfono, cuando Albertina murió. Recuerdo las reducciones fenomenológicas, hallar la trascendencia de una frase, tu marco teórico para la vida. Recuerdo cuando emocionado entendí eso tan raro que tú me hablabas del mundo de la vida, y que fue como entenderlo todo, todo de golpe y en un solo sentido. Dios no es un juguete, me decías, que podamos manipular a nuestro antojo, es una relación personal, se basa en escuchar, no lo que queremos sino lo que el mundo de la vida nos ofrece. Porque tal vez no es una novia sino una amiga lo que la vida te da o también, no es un amigo sino un marido lo que el mundo de la vida pone en el camino de alguien. Es cuestión de escuchar, siempre y cuando queramos escuchar.

Y ahora qué, Bob. ¿Cuatro años más de Trump o tercera guerra mundial para Navidad? Cómo cuesta que no estés, aunque no hayamos sido amigos y solo nos relacionara tu tesis. Se extraña solo lo importante cuando ya no es accesible. Pero tú, Bob, eras imprescindible, y eso duele. Creo que fue al final que te pude comprender un poco mejor. Recuerdas cuando acabando una sesión virtual me leíste la autobiografía de Bruce Springteen, y hacia el final Bruce hablaba de como regresaba a su viejo barrio, del viejo roble cortado, y pensaba en Dios. Bruce también era católico si mal no me acuerdo. Pero la forma en que Bruce hablaba mientras tú lo leías sobre esa presencia de Dios en la vida cotidiana, fue tan profunda que solo me quedan algunas imágenes y la melodía del silencio que siguió.  Ese recuerdo me trae paz.

He had a little girl in Saigon / I got a picture of him in her arms

Te mandan saludos Pilar que te asistió con lo de la tesis, quedó fascinada con la fenomenología. También Kareen, que siempre me reclamaba que todo lo que tú me enseñaste ella me lo dijo antes, pero claro como yo soy bruto tu me lo enseñabas con marco teórico. Igual, me ayudó mucho para escuchar y comenzar a comprender a Kareen, no sabes cuánto he aprendido de ella, ahora me toca aprender de mi.

Espero nos veamos muy pronto, querido Bob. Salúdame a Dios, dile que intento orar, pero a las justas se rezar. Intercede por mi, quieres. Salúdame a Albertina cuando la veas. Otra cosa, conocí a un primo tuyo en el crematorio, es escritor. Cómo todo escritor tenía una postura cínica, hasta que tomó tus cenizas, en ese preciso momento vi algo que a nosotros los hombres nos molesta mostrar. Tu primo te quería, y querer duele cuando hay un adiós en medio. Me cayó bien, la próxima vez que lo vea le gorreare un cigarro. Él se llevó tu urna, estaba caliente. Con este frío daban ganas de abrazar tus cenizas, Bob. El día se hace frío sin ti y no hay chompa, solo unos guantes, cigarrillos y tus recuerdos. Hay un libro que espera por ti. Me despido, pero antes te cuento que tienes un homónimo poeta escocés del s. XIX, quien lo diría. Me despido con el poema de un posible antepasado tuyo. En verdad que la vida tiene sentido del humor.

Hasta pronto, Bob, hasta la resurrección de la carne y la vida eterna, Amén.

Por los viejos tiempos, amigo mío,

por los viejos tiempos:

tomaremos una copa de cordialidad

por los viejos tiempos.

Y he aquí una mano, mi fiel amigo,

y danos una de tus manos,

y ¡echemos un cordial trago de cerveza

por los viejos tiempos!

Por los viejos tiempos, amigo mío,

por los viejos tiempos:

tomaremos una copa de cordialidad

por los viejos tiempos.

Robert Burns

Comentarios
Click to comment

Trending

Exit mobile version