Se puede decir sin miedo que esta es una película sobre el amor. Y por eso, al tomarse en serio su tema, en la clave propuesta, es una película desoladora. ¿Qué puede pasar con alguien cuando espera de los demás… más de lo que pueden o quieren dar?
Tenemos la oportunidad de conocer la mentalidad de un personaje, de entender con detalle sus razones. De percibir su complejidad. En gestos, palabras y actos. De llegar a ver el resultado de la suma total de su existencia (el final es estremecedor). Si algo está claro es que… hay una idea del amor -equivocada o no- que es vivida hasta el fondo y hasta el fin.
Hay, en la película, una rara intensidad. En su búsqueda incesante por fijar la imagen de un personaje en busca de lo que cree y cree vivir, el ‘verdadero amor’.
Para lograr esta explicación sobre un modo radical de ser Dreyer rompe la narración rutinaria. Dreyer evita cuidadosamente el juego del plano – contraplano. Los personajes, por lo general en el mismo plano, uno cerca del otro, miran el vacío, miran dentro de ellos mismos, miran sus pensamientos, miran sus imágenes interiores. No ‘se’ miran tanto unos a otros, o no lo hacen con tanta frecuencia y menos aún al mismo tiempo. Parece incluso que miran una pantalla (fuera de campo) que nosotros no vemos. O tal vez sí.
Uno se pregunta cándidamente ¿para quién hablan? ¡Si no se miran! No se miran tanto. Se hablan a sí mismos; le hablan a la imagen mental de la que hablan (presente o no) que es algo o alguien más real que la persona misma que tienen físicamente próxima. No miran (además) porque no quieren que se descubra la verdad que esconden en los ojos. Asistimos así a diálogos que pareciendo diálogos podrían ser más bien monólogos, intercambios de monólogos, discursos que exponen interioridades minuciosamente.
No abundan los cortes, hay una voluntad de continuidad, está el deber de dejar que estos seres parlantes se viertan generosamente casi sin interrupciones. Una continuidad ‘realista’ con el explícito reconocimiento de que lo vivido y lo contado es un sueño; es la conciencia desolada, o ‘soñadora’, de que todo es un sueño; y entonces uno se pregunta por qué Gertrud se queja de la imposibilidad del amor en los términos en los que ella plantea. Ya que si nada es real…
Gertrud exige a los hombres una integridad que solo ella posee. Observa, comprueba, reprocha, critica, ‘condena’ con razón a los hombres de su vida por su decisión o su incapacidad de poner el amor en primer lugar. Para ella la relatividad (la multiplicidad de ‘intereses’) convierte al amor en una farsa. Ella se niega a ocupar un lugar secundario en la vida del hombre que ama. Reclama igualdad en esta (a nuestros oídos ya tal vez un poco extraña) ‘religión del amor’.
Hay un tiempo suspendido, que se expresa de varias maneras. En un parque o en escenas en interiores hay un fuerte contraluz, a través de los árboles y en el aire libre o entrando por la ventana de una habitación como una plenitud sensible de esa idea del amor; la luz blanca empapa el plano y los ojos. Una gran imagen de las ilusiones, de lo inalcanzable, un mundo utópico, soñado, donde uno siente que es uno mismo, se siente vivo, lleno de amor.
La solución de Gertrud pasa por la independencia, la soledad y los recuerdos. La conciencia de haber amado funciona como un consuelo trágico. El mundo que Gertrud rechaza es el de una reducción binaria, uno donde ‘fatalmente’ los roles han sido prefijados, impuestos: el hombre como centro y la mujer como mero ‘complemento’. A la vez, Gertrud replica lo binario: rechaza (tras sus experiencias desdichadas) la posibilidad del amor con su mejor amigo (un hombre que no la vio como ‘complemento’) aceptando paradójicamente la ‘fatalidad’ patriarcal que rechaza. Hay un grado de masculinización en la escena final que así lo sugiere.
Pocas veces en la historia del cine alguien ha hecho un retrato más penetrante y complejo.
Puedes ver la película aquí.
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