La década del 90 nos entregó una generación notable de actores jóvenes que participaron en producciones memorables, tanto en el teatro como en el cine. Uno de ellos (considerado en su momento como uno de los mejores de su generación) es Giovanni Ciccia. Pero su historia en la actuación no empieza en 1990, sino a inicios de los 70, cuando, escondido tras la cortina de su sala, esperaba el momento adecuado para salir a escena e interpretar los papeles que él mismo inventaba, y que luego escribiría estando en el colegio, donde fue consolidando su talento escribiendo y dirigiendo pequeñas obras, actuando y bailando en las actuaciones escolares, esperando el momento de regresar a casa para seguir actuando, tocar el piano o la guitarra con su papá, sus tíos, los primos o los amigos del barrio.
Recuerda con nostalgia aquellos años de familia. Su abuelo vino del norte de Italia y su abuela de sur, llegaron al Perú para ensamblar a sus hijos, dice riendo, y trajeron consigo toda esa alegría propia de las reuniones de familias grandes. Busca en restaurantes italianos la sazón de la abuela, que preparen polenta, canelones, pero como se preparaba entonces, con el cariño del hogar. Su abuela preparaba la polenta y la movía durante horas y horas en la cocina, después la servía como una especie de sopa con tuco y abundante queso parmesano; esta sopa era tan espesa que cuando se enfriaba tenías que cortarla en tajadas y freírla, y te comías tus tostadazas de polenta; pero en ningún restaurante ha encontrado el sabor del risotto de hongos a la italiana, es un chambón, pero sacas unos bíceps…; o el menestrón, donde ponían la cuchara parada con el queso parmesano dentro, lo máximo.
Escena de la película Django
Giovanni Ciccia toma asiento en una de las butacas del teatro Larco, observa el escenario donde está montando “La tiendecita del horror” y pregunta si es que no olemos a comida. Todos ríen. Es imposible que esté quieto, tal vez es ese espíritu el que lo ha llevado a actuar, dirigir, tocar en una banda de rock, escribir guiones y además poner una tienda de vinilos. Pero todo esto es en realidad, el destino. Terminando el colegio se puso a estudiar comunicación audiovisual, que era lo único que encajaba con lo que había hecho toda su vida, y luego complementó esa formación con cursos de actuación, dirección y, poco a poco, fue cayendo en la actuación, por un tema básicamente económico, cuenta, porque encontré que tenía más espacio. En aquellos años leía mucho más de lo que indicaban los cursos y ese espíritu autodidacta fue necesario para ir alcanzando sus metas. Le gusta muchísimo Visconti, Scola y Fellini, las películas más terrenales, De Sica, y ha descubierto con “La gran belleza” (el film de Paolo Sorrentino que ganó un Oscar en 2014 a mejor película de habla no inglesa) que todavía el cine culto puede sorprender hasta el silencio.
Los fines de semana, cuando niño, los primos llegaban a su casa y estallaba la diversión, se bañaban en la piscina, iban a la playa, siempre había un momento para los juegos, pero no para el deporte: Giovanni nunca ha jugado al futbol, sus juegos eran juegos de personajes, tú eres el ladrón y yo soy el policía, ahí había una historia. Entonces cogía la cámara betamax de su padre, filmaban todo, y a cierta hora, papá, mamá y tíos se reunían a ver lo que habían hecho, y ellos se tenían que sentar y alucinar que sus hijos eran genios; en lugar de meter goles, Giovanni filmaba cortos. Quizá este estímulo se lo deba a su padre, un hombre al que le encantaba cantar y era, además, un amante de la tecnología. En la casa de los Ciccia nunca faltó el último modelo de Betamax, de VHS, el último equipo de sonido, a su papá le encantaba, pero no los usaba mucho, le gustaba saber y ver cómo lo usaba otra persona, entonces, de alguna manera, Giovanni era su control remoto. Él le decía a ver préndeme esto, pon una canción, y entonces él corría y ponía el disco o el casete, grababa usando un micro; esto lo motivó mucho, pues en su casa había acceso a instrumentos que servían para registrar cosas, grabadoras, cámaras, siempre había alguna novedad en casa.
