Escribe Umberto Jara
Me entero que Gustavo Gorriti ha escrito un artículo tributándome ofensas. Lo ha escrito él solo, sin ayuda. Digo sin ayuda porque últimamente escribe en co-autoría auxiliado por alguien de la redacción que aún sobrevive en ese lugar en venta que es IDL-Reporteros.
Le debe haber costado porque ha tardado un par de semanas en borronear lo único que sabe: insultar. De ideas, nada. Es comprensible porque para expresar ideas, primero, hay que saber escribir y ya sabemos que Gorriti no tiene prosa sino garabato tieso y áspero que hace juego con su oficio de guardaespaldas de Alejandro Toledo, cargo que ocupa desde “La marcha de los cuatro suyos” hasta hoy.
Resumo la vetusta artillería utilizada en su texto panfletario: vuelve con la monserga de la campaña de desprestigio que en el año 2000, desde Frecuencia Latina, Gorriti, Baruch Ivcher, Chichi Valenzuela y demás gonfaloneros organizaron para decir “Jara fujimontesinista” basados en desinformar, distorsionar, mentir. Cuando fui testigo principal en el juicio contra Fujimori ellos, obviamente, pasaron, y siguen pasando, por alto ese capítulo. Y ahora en el año 2023 no puedo contener la risa al ver que Gorriti dice lo mismo que hace 23 años. Da lástima el ocaso gorritiano con sus insultos enmohecidos.
Lo concreto es que Gorriti insulta para tratar de ocultar las cuentas que él debe rendir: su rol de defensor de la mega corrupta empresa Odebrecht; su ilegal papel junto con los fiscales Lava Jato para dejar en la impunidad a tantos corruptos del Caso Odebrecht; sus sospechosos silencios sobre Alejandro Toledo y Eliane Karp. A esa lista indigna se suman otros actos sombríos: sus enjuagues con el inepto ex fiscal de la Nación Pablo Sánchez y su respaldo a Martín Vizcarra y al ex ministro de Salud, Víctor Zamora, dos forajidos que en la pandemia contribuyeron a la muerte de 200 mil peruanos.
Como se ve, la biografía de Gorriti está compuesta por una larga lista de hechos que, en su momento, darán lugar a que rinda cuentas ante la justicia, especialmente por su (presunto) rol en la muerte del ex presidente Alan García.
Junto a las sombras que lo denigran, existen otros hechos interesantes de relatar: el verdadero origen de ese aburrido libro suyo sobre Sendero Luminoso; su viaje en protegido helicóptero militar a Uchuraccay donde murieron verdaderos periodistas de los que van a pie al lugar de los hechos; la suculenta historia de su falso secuestro; el por qué de ese mamarracho camuflado como libro: “Petroaudios”; o el episodio tragicómico del programa de televisión que le regaló Ivcher y que tuvo apenas 10 emisiones porque los camarógrafos se partían de risa ante el más tieso y duro aprendiz de imposible conductor televisivo. Se hace largo así que dejamos aquí el parcial recuento.
Quedémonos, por ahora, con el tema Alejandro Toledo. Cuántas verdes deudas y sórdidos secretos tendrá con el corrupto ex presidente, hoy encarcelado, para que 18 años después Gorriti vuelva a tributarme sus insignificantes diatribas.
¿Por qué digo 18 años después? Recordaré al lector que en el año 2005 al publicarse la primera edición de mi libro “Historia de dos aventureros, Toledo y Karp: la política como estafa”, Gorriti se acomodó el viejo chalequito que hasta hoy usa y cumpliendo su rol de guardaespaldas del cholo sano y sagrado (y corrupto), escribió un artículo dedicado a insultarme. De ideas, nada. 18 años después y a raíz de la segunda edición ampliada del mismo libro (y con Gorriti de personaje) retorna a la misma usanza, siempre con su raído chalequito a cuestas y su malhumor de guardaespaldas. Nuevamente, de ideas, nada.
Se entiende que Gorriti carezca de ideas. Para tenerlas hay que formarse, hay que leer, hay que reflexionar, tareas que no puede realizar alguien dedicado a manejos turbios con fiscales; que declama la “honestidad” de la corrupta empresa Odebrecht; que trafica información destruyendo la reserva de los procesos; que se dedica a operativos políticos; que trama confabulaciones para dañar al país y sacar ventajas; y escribe patrañas como ésta a favor de un delincuente: «Toledo ha sido un buen presidente; si lo evaluamos por sus resultados, quizá el mejor que hayamos tenido en muchos lustros».
La síntesis de la carrera de Gorriti es esta: un individuo financiado desde el exterior que usa el disfraz de periodista para actuar como operador político y constante desinformador.
La más reciente y ridícula muestra de desinformación la exhibió hace unas semanas cuando salió a denunciar una amenaza de muerte porque habían dejado una rosa blanca en la puerta de IDL-Reporteros. En realidad, (consta en video), un hípster alemán le dejó una rosa blanca, con agüita incluida, como muestra de respaldo por la soledad inmensa que hoy padece el guardaespaldas toledista Gustavo Andrés Gorriti Ellenbogen.
Salir en los medios de comunicación gritando “amenaza de muerte” cuando apenas se trata de una flor, se llama desinformación en su versión más ridícula. Que alguien piadoso le avise a Gorriti que ya concluyó el reinado caviar que durante años impuso, obligó, exigió considerar como verdad lo que eran mentiras. Vaya pobrísimo líder que tuvieron los caviares.
Una broma, con enorme dosis de verdad, circula desde siempre entre aquellos que tienen la desdicha de compartir el día a día con este factótum de la desinformación. Se trata de este diálogo:
—¿Sabes quién es el segundo de Gorriti?
—No. ¿Quién es?
—Dios.
A Gorriti lo agobia desde siempre un ego desmesurado y patológico. Esa es su desdicha. Su entorno debiera apiadarse haciéndole un pedido a Soros: una remesa adicional para pagarle una terapia pero me temo que ni Freud, si viviera, podría lidiar con ese ego deforme que le hace creer a Gorriti que es más de lo poco que realmente es.
Si este penoso cacique caviar se hubiese tomado el afán de acceder a una mínima cultura quizá habría encontrado esta frase de John Steinbeck: “Sabemos que nos engañan desde que nacemos hasta que nos cobran demasiado por nuestros ataúdes”. Es cierto, así ocurre, pero nos damos cuenta. Por eso los operadores políticos y los desinformadores terminan fracasando. El caso de Gorriti es uno más entre un montón, aunque su ego lo engañe diciéndole que es único.