Hace solo unos días, terminó un muy interesante ciclo de conferencias, en honor a la literatura norteamericana. El evento estuvo organizado por el Icpna (Instituto Cultural Peruano Norteamericano) y se denominó “Maestros y Sentimentalistas de la literatura norteamericana”. El cual se llevó a cabo en cuatro fechas programadas semanalmente; allí nuestro reconocido escritor Alonso Cueto, se encargo de hacer conocer a los asistentes; el estilo, las técnicas y las motivaciones que llevaron a querer narrar sus historias. Hablamos de cuatro grandes de la literatura norteamericana como son Ernest Hemingway, Carson McCullers, F. Scott Fitzgerald y como última fecha el gran Henry James.
Por cierto que, por cuestiones de “dictadura laboral” me fue imposible asistir a las tres primeras conferencias, pero felizmente, logré asistir a la última, en donde Cueto se regodeó hablando y reseñando la historia y obra de Henry James, pues para todos los que conocemos a Cueto, no es novedad saber que James es su autor favorito. Él lo demostró exponiendo el tema con una musicalidad sostenida, y más impresionante aún, resultó que citaba de memoria algunos párrafos y desenlaces inesperados a lo cual James tiene acostumbrados a sus lectores.
Henry James (1843-1916), si bien fue norteamericano, pasó tanto tiempo en Europa a tal punto de llegar a ostentar el título de Sir en Gran Bretaña, pues él, desde un principio se identifico con el modus vivendi del Viejo Mundo, corrupto y artístico, pero también encantador. Motivo que causó gran escozor entre algunos críticos que no le perdonaron su prolongado exilio.
Fácilmente logró relacionarse con la intelectualidad europea, pasando largas tertulias con conocidos personajes, uno de ellos, de hecho fue el tan cuestionado Flaubert en el París del siglo XIX, también hizo amistad con James Barrie el autor de la no menos famosa “Peter Pan”, y Robert Louis Stevenson entre otros.
También cabe pensar que quizá por haber tenido un hermano psicólogo (Williams James) de connotada trayectoria en la sociedad mundial, llego a interpretar muy bien las características de la conducta humana, prueba de ello es que sus obras siempre bucearon entre las interioridades de la conciencia de sus personajes, mostrando casi siempre sus dramas psicológicos, pues él siempre demostró gran pasión por la gente encerrada en sus pensamientos, que no podían ir mas allá de los convencionalismos impuestos por la sociedad moralista norteamericana de la época. Como por ejemplo: la indesmayable tenacidad de un crítico literario de tener que encontrar unas cartas de amor que su poeta favorito enviara alguna vez a una antigua amante en “Los papeles de Aspern” (1888). O la tragicomedia política “Las bostonianas” (1886) que cuenta la historia de dos personajes que se disputan la preferencia de una joven y bella activista del movimiento feminista en pleno siglo XIX. Aunque considerada quizá como su obra maestra, publicó “Retrato de una dama” (1881) allí nos revela la historia de Isabel Archer, una dama americana que emigra a Europa, y que además es amada por cuatro hombres que marcaran su inesperado destino. Pero también publico un peculiar titulo que hoy en día se consideraría como un thriller, “Otra vuelta de tuerca” (1898) y es nada menos que la historia de una institutriz al cuidado de dos niños, que alternan con la presencia de fantasmas, lo cual se hace más creíble, porque ella misma relata los acontecimientos, creando así certezas y dudas al mismo tiempo.
Aunque Muchos entendidos en literatura opinan que un gran novelista, no llega a tener consistencia a la hora de escribir un cuento, James lo hizo con numerosos relatos breves de gran manufactura y calidad literaria.
Ahora, si intentamos husmear un poco en la vida de James, creo que póstumamente deberíamos darle las gracias a su padre, pues la marcada preferencia que él mostro desde los primeros años hacia su hijo mayor Williams, a tal punto de presentarlo en sociedad como el hijo brillante y prometedor de la familia, hizo definitivamente, que nuestro escritor contrariamente no cayera en los abismos de la mediocridad, transformando más bien, esa indeseable marginación en un pasaporte con destino al pensamiento y desarrollo del intelecto, del cual él, ya dejó un imborrable precedente.