Escena de la película No se lo digas a Nadie
Y entonces, un día, llegó el teatro profesional. Las primeras obras fueron muy intensas, Giovanni recuerda que se preparaba cada día marcando el calendario con un plumón, esperando el día del estreno. En una época en que le pagaban con monedas que apenas alcanzaban para una cerveza helada, lo importante era saber que el corazón estaba contento. “El Tartufo o el impostor”, la clásica comedia en cinco actos escrita en versos alejandrinos por Molière y que fuera estrenada el 12 de mayo de 1664, fue su primera gran actuación. Dirigida por Manuel Calderón, entonces profesor del Club de Teatro, “El Tartufo” se estrenó en la Municipalidad de Chorrillos, pero no fue mucha gente a verlos. Qué importaba: se hacía el teatro pensando solamente en el teatro y no en el marketing, como ahora. Y todo lo que se hacía se hacía en serio, pues cuando alguien paga su entrada para ir al teatro, entonces ya es en serio. Y así pasó de la sala de su casa al gran escenario, del público familiar a un público de teatro (más exigente), y después del Tartufo vino “El rey de Sodoma”, con José Enrique Mavila en la Escuela Nacional; y luego “Séptimo cielo” dirigida por Alberto Isola, en la Alianza Francesa. Esos fueron sus comienzos; desde entonces ha ido dejando parte de sí en cada personaje interpretado, y marcado el destino de otros. ¿No extrañas algo en especial de algún personaje? Y no, no extraña nada, porque para él es un alivio terminar un personaje, el teatro le fascina, pero es consciente de que ser otra persona todos los días, y siempre diferente, no es sano para nadie.
La última cinta donde actuó fue la premiada “El evangelio de la carne”, la recuerdo ahora y entonces caigo en cuenta que a Ciccia le gustan los cambios extremos. Del frívolo rebelde en “No se lo digas a nadie” (inolvidable su grito de libertad saliendo de la PUCP), aparece como D´Jango, -uno de los delincuentes más peligrosos de la década del 80, cuya banda asaltó más de 200 bancos-, desnudo en una azotea abrazando a una sensual Melania Urbina (otra escena inolvidable, con grito incluido), donde tuvo que hacer una gran investigación porque le parecía un personaje rarísimo, completamente lejano a él. En “Un día sin sexo” era un tipo medio cómico, medio tonto, parecido al personaje de la exitosa miniserie “Mi problema con las mujeres”, que fue nominada a los Premios Emmy; en “Mañana te cuento” era un salvaje que nada tiene que ver con el pobre tipo apagado de “El evangelio de la carne”. Le divierte buscar personajes nuevos; el último es un nerd, un tipo completamente desadaptado que aparece en “La tiendecita del horror” en el teatro Larco. Todos son tan distintos, que es inevitable pensar que algo no se quede con el Giovanni/persona. Quizá algo de rebeldía, dice, pero nada más. Y es que Ciccia dice las cosas que piensa sin ambages, y no pocas veces ha tenido problemas por esto (ríe al recordar cuando en su twitter mandó a la mierda programas como Combate y Esto es guerra y le llovieron «críticas»). Ahora sonríe y dice que ya no dice nada: que su silencio es revolucionario. Y ríe más.
Escena de la película Tinta Roja
“He hecho un montón de cine, pero nadie va a verlo”, dice; cree que el público se ha alejado de las salas pero eso no es tan cierto. Cintas de consumo masivo como “¡Asumare!”, “A los 40” o “Cementerio General” han superado las expectativas de asistencia de sus productores. Es verdad que la calidad de las mismas no es la mejor y jamás serán clásicos, pero ha despertado el interés del público por consumir cine nacional, aunque estemos lejísimos de una industria como la mexicana o la argentina, ni qué decir de la española. Ciccia se queda pensando un momento y vuelve a la carga: es consciente de que gran parte del problema es la carencia de ideas a la hora de elaborar argumentos atractivos. Las cintas son básicamente extensos comerciales televisivos. Falta escuela, oficio. No se puede “hacer un cine” (y generar una cultura del cine nacional) en dos años, por más dinero que se tenga, aunque el dinero ayuda a que se genere un oficio. Giovanni piensa que la gente que está haciendo estos comerciales de hora y media, en cinco años probablemente nos regale un triple platino, o un Oscar en 10 años, cree que hay que pasar por estos procesos para llegar al profesionalismo. ¿Cómo se convierte uno en experto?, los grandes directores de cine tienen en su carrera 30 cortos, 5 largos fallidos, y después, una gran película. Nadie ha hecho su obra maestra a la primera vez, y hay directores que han hecho solo una película. Con mucha suerte Eduardo Mendoza ha hecho 5 películas, es una cosa