Escribe Rodolfo Ybarra
INVITACIÓN:
El viernes 23 de agosto en la Librería El Virrey de Lima, Pasaje Nicolás de
Rivera 107 – 115, a las 7 pm se presenta el libro de poesía Sedición del
relámpago de Fernando Ribeiro. Comentan los escritores Rodolfo Ybarra y
Feliciano Mejía. Entrada libre.
Prólogo:
UN RELÁMPAGO
LLAMADO POESÍA
Rodolfo Ybarra
Las
crepitaciones del papel ante el fuego. El combustible de la imaginación
haciendo leña y ceniza un mundo que nos contempla y es contemplado. El amor, el
odio, la distancia, el recuerdo o las reflexiones como destellos en versos que
son también abrasiones en la piel de quien lee o es leído. Así va construyendo
Fernando Ribeiro Saldaña un corpus que se adentra en la conciencia del hombre,
cava en el centro de un mundo cuasiapocalíptico y emerge desde las piedras o
aerolitos incandescentes que caen perpendiculares como bombas de racimo y se
convierten en poesía.
Es el primer hombre en la Tierra que se asombra por el paraíso perdido, la
lava volcánica, las estrellas fugaces o la invención del fuego que es también la
búsqueda de la iluminación que, por antonomasia y por oposición dialéctica, es
la abolición de las sombras, las tinieblas o la develación del conocimiento o
alegoría de las cavernas platónica. Acaso discernir no es también iluminarse,
bañarse de luz (o lux) en el que “creer,
saber y conocer” tienen significados distintos y a veces contradictorios, tal y
como lo propone Luis Villoro en uno de sus libros.
Pero el poeta enciende su propia antorcha y se asoma a la irrealidad del tiempo
donde a la vez que alumbra se transmuta en hacedor
de sombras porque la palabra es también lo que no se explica o lo que se
convierte en metáfora, figura, tropo no solo con fines estéticos o de belleza sino porque hay un mensaje
potente, santo grial o piedra filosofal, logos,
que es necesario proteger o poner al nivel de los iniciados. Algo que no
obstante tener un origen religioso al modo de san Agustín, san Bernardo de
Claraval, san Francisco de Asís, san Buenaventura o santo Tomás de Aquino, ha
devenido en objeto místico esencial, candelabro o luz-trascendencia y farol en
el mundo gnoseológico.
Quizás por eso,
Ribeiro Saldaña aplica, seduce o conspira con las llamaradas, el humo, los
bosques, las piedras, las iguanas (o la salamandra alquímica), noches,
estrellas, espumas, brumas, mareas y demás elementos de la naturaleza que
tienen la vibración y reflejo inmanente del rapsoda que canta y alcanza su
ataraxia en un medio hostil, imago mundi,
guiado por la mano de otros iluminados, entre ellos Jhon Milton, Diógenes de
Sínope, los simbolistas franceses o el gran Rilke por no mencionar a los postpuristas.
Al final como
una hoja encendida o como un monje tibetano todo arderá para ser purificado o
porque simplemente “Dejé de buscar en la obscuridad / ahora todo resplandece”.
Es decir, el problema poético, si es
que hay uno en este manojo de poemas, nunca fue el objeto en sí, sino, como
casi siempre ha sido, con los poetas y los artistas, es el sujeto quien observó
un mundo en llamas que era-es su propia vida de luz insondable al menos para
quien se acerque a la fragua: “Fuego que brota del delirio y el diamante, / flama
que destruye la certeza; / el incendio interior que extingo en el poema.”
Solo dejemos abierta la puerta o la ventana para que el relámpago nos alumbre y esta lírica delicada y trabajada, renglón a renglón, cumpla con su noble papel de mostrarnos los diamantes de una lengua que se desata, avanza y se hace sol o foco incandescente ante lo efímero de la existencia o una realidad que nos devuelve la palabra, fin supremo y absoluto del rapsoda. Quizás como apuntaba Octavio Paz “las imágenes se oyen”, pero hay también imágenes que incendian o refulgen y se elevan en llamaradas, pues esta es la Sedición del Relámpago: un relámpago llamado poesía.
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