En la serie House of Cards de Netflix, los Underwoods pretenden ser gente decente, mientras que manipulan el sistema debajo de la mesa. Frank tiene que ocultar sus asesinatos del mundo literalmente bajo la alfombra. En la vida real, el candidato republicano Trump se jacta de poder disparar a la gente en las calles y aun así no perdería votos. A ese punto de metarrealidad hemos llegado. De pronto la pantalla quedó chica frente a la realidad. De repente son los noticiarios y programas políticos más entretenidos que cualquier serie de pago por evento.
Engreído, matón, misógino, racista, anti todo, eso y más cosas es Donald Trump, el suceso político del s. XXI. Un producto de los reality y un icono de los libros de cómo hacerse rico. Hasta hace poco un chiflado en campaña y ahora un presidenciable que nadie sabe explciar como se dio. Si hay un culpable de su gestación en parte es Netflix y para ser más precisos su serie bandera, House of Cards con la que compite abiertamente no por la nominación de su partido sino por cuotas de audiencia y resultados de búsqueda en la red.
House of crads la serie de Netflix no es una serie más de entretenimiento su relevancia yace en describir las redes que envuelven las intrigas en torno a la Casa Blanca a la vez que denuncia toda las conjuras dentro del aparato de los partidos políticos y las diversas instancias del poder gringo (desde el local municipal hasta el estatal y federal, pasando por la Corte Suprema y el Congreso), toda esta maquinaria que ve el servicio público como trampolín para más poder y al hombre como medio y no fin, ha propiciado todo este ambiente de desencanto e indignación en el estadounidense promedio. El discurso antistablishment (o sea, el que ataca a los políticos profesionales y a todo aquel que ha hecho carrera política) es del que se ha nutrido candidatos outsiders como Trump o Bernie Sanders.
Sin querer queriendo House of cards ha propiciado el desarrollo del ambiente de escepticismo y descreimiento hacia la instituciones que favoreció la arremetida demagógica de Trump. Hace 5 años atrás, antes de que Netflix emitiera la serie, un candidato como Trump de por si era impensable. Ahora es una realidad que causa dolor de cabeza a los políticos clásicos.
Este Hugo Chávez de derechas cuya retorica va del proteccionismo aislacionista más exacerbado (no enviar tropas al extranjero y atacar el libre comercio, columna vertebral ideológica del partido republicano al que paradójicamente ahora lidera) hasta una política antinmigración radical con coqueteos que van de un criptoracismo a una misoginia abierta. Trump es un hijo de la cultura de realitys de televisión, que carece de todo el sutil maquiavelismo de Frank Underwood, el protagonista de House of Cards. Y es por esta misma abismal diferencia que Trump prospera. Los estadounidenses están hartos de políticos cínicos a lo Frank, ya hora apuestan por alguien que no está enredado en los líos del poder. Frank representa lo políticamente correcto, cada paso pensado en su carrera es para ascender, Trump en cambio es el huracán Andrew, se lleva todo lo que tenga delante. House of Cards y su visión cínica de la política alimentaron las actuales condiciones de la política del insulto. Porque si alguien empollo el huevo de la serpiente ese es el programa estrella de Netflix. Porque si hasta un ex presidente tan popular como Bill Clinton reconoció hace poco que el 99% de lo que acontece en House of Cards es así de cierto, no sorprende que emerja este voto de protesta.
Bajo esta coyuntura Trump presenta ventajas insuperables para sus competidores. Si todos los políticos mienten, las mentiras de Trump son mejores porque cuando menos no son estratégicas. Él no es un político que se encuentra bajo la planificación de un compromiso con sus colegas en el Congreso y a los que debe responder al día siguiente. Ciertamente Trump incluso tiene momentos de atractivo autentico a lo George Costanza «No es una mentira si crees en ello» y Trump cree justamente porque los demás lo creen. Ejemplo, Trump sugiere de manera abierta y entusiasta el uso de la tortura como solución a la amenaza terrorista.