increíble pero hay otros más, los más conocidos han hecho máximo dos películas en lapsos de 6 a 7 años; como sea: se te va la vida y haces dos películas, tienes que hacer para aprender, tienes que hacer para ser a cada día mejor, y si no hay producción pues tampoco habrá guionistas. Giovanni ha escrito varios guiones (desde niño, lo recuerda), pero sabe que la formación de los guionistas no es la ideal. Hay una formación técnica, básica, teórica, en la Universidad de Lima, la Católica, la San Martín, los alumnos salen con un cartón de comunicadores y poseen la teoría para escribir un guion, saben cómo agarrar una cámara, cómo hacer una secuencia cinematográfica, pero no tienen el oficio para hacer una película y si van a postular a CONACINE durante cuatro años para en el quinto año recién filmar su primera película, y dos años después estrenarla ¡se les fue la juventud, hermano!, la época más creativa de la vida se te va haciendo una película (si es que la haces), para que después, cuando la estrenes, el público no vaya a verla y los críticos te destruyan, entonces…
Le comento que este año se ha proyectado estrenar 50 cintas, según sus propios directores. Me dice que ya vamos medio año y a las justas van 6. Le pregunto por el nivel de los actores, si comparamos, por ejemplo, con los brasileños; entonces me dice que no puede opinar porque está del otro lado, y defiende la calidad de su trabajo, y nombra a los talentos de su generación: Melania Urbina, Paul Vega, Vanessa Saba, Gianella Neyra, Jimena Lindo, Lucho Cáceres… recuerda que con “Tinta Roja” le dieron una Concha de Plata a Gianfranco Brero como mejor actor, aunque es ya de varias generaciones anteriores. Se ofusca, no hay nada que envidiarle a las novelas brasileñas, las mexicanas deberían envidiarnos, la venezolanas… pues ahí no hay nada. Y todos ríen. Habla de Mastroiani, que nunca estudió nada y tan solo ponerse de pie en el escenario la gente lo amaba, la cámara lo amaba. Dice que él no tiene talento, por eso tuvo que estudiar. Se nota la pasión en sus palabras, en su compromiso como actor, en la responsabilidad que asume al interpretar a un personaje. Pero es inevitable mencionar a los actores que se han dedicado a otras cosas, desde periodistas radiales hasta animadores de programas concurso, y responde que la actuación no paga todas las cuentas, y el cine no es una industria. Giovanni Ciccia sería feliz filmando dos cintas al año, que fueran rentables, claro está, pero no abandonaría la tienda de vinilos, la música es su otra pasión. Atrás quedó la etapa de 3G, el programa de conversación en Plus Tv donde compartía espacio con Gianfranco Brero y Natalia Parodi. Pero Giovanni no se detiene: después de estrenar “La fiaca” ha montado “La tiendecita del horror”, una película del 69 que Roger Corman convirtió en musical de teatro en los 80s, y que después se convirtió en película musical en 1983.
Escena de la película El evangelio de la carne
Y así como el arte y la actuación cambiaron muchas cosas en su vida, la familia lo cambió todo. El gran cambio no era el Fredemo, eran los hijos, dice riendo. Tiene dos hijos pequeños, le digo que están en su mejor edad, me responde que le están quitando sus mejores años. Los hijos te hacen feliz aunque también joden, pero así es la historia de la vida, el círculo de la vida, por eso trato de pasar el mayor tiempo posible con ellos, es duro, te sacan la mugre. Es un cambio espiritual. Le pregunto entonces si cree en Dios, sí, pero en mi Dios particular, no en el que representa Cipriani, que más parece un exorcista, Dios no necesita de una religión. ¿Recuerdas que la única vez que se le vio a Jesús feroz y molesto fue cuando estuvo en la Iglesia? Algo pasa allí, compadre.
Están ultimando detalles para empezar la función de la noche. Giovanni Ciccia tiene ya a estas alturas la experiencia de dirección y la solvencia actoral para manejar todo con calma. Recuerda su paso por obras como “La Chunga”, “La nona”, “Broadway nights”, “Jesucristo Super Star”, recuerda que la sangre llama y entonces ahí está el gusto por la obras de la literatura clásica, pero aclara que si se trata obras locales prefiere las contemporáneas. Por eso estrenará dentro de poco “Un fraude epistolar” basada en una novela de Fernando Ampuero, quizá cuando se haya estrenado ya “La hora azul”, basada en la novela homónima de Alonso Cueto y que fue grabada el año pasado. Giovanni Ciccia se despide entre risas, el hombre nunca descansa, vive la tercera edad de la juventud. Se va pensando en todo lo que le falta por hacer sobre las tablas, y que la vida no le alcanzará pero qué importa: él solo sigue su destino.