Opinión

Gonzalo Portals Zubiate, el lagarto inmortal

Lee la columna de Rodolfo Ybarra.

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Para Alejandra Monterroso

Cuando conocí a Gonzalo se detuvo la Tierra, hubo temblor en Lima y un bailarina de ballet perdió el equilibrio en canal 7, televisión nacional. Fue Carlitos Rengifo quien me llevó a conocer al Lagarto, me dijo que era un escritor de fuste, que habría una buena conversación y un buen vino. En ese orden, recalcó el escriba de Criaturas de la Sombra y partimos con nuestro pasaje de ida y de vuelta porque en ese tiempo cada uno vivía con su familia y a salto de mata.

Y así se hizo costumbre ir los viernes a su casa de la calle Teruel en Miraflores, ahí conversábamos de poesía, de historia, matemáticas, psicología, filosofía y de música clásica. El lagarto era muy diestro en muchas artes y no era pose, siempre había respaldo de libros, citas y hasta conversaciones con académicos de renombre. Pero todo tenía una aureola amateur o, por lo menos, nosotros le dábamos esa imagen. Quizás porque éramos muy jóvenes o porque todo era más fácil cuando Gonzalo decía: “pero, mira hermanito…” y se echaba a reír.

Y aun cuando las tertulias eran literarias, siempre nos escapábamos al mundillo del rock. Gonzalo me decía hoy toca El Malvado Ciorán o La Reina de los Condenados. Y se vestía de negro y danzaba en la oscuridad de los bares hasta que empezaba a caer la noche o la madrugada. También le gustaba mucho la banda Distorsión Ácida, un power trío que formé junto a Carlos Rodríguez y Edward Quisquiche. Él nos fue a ver muchas veces e incluso tenía fotos y grabaciones artesanales de la banda (Con Carlos hemos quedado en hacerle un homenaje en tonada de rock).

Una vez, en la casa de playa de mi hermana, nos metimos a una mansión desocupada porque decían que ahí había fantasmas; obviamente nadie creía nada de eso y más bien encontramos a unos enormes dobermans que nos atacaron y le mordieron la pierna a Gonzalo. Mi sobrina Jessica le hizo los primeros auxilios. Luego se puso como una docena de vacunas en la barriga y se mataba de risa diciendo pobre de esos perros porque ahora no podrán dormir y tendrán que soñar como en Niebla de Unamuno.

Luego parábamos en caminatas enormes por Barranco, Miraflores, Lima o cualquier lugar. A veces nos bajábamos del taxi en algún cruce y caminábamos sin destino o hasta algún restaurante o salón de té. No importaba nada, solo el azar (el azar ¿es realmente un azar? Mario Benedetti). Otras veces me decía para ir a tal o cual lugar a comer. Y el Lagarto se despachaba con comilonas opíparas: sopa, segundo, pollo, carne, mazamorra morada, arroz con leche y churros con chocolate.

Y obviamente también discutimos y peleamos. Una vez le regalé un saco plomo a modo de disculpas y otras veces simplemente pasaba el tiempo y nos volvíamos a ver. Es que era imposible estar molesto con Gonzalo. Siempre salía con alguna muletilla como esa “Pare, Cruce, Tren” o “¡Hermanito, qué le pasa a ese señor!”

Así fue durante muchos años hasta que la cosa se puso seria y este gran escriba me propuso editar un libro juntos. El título ya se lo tenía en el bolsillo, se llamaría Por la Boca, Muertos. Y nos pusimos a escribir como locos. Y cuando ya todo estaba listo a Gonzalo le pareció que había algo que faltaba o no sé qué. Y desechamos ese libro de casi 400 páginas y nos pusimos a escribir otro libro con el mismo título hasta que quedó. Lo cerramos y lo editamos.

Seguro, hay mucho que decir como esa vez que me matrimonió en Chaclacayo y se mandó una perorata de casi tres horas y cuyo registro lo tengo grabado en un carrete que espero pasarlo a youtube para que los jóvenes o los niños vean a ese personaje extraordinario que era Gonzalo y cuya poesía era él mismo.

Hasta siempre, Gonzalito, viejo amigo antediluviano. Sabíamos que te gustaba el lado oscuro y la muerte era solo una señora flaca a la que se le notaba las costillas. Sé que nos volveremos a ver y entonces te mostraré ese libro que te debo y que hace tiempo empecé a escribir y que habla de un maestro de colegio, un trabajador de la Cancillería que soñó con seres mitológicos, monstruos y cervatillos fantásticos corriendo en un campo verde.

¡Vuela alto, mi amigo, Lagarto inmortal. Te vamos a extrañar!

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