El conquistador español y fundador de Lima, Francisco Pizarro, jamás imaginó que la Ciudad de los Reyes iba expandirse más allá de su trazo original, bordeando el litoral costero y creciendo incluso sobre los cerros aledaños, hasta convertirse en lo que es hoy: una gigantesca metrópoli que ya bordea los 12 millones de habitantes.
“Lima es el Perú”. La capital peruana fue fundada hace 485 años sobre un valle que ya estaba ocupado mil años antes (200 – 700 d.C), desde el período Intermedio Temprano, surcado por canales de regadío como el Huatica, y con emplazamientos de viviendas y centros administrativos, tal como lo demostró el arquitecto y urbanista peruano Juan Gunther Doering (1927 – 2012), quien vivió obsesionado por entender y descifrar Lima.
Pero luego de la conquista comenzó una nueva etapa. De “la ciudad de los balcones en el aire” –como la llamó don Felipe Buendía, el último cronista de Lima–, capital del Virreinato del Perú, el tiempo se encargó de transformarla a ella y a sus habitantes. Hoy, la nueva Lima es una gigantesca metrópoli con cincuenta distritos en total, cuarenta y tres pertenecientes a la provincia de Lima, y siete a la provincia constitucional del Callao.
En la década del sesenta, de la vieja Lima quedaban todavía los rezagos de una rancia aristocracia que veraneaba en Ancón, salpicada con aromas de mixtura de un criollismo que se negaba a extinguirse en delicadas coplas cantadas por Felipe Pinglo, María Isabel Granda Larco y Manuel Acosta Ojeda, entre aires de marinera y cajón.
El caballo de paso de José Antonio aún cabalgaba en el centro histórico, pero ya el historiador Porras Barrenechea, quizás avizorando la explosión social que se venía, pedía piedad para el viejo puente, el río y la alameda.
La otra pasión limeña –y bien peruana–, el fútbol, ha tenido su reino en barrios populares. El deporte rey, idolatrado con pelota de trapo y en canchitas improvisadas en la calles, ha ido gestando sus figuras populares a ritmo de festejo y landó… En la otra orilla, el vóleibol se jugaba también con nets deshilachadas en las calles.
Hay muchas Limas… Desde un elegante y sofisticado San Isidro, la siempre internacional Miraflores, o distritos llenos de tradición como Barranco, Santiago de Surco, Pueblo Libre y Magdalena, o tan dinámicos como La Victoria y el puerto del Callao, hasta los populosos Villa El Salvador, Comas o Villa María del Triunfo. Actualmente, un tren eléctrico cruza la urbe con su promesa de modernidad, en una ciudad donde también hay barrios marginales que carecen de los elementales servicios de electricidad, agua y alcantarillado, postas médicas y hospitales.
Enumerar la lista de íconos urbanos sería interminable en este espacio, pero hay monumentos arquitectónicos de primer nivel, desde huacas prehispánicas como Pucllana o Mateo Salado, imponentes conventos religiosos como San Francisco y Los Descalzos –donde se respira el esplendor del arte virreinal–, hasta hermosas casonas republicanas, pasando por edificios versallescos como el Palacio de Justicia hasta centros de peregrinación como el Cementerio de Villa María del Triunfo, considerado como el de mayor extensión en todo el mundo (sesenta hectáreas y más de un millón de nichos). Este lugar, considerado como un atractivo turístico y espacio cultural, cada 2 de noviembre (Día de los Muertos) es centro de peregrinación de miles de personas.
Son en realidad, muchas Limas, todas con su sabor y color, con zonas tradicionales como el Cercado de Lima, el Rímac y Barrios Altos, donde se respira todavía el criollismo de sus callejones de antaño. En los extramuros del Centro Histórico Monumental de Lima –declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad– se refleja el ser y esencia del Perú. Ya lo decía Abraham Valdelomar, fundador del movimiento Colónida a inicios del siglo XX: «El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo».
La Lima de hoy es más compleja que la fundada en el valle del Rímac (de donde surgió el vocablo castellanizado “Limac”) y su último cacique Taulichusco. La migración le ha dado un nuevo cariz y el perfil del limeño actual no solo incluye a las antiguas familias de abolengo, sino que se configura en un crisol pleno de mestizaje cultural, donde caben la música criolla, el huayno y la música chicha, el lirismo de sus vates y los coloridos afiches de sus fiestas populares, las playas de Asia y las carretillas que expenden maca, quinua, pan con huevo, hasta las que han hecho un emblema del “ceviche con papa a la huancaína”, junto a los chifas y los elegantes salones de cocina-fusión, con sus carretillas humeantes de picarones y emolientes… Es además centro de la inmigración andina y amazónica.
Un dato interesante es que de los tres millones de quechua hablantes que hay en el Perú, el noventa por ciento vive en Lima. Además conviven también los hablantes de idiomas asháninka, shipibo-conibo, awajún, aymara, entre otros, que son parte de las cuarenta y siente lenguas que se hablan en nuestro país.
Sin embargo, Lima tiene también el problema de la violencia y el crimen organizado, el feminicidio, el desempleo, la falta de un adecuado transporte público, el desorden, la corrupción de funcionarios, que requieren otro tipo de abordaje y solución. Soy limeño, amo a mi ciudad, pero creo que definitivamente hay mucho por hacer. El reto está planteado.
(*) Escritor, poeta, editor y sociólogo. Presidente del Instituto Peruano de la Juventud (IPJ) y director del sello independiente Río Negro.