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Garrido Lecca, la terrorista que no se arrepiente

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En una hermosa página de La Guerra y La Paz, Tolstoi afirma que luego de Borodino y pese a la inminente invasión francesa de Moscú, la Grande Armée había experimentado por primera vez el vértigo de la derrota porque los rusos pese a haber perdido la batalla habían demostrado una superioridad moral ingente al no darse por vencidos en ningún momento. El Satán de Milton en un clásico ejemplo dispuesto por Harold Bloom, es otra forma de victoria moral sobre la derrota material evidente y hasta este punto nos serviremos de la literatura.

Los testimonios de heroísmo referidos parecen tener poco que ver con nuestra realidad, pero, en verdad, no son tan distantes de cualquiera en que se agite al menos un resquicio de ética y una mínima posibilidad de ambicionar la trascendencia.

La próxima liberación de Maritza Garrido Lecca tras haber pasado los últimos 25 años de su vida presa, condenada por terrorismo, es una ocasión propicia para reflexionar no solo sobre sobre el heroísmo propuesto, es decir, la no aceptación de haber sido vencidos, sino, también, sobre el modo con que la sociedad peruana debe afrontar la “reincorporación” de los terroristas que salgan de prisión y el deplorable devenir de los principales involucrados en la captura de Abimael Guzmán ya que la ex bailarina será liberada un día antes del 25 aniversario de la captura del líder terrorista del Partido Comunista del Perú Sendero Luminoso, 12 de septiembre de 1992-12 de septiembre de 2017.

No es dable especular sobre las razones que llevaron a una chica de clase media alta a optar por el terrorismo, porque para ser claros, los terroristas no se han considerado nunca nada que sea distinto al ala más radical y verdaderamente revolucionaria de la izquierda peruana. Es decir que, preguntarse por qué Maritza Garrido Lecca ingresó a un movimiento político -terrorista-  como SL no viene al caso porque es como preguntarnos porque tantos caviares han envejecido siendo incoherentes con las propuestas que originaron su ingreso en la izquierda durante su juventud o porque tantos izquierdistas radicales se hacen pasar por socialdemócratas solo para satisfacer su ambición de poder a través de la vía electoral.

En este sentido, es necesario especular hasta qué punto Sendero Luminoso representa paradójicamente a la izquierda más comprometida con la “revolución” y hasta qué punto es una de las fuerzas políticas más nocivas y cobardes de todos los tiempos.

El primer punto es evidente, mientras los más torvos termocéfalos de izquierda se habían resignado a participar de las elecciones por razones de cálculo político o por comodidad, solo Sendero protagonizaba y materializaba lo que las demás facciones “revolucionarias” no se atrevían a concretar. En este punto, se esclarece el segundo componente del problema propuesto, puesto que sus atentados y crueles excesos contra civiles y sus tácticas terroristas intimidatorias deslegitimaron y hundieron cualquier reivindicación social que hayan intentado lograr o alcanzar a través de la lucha armada.

Creo que no existe en el orden de la guerra nada más ruin que atacar a civiles ni existe nada más grave que matar a traición a gente desarmada, rendida o que sea, simplemente, inocente. Un guerrero no puede mancharse con la ignominia de atentar contra personas indefensas.  Obviamente, los sádicos senderistas no tuvieron nobleza ni ninguna otra cualidad que les hiciera aproximarse a la figura del guerrero. En síntesis, el honor en un senderista es imposible. Abimael Guzmán, el muelle conductor de este rebaño infernal, representa con plenitud, esta desgracia y este sinsentido, la ausencia total de una ética valiosa para cualquiera que sea distinto a los miembros de esta secta oscura.

Los crímenes de Sendero Luminoso fueron atroces, cobardes e injustificados, marcaron a toda una generación y más o menos normalizaron la brutalidad en nuestro país, tanto así que la feroz represión fujimorista fue asumida, desde esas fechas, por los seguidores del gran entuerto “naranja”, como un saludable escarmiento contrasubversivo.

A los senderistas no puede considerárseles “guerreros”-guerrilleros ni puede hallarse en sus planteamientos un solo aspecto liberador para nadie. Fueron, es cierto, el ala más radical de la izquierda peruana en un tiempo en el que la lucha armada había perdido toda posibilidad de ejercicio para la mayoría de los militantes que no se cansarán de repetir que SL no conocía la realidad nacional y que no habían realizado una lectura adecuada de las posibilidades revolucionarias que tenía el Perú en aquellas épocas. También, fueron la horda más sanguinaria y abyecta que ha tenido este país.

Haber militado en Sendero hace que seas considerado de la peor manera y con toda la justicia del caso, pero tras varias décadas encerrados, la mayoría de “sacos largos” serán prontamente liberados. Ante esta realidad debemos preguntarnos: ¿qué podremos hacer con ellos, si para agravar las cosas no tienen siquiera el más mínimo gesto de arrepentimiento?

Acaso puede deducirse de esta actitud una superioridad moral sobre los que se doblegaron, sobre los