Opinión

Hacia el abismo, de Carlos Trujillo Ángeles

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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Carlos Trujillo es ya un conocido escritor en Huancayo, es común verlo en las ferias y presentaciones del centro del país y también en Lima. Su obra se extiende entre el romanticismo puro y duro hacia la poética donde su yo consciente escarba sobre el dolor, la miseria y el amor incomprendido; pero esta vez nos sorprende con un libro oscuro, tenebroso con una mirada puesta en el abismo, tal cual la carátula de un hombre parado en el precipicio o lo que diría Nietzsche: “No mires al abismo porque puedes caer en él”.  Este es su ofrecimiento literario: no leas, no sigas la narración porque tú mismo te puedes descubrir en uno de los personajes, en alguna parte de la narración y nada ni nadie podrá asistirte o defenderte.

El libro está partido en cuatro como una fruta podrida alcanzada por la espada de un Samurái. Y es “Hacia el abismo” el texto que nos abre las puertas para entregarnos un relato cinematográfico a lo Quentin Tarantino donde un exconvicto busca redimirse ante la sociedad y contra todo pronóstico decide rescatar a una meretriz en un bar perdido en la frontera. No se sabe qué exactamente pasa en la consciencia de este antihéroe que decide dar la vida por alguien que no conoce. Pero a base de fuerza, astucia y balas huye con su protegida. Muchos delincuentes y gente de malvivir irán tras de él, le dispararan, lo acorralaran, pero nada lo hará desistir.

La mujer salvada no entenderá bien lo que está pasando o quizás solo sea una lección de vida y tendrá que completar la clase cambiando su derrotero: “¿Por qué había ocurrido todo ello? Hace un par de semanas Susan estaba resignada a su suerte, creyendo que todos los hombres eran malvados y, de repente aparece un extraño dispuesto a salvarla, que le da la oportunidad de comenzar de nuevo y le devuelve la fe en la humanidad. ¿Se habría apiadado Dios de ella? ¿Acaso Hans había sido un enviado suyo? Aunque desagradable y todo, quizás en el fondo, de verdad era un ángel”.

En “Campamento maldito”, siguiendo con la cartelera cinematográfica, Trujillo nos pone al frente de un grupo de jóvenes que deciden divertirse saliendo de la ciudad y yendo a un lugar descampado, pero para su mala suerte se topan con unos asesinos crueles, un perro devorador llamado “Máximus” y un puma. Lo alucinante de esta historia es que en pleno conflicto de intereses y muerte aparece un ser mitológico, el Chulla chaqui, para (im)poner el orden y colocarnos en otro tipo de terror sobrenatural y de paso nos entrega un by pass para la siguiente historia.

“Retrato de un niño llorando” nos muestra a un hombre obsesionado con un cuadro que fue regalado por su abuelo. No obstante, la aureola de malditez del cuadro, el personaje no cree en fantoches ni pantomimas, pero todo a su alrededor va conspirando hacia un abismo personal dominado por el insomnio o el sonambulismo tangente a la locura. Y de pronto, un incendio lo atrapa y lo que parecía ser el producto del retrato del niño llorando se convierte en un terror psicológico, en el producto de una conciencia afectada por sus propios demonios: “Todo había sucedido un solo día. El día que, tras revisar en mis libros sobre el retrato, una noche de apagón en la soledad de mi sala, horas en las que a veces se confunden el estado de vigilia con la del sueño, me quedé profundamente dormido. Por último, lloré la pérdida de la casa y súbito deseo de abandonarlo todo me vino a la mente”.

“Muerte al anochecer” nos narra una persecución, una trampa donde nuestro personaje es cercado por alguien, un demonio, una entidad maléfica, que sabe perfectamente todo lo que pasa a su alrededor y dentro de él mismo. Así el cerco se va estrechando. “¿Y, Jean? ¿Ahora adivinas quien soy? -Croe que sí. Sí, ahora estoy más seguro de quién es, no hay duda -¿Y ahora me puedes decir a qué quieres llegar? -Ya falta poco para que lo sepas. Más bien, ¿te gustaría acercarte un poco para que estos individuos te reconozcan?”

El texto cierra con un “Epílogo a modo de despedida post mortem: “¡Aaah! Si todavía después de muerto / Haya una oportunidad de conciliación, / Aunque sea algo macabro y sombrío, / me gustaría que leyeras esto, / Si es que antes de esto no te has enterado, / Y según lo que pienses / Pongas un comentario, a puño y letra escrito, / Sobre el frío mármol de mi tumba, / Si es que antes no has ido al velorio / Y lo dejas sobre el lecho de mi fúnebre ataúd”.

Carlos Trujillo de esta forma nos sumerge en este mundo cuasioscuro de entidades retorcidas o doppelgangers que se apoderan de una vida y lo licuefactan, trayendo la desgracia y casi siempre la muerte que contrafácticamente no es un alivio ni un punto final, sino el momento de la reflexión, del reinicio lectural porque casi siempre el abismo al que se refiere Trujillo, es uno mismo y no nos damos cuenta.

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