Estamos en un momento de extraordinario nihilismo en que un país tan institucional como Estado Unidos tiene a un presidenciable que es anti institucional. Es un castigo al cinismo de los políticos como el ficticio Frank Underwood.
Si Trump no es nada parecido a Frank Underwood (más bien se parece mucho al villano de Volver al Futuro, Biff Tannen), en cambio Hillary Clinton es igualita a Claire Underwood, la primera dama en la serie de Netflix que aspira a más poder, que es capaz de matar a su vieja (en la serie) con una sobredosis de morfina y de hasta amenazar con tirarse abajo la campaña de su marido (Frank Underwood). Toda esa ambición de poder y la carrera política que lleva Claire están en paralelo con la archiantipática de Hillary Clinton. Si alguien es encarnación final del Stablishment norteamericano, esa es la Clinton.
No subestimemos la comparación, Claire Underwood la Hillarry Clinton de Netflix, representa las ambiciones políticas hechas metástasis. Claire es una alegoría de esa intoxicante ambiciosa de Hillary (senadora, secretaria de estado, en fin una Clinton) que a fin de cuentas no es más que una hambrienta de poder.
Por otro lado a la serie de Netflix ya no le va tan bien como antes. La aparición de Trump comienza a pasarle factura. Ni en la más salvaje imaginación heroinómana de los guionistas de la serie se les hubiera ocurrido que pasaría lo que está pasando en la presente campaña electoral, en el mundo real. El efecto Trump no solo arrasa primarias sino que también logra algo antes imposible, ha atraído altas cuotas de audiencia a los programas políticos y hace que la gente se meta de lleno en la guerra de redes sociales.
Trump ha movido a la gente, y muchos prefieren ver CNN antes de solo contentarse con Netflix. Simplemente House of Crads ha sido rebasado por la realidad. La serie se encuentra en paralelo con su propia campaña electoral y esta resulta demasiado limpia, muy correcta, muy 2012, nada que ver con las presentes elecciones. House of cards se quedó en el pasado. Es un declive en audiencia como en trama. Ya no arpende ni escandaliza como antes. Las tramas de Underwood ya nos la sabemos de memoria. Estamos acostumbrados, y cuando el espectador se acostumbra la serie muere. En la era Trump, Frank ha pasado de moda, la diplomacia y la manipulación ya fueron. Y es que la serie no ha sabido ir al son de los cambios en la política de los últimos seis meses.
La serie ya no está en condiciones de reflejar el estado actual de la política estadounidense. La política bananera de Trump es el ingreso a la política como evento mass media. Trump no solo busca ganar , sino obtener el mayor índice de audiencia televisiva y el mayor nivel de adhesión o rechazo a través de un cada vez mayor número de visualizaciones y compartidos en internet. Mencionar a Trump aunque sea para atacarlo es apoyar a trump a ser más grande. Bienvenidos a la era de la telerealidad política.
Si, House of Cards ya no asombra, Trump sí, cada día se reinventa. Gracias a él la política gringa se ha vuelto una serie de televisión en tiempo real, sin proponérselo en serio ha hecho de esta broma electoral la construcción del último metarrelato. La banalidad del poder hecho reality, eso es Trump. La política hecha entretenimiento. Votar Trump es el deseo de querer ver que pasara en el próximo episodio. A eso llegaron.
Ahora solo queda esperar las elecciones generales de noviembre. La disyuntiva es clara, o eligen la sucia y convenida filosofía del político al estilo de Frank Underwood o la cambian por la retórica neochavista de derecha que es Trump.
De momento la guerra entre ambos en resultados de búsqueda en Google se la lleva Trump por casi el doble. Mientras que por Hillary hay unos 164,000,000 de resultados de búsqueda, por Trump se llega a la sorpendente cantidad de 369,000,000 resultados. Chupate esa Hillary.
Una cosa le agradecemos todos a Trump, incluidos los mexicanos nunca antes las elecciones gringas fueron tan divertidas.
House of cards nos enseñó que para los políticos las personas nunca son una prioridad. Trump nos enseñó que los políticos tampoco.