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Ha muerto la poesía en la FIL de Lima

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Asistí a la FIL, casi en contra mía, el día viernes 21 de julio. Eran casi las 8 de la noche y el único evento que me interesó era un conversatorio en el que participaba la brillante escritora Carmen Ollé. La acompañaban Marco Martos, académico y poeta, Víctor Ruiz Velazco, editor y literato, y Fiorella Favero, booktuber.

El título del conversatorio era “La poesía ¿ha muerto?”. Pregunta absurda ya que siempre que exista en este mundo una persona insatisfecha por no poder acariciar a las estrellas – así uno se tienda en un estanque durante una noche clara – o por no poder hacer lo imposible, la poesía no podrá morir.

Debe ser que la poesía está considerada por la sociedad contemporánea como una muerta presunta o que cada vez le importa menos al mundo, por eso se llevan a cabo eventos como el que meritúa estas líneas.

Aunque los adjetivos apartan de la sustancia a todo discurso, también, ayudan a matizar sus componentes y dada la ausencia de sustancia en el conversatorio en cuestión bien vale apurar el paso y motejarlo: aburrido, insípido, superficial, intrascendente, triste.

Ni siquiera la destreza de Carmen Ollé sirvió para estimular al público asistente ya que en el escenario para bien o para mal – yo creo que, para mal – acabo teniendo mayor notoriedad la booktuber, a quien no intentaremos criticar, toda vez que su edad y su entera absorción en el acopio absoluto de toda la buena fe que existe en el mundo la exceptúan de toda responsabilidad.

Tal es así que en un momento, llegó a decir que todos éramos poetas, fatal confusión y mezcla excesiva de emprendimiento y manuales de autoayuda que no oíamos desde cierta entrevista en la que el intenso Jorge Pimentel, en pleno abuso de sus facultades demagógicas dijo algo muy parecido, aunque matizado con su sentido épico habitual y su experiencia en la que señala, además, un valioso contrapeso a la liberalidad de la expresión que no aceptamos, “desde que eliges ser poeta, todo te será negado (desde que decides ser poeta, todo está en tu contra)”.

Anécdotas vacuas y esnobs sobre Pound y Yeats por parte de Martos y Ruiz que solo podrían sorprender a los individuos más ignaros del orbe; una endeble lectura del manifiesto de César Calvo sobre las razones para escribir un poema, leído en el Instituto Italiano de Cultura en 1974, texto muy acorde con la frivolidad vital y el humorismo del romántico empedernido que era el poeta de Pedestal para Nadie, pero en nada cercano al acontecer de la verdadera poesía pese al párrafo final en el que se señala que la poesía debería servir, al menos, para evitar el suicidio de una pareja, aunque no el del poeta, etc.

No nos cuesta nada imaginar a poetas inmensos como Juan Ojeda riéndose ante tanta ligereza, enfureciéndose, cantando, exponiendo la vida ante el abismo propio y el colectivo, teniendo a la mano tan solo a la Palabra y a los sueños, acaso por trillado puede llegar a parecer ridículo pero la poesía está hecha de la misma materia de los sueños – nos bastará recordar que estos sueños incluyen, también, a nuestras pesadillas para que se deshaga toda apariencia ridícula ante el referido concepto–: He oído las voces, he oído los clamores / absurdamente sostenidos como en una FERIA. / He comprendido el propósito y la argucia, / y todas las cosas hacia atrás revolviéndose. / El dolo preside en el consejo de los hombres… (Fragmento de Crónica de Boecio de Juan Ojeda).

Recuerdo que hasta las serenas remembranzas de Carmen Ollé sobre sus talleres literarios y su propia experiencia poética y obra – acaso la más valiosa ofrecida por una escritora peruana desde los tiempos de Magda Portal, siendo superada o equiparada tan solo por la rara y torva poesía de la casi ignota Magdalena Chocano, aunque solo el tiempo definirá la verdad de todos estos esquemas – se vieron “empequeñecidos”, indebidamente, sin duda, por una especulación demencial sobre el uso de las “nuevas” plataformas de información que deben servir a la “poesía”.

Torpes alaridos vanos. Otórguese al poeta auténtico lápiz y papel en cantidad ilimitada – mejor una buena computadora –, comida y agua en cantidades suficientes para su subsistencia y quizás un poco de whisky como exigía el bueno de William Faulkner, en caso no tuviese bourbon a disposición, y con eso tendrá suficiente material para cumplir con su labor.

Una mínima alusión a la proximidad de la poesía a la música – un vínculo de siglos–  devino en el señalamiento de la grandeza incuestionable de Bob Dylan, del que recuerdo como máximo desacierto que se le haya llamado “Robert Zimmerman aka (also know as) Bob Dylan” cuando en verdad es al revés, como sucede con todo individuo genial que haya elegido usar un pseudónimo.

