La carita de Pascal Ogier, a quien recuerdo por su papel (bastante peculiar) en la especialmente irónica Las noches de la luna llena, de Eric Rohmer (1984) —película que vi antes que Ghost dance, y con la que establezco en mi mente una curiosa continuidad— es un dato relevante.
Transmite inequívocamente inocencia y honestidad y una mente despierta y bien dispuesta, figura ideal (en su transparencia y evidente integridad a la vez que en su cualidad etérea) para contraponerse a la de un peso pesado, otra clase de presencia, nerviosa, poderosa y penetrante, una especie de super conciencia de la filosofía en Occidente y más allá, la de Jacques Derrida, el impresionante filósofo que entre las muchas cosas que piensa, nos hace saber que piensa que todos somos por supuesto fantasmas. Algo en realidad muy claro, que pocos quieren ver. Sí, puede dar miedo comprobar la escasa realidad que tenemos en realidad…
Siempre lo hemos sabido, pero nos falta aceptarlo con una lucidez y sensatez mayores. Derrida lo sabe muy bien y por eso su figura planea en la película con un aire de quien juega e improvisa en una conversación de aspecto corriente y en medio de una apacible aunque un tanto expectante atmósfera en la que es capaz de tocar las dimensiones más decisivas de la experiencia humana. Más o menos lo que se supone debe hacer siempre un filósofo. Por algo más que por simple cortesía.
Ordenada en capítulos, casi parece que leyeras un libro; voces en off explicativas, abstractas, fragmentarias, bordeando el ensayo o el tratado junto con escenas con cualidades performáticas.
La película juega sin cesar con los espacios amplios, vacíos, llenos de contenido en su materialización de la ausencia que reclama una respuesta, ausencia perfecta en cuanto a lo que se desea expresar con ella, una ausencia que nos posee, que es potencialmente capaz de devorarlo todo.
Derrida: “El futuro pertenece a los fantasmas”. “Cine + Psicoanálisis = Ciencia de Espectros”.
Bernard Stiegler explica que si Derrida dijo en su libro De la gramatología (1967) que “el lenguaje ya estaba escrito”, se podría decir “que la vida ya es cine”. Agrega que la cuestión no es ficción o realidad, sino si estamos en una buena o en una mala película.