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Hablemos de la esperanza. El cine de Aki Kaurismäki

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Escribe Mario Castro Cobos

Imagina a un niño que se negó a hablar hasta entrados los cinco años. ¿Por qué lo haría? Imagínate, tiempo después, a un joven que, en su batalla personal contra la autoridad, ¿por qué lo haría?, pasaba más tiempo que el común de las personas en las dependencias de la comisaría. Imagínate ahora a un hombre que un buen día deja su país natal y que piensa sinceramente que esa es la mejor manera de amarlo. Este hombre existe, claro, y tuvo a lo largo del tiempo varios pequeños trabajos que le permitieron conocer a no pocas personas de pocos recursos económicos. Su cine se inspira, desde siempre, y para siempre, en ellos. Este hombre es finlandés y gusta mucho de brindar. Su nombre es Aki Kaurismäki.

La gran sencillez de su estilo nos gusta, y la admiramos. Sutil y rotunda. Su limpia funcionalidad. Sí, la vieja claridad de lo mejor de la construcción clásica renovada con toques de modernidad. Eficaz hasta lo devastador. Sus elipisis, sus fundidos en negro, sus acciones en off tan sugerentes. Me apetece comentar de entre la treintena de obras que ha dado al mundo este director, en esta ocasión, La chica de la fábrica de fósforos, su película del año 1989, perteneciente a la llamada trilogía del proletariado. Que es como un cuento de hadas negro, muy negro, aunque su superficie se presente como inocente, un cuento atravesado de relámpagos de humor, fábula compasiva y espartana, que tiene en sí misma todo lo que necesitas para saborear a un Aki Kaurismäki en la cumbre de sus poderes.

Un estilo es siempre o en el mejor de los casos una manera única de enfrentarse, defenderse y atacar a un mundo. De odiarlo y amarlo. De someterlo a una loca y razonable transformación. Dice algo de ese mundo y dice algo de quien eligió esa manera de tratar ese mundo, padecido, vivido y soñado. En este caso… el humor negro es una cuestión vital. Sin él no se podría sobrevivir. Aunque aclaro que ese humor va dirigido en complicidad con los espectadores porque los personajes no lo experimentan demasiado. Humor directo. O un humor elíptico, por supuesto crítico -y hasta críptico. Humor cara de palo a lo Buster Keaton. Humor depresivo. Depresión humorística.

La chica de la fábrica de fósforos.

¿El chiste es triste?, puedes verlo así, pero no es un triste chiste, es algo triste que, como en un pequeño éxtasis, se transforma en chiste. El humor es un arma de resistencia. Un negarse a rendirse. Brilla, asimismo, una economía de medios. Planos fijos, planos poco movedizos, planos donde la gente que los habita no se distingue por hablar mucho. Pero sin hablar mucho dicen tanto. Para Kaurismäki las películas tratan de gente que trata de sobrevivir y de prácticamente nada más.

Según el punto de vista las máquinas son hermosas o siniestras. La manera de pelar el tronco de un árbol es como si alguien pelara una manzana. Al comienzo de La chica de la fábrica de fósforos puedes sentir la creatividad humana en la ingeniosidad mecánica de las máquinas. O su presencia implacable, indetenible, indiferente y ominosa. Ellas parecen ser el tema. Puedes sentir que es como el nacimiento de un niño, la transformación del tronco del árbol en numerosos fósforos.

También puedes sentir que la vida de ella, la de la chica trabajando ahí, como parte las máquinas, como apéndice de las máquinas, es una vida del montón, una situación existencial que se repite demasiadas veces, justo como los fósforos producidos a millares y millones. Así es como esa maravilla se vuelve contra su creador, el instrumento liberador que permite hacer más en menos tiempo se convierte en opresor, los explotadores convierten en máquinas alienadas y dolientes a sus semejantes.

Qué es un trabajo, si al ser uno mismo una mera extensión de la máquina corre el peligro de imitarla, una manera de volverse máquina, máquina de la máquina, ser tratado como máquina, una manera de simplificarse, reducirse, minimizarse, de jugar a que ya no se es humano… pero la humanidad aplastada siempre se rebela. De las mejores formas, o de las peores. Así esta escena de look documental es fundamental para el entendimiento de la película. Y hasta de la obra de Kaurismäki.

Si has visto a Bresson esta película no puede resultarte tan extraña. El personaje no actuará precisamente como aquel personaje bressoniano que declara que perdonaría a todo el mundo, aquí por el contrario la venganza prevalecerá. Con estilo. Con humor. Y con saña. Puedes apreciar mientras tanto una amena variedad cromática.

Este director tiene algo de niño que se queda encantado con los colores. Aunque definitivamente no es una vida muy colorida la de Iris (así se llama el personaje). Las puertas del afecto, de sus padres, del entorno, de un hombre que la embaraza… se le irán cerrando una a una. Película sobre el frío emocional en las sociedades supuestamente del desarrollo y el bienestar. Una suerte de canto desesperado por la falta de amor amortiguado por la indiferencia general.  

Creo en Béla Tarr, el gran director húngaro, cuando dice: “En el fondo de la más grande desesperación esta la más grande esperanza”. Este es el caso de las películas de Kaurismäki. Es una esperanza difícil, pero no es aún una esperanza imposible. El humor y el color y los gestos y acciones de solidaridad y afecto en medio de un entorno hostil, cada humilde y pequeña pero cierta prueba de que aún hay algo de humanidad son suficientes para entrever la posibilidad de otro mundo desde ahí. Una pequeña luz aún puede crecer.

(Artículo publicado en la revista impresa Lima Gris N° 13)

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