En este punto, dado el bajo orden del esnobismo imperante, debería haberse señalado la admirable concisión de Parra cuando elogia el estribillo de Tombstone Blues, gran demostración del sentido estético insuperable del centenario poeta chileno y de la grandeza expresiva del Tío Migraña, ex Elston Gunn, , ex sionista, ex cristiano, ex cantante de country, ex profeta del rock, ex poeta iluminado , ex émulo de Rimbaud , ex imitador de Woody Guthrie, ex de casi toda forma humana y último Premio Nobel de Literatura.

Se intentó problematizar la poesía y no se hallaron mayores razones para conmocionar o hacer reflexionar a la audiencia, se nombró malamente a Eliot como un poeta imaginista cuando el más célebre de los católicos, monárquicos y clásicos, en ningún momento participó del efímero movimiento, etc.

Hartos de tanta banalidad y desaciertos llegó, para bien de los hígados de todos los individuos sensibles que presenciaron el deplorable conversatorio, la ronda de preguntas, pero nadie participó de ella.

Entiendo que en las Ferias se intenté vender todo, pero la verdad, ofrecer una muestra tan fría y desapasionada de lo que es o puede llegar a ser la poesía en nuestro tiempo, no estimulará a nadie a descargar siquiera los miles de pdfs de poesía que existen en el cyberespacio, mucho menos, los estimulará a comprar libros de poesía.

Nada de lo que se exponga en un conversatorio nos llevará a ver el rostro mismo de la poesía en el pozo de nuestros más turbios deseos o en la cima de nuestros más puros sueños. Sin embargo, siquiera, debería sugerirnos estas posibilidades.

No es una lástima comentar que este conversatorio no logró ni el más mínimo requerimiento que su ambicioso título debería haber proporcionado a los asistentes. Lo que es una lástima es que la promoción de la poesía en el país, repose –sin óbice de sus presuntas buenas intenciones– en el pecho de tantos icebergs.

 

P.S:

La poesía puede representar todos los extremos de la conducta humana pero luego de tantos siglos de experiencias y vanguardias, reducirla sólo a un ejercicio formal es un sinsentido. Esto quiere decir, que la poesía no puede ser una muestra fría y distante, acaso el experimento valga la pena si se tiene la suficiente intensidad vital, por ejemplo, el Vallejo de Poemas Humanos, mas nunca el experimento por el mero experimento; jamás, el puro artefacto.

De hecho, la poesía puede y debe abarcarlo todo, todas las formas del conocimiento, del razonamiento y de la intuición, todas las potencias humanas, pero dando preeminencia a la pasión y al logro de la visión porque es lo único que puede traducirse al menos de modo aproximado. De allí, lo efímero de la mayoría de muestras poéticas reducidas a hallar un ritmo y un tono, encandilados por el efecto musical de las palabras, elementos que al final no tienen ninguna savia ni posibilidad de grandeza.

La problematización del lenguaje es positiva, ningún escritor de raza dejaría de lado esta circunstancia, pero limitarse a ella conduce a un ejercicio solipsista y ridículo; cuestionar el significado de cada concepto igualmente, está muy bien, ningún intelectual puede sentirse conforme con lo que dicta el diccionario o la teoría literaria, pero enfatizar sólo esta condición de duda no lleva sino a escribir mamotretos más o menos lingüísticos sin ninguna utilidad ni brillo; en cambio, la poesía como ejercicio supremo de la palabra y como condensación pura de la idea y el sentimiento, la inteligencia y la pasión, es la vía definitiva, aunque es la más difícil y ardua,  para que esta milenaria forma de expresión no se pregunte siquiera si existe un fin para ella.

La poesía debe ser la materialización de la utopía en un marco verbal, la perfección estructural de la desmesura que incendia nuestra vida, la satisfacción de nuestras legítimas ansias de infinito.

A veces, me parece que los únicos poetas peruanos que merecen ser llamados como tales son Martin Adán y Juan Ojeda y aunque, sin duda, son extraordinarios, me percato de que la naturaleza de este pensamiento no radica tanto en sus extraordinarias condiciones sino en la opacidad, frialdad y ordinariez de la mayoría de sus “pares” peruanos.

No sé por qué la mayoría de la gente debería leer poesía ni me importa, pero debo señalar antes de concluir que cuando la poesía es belleza, siempre se muestra a unos pocos; cuando la poesía es la más alta siempre es sinónimo de peligro y de muerte y quizás, si fuésemos sinceros y propusiéramos una muestra de poesía acorde con este sentido de muerte y de peligro, la gente leería más, porque sentiría, así, el goce absoluto de la vida.

La poesía es la mejor plataforma para espectar la muerte, la noche y el abismo y perderle el miedo porque la poesía, a contracorriente de la actitud de la mayoría de sus supuestos “cultores” es la vida amplificada al máximo, la pasión expuesta hasta el extremo del desollamiento, la brillantez llevada hasta un punto en el que un verdadero poeta puede rivalizar con los astros más intensos del firmamento.

No existe mejor forma para valorar la vida, para amarla, y para querer extraer hasta el último rastro de su zumo que saber de la inminencia de la muerte y el abismo, es decir, el conocimiento supremo de la poesía, aunque eso se le haya olvidado a la mayoría de “poetas”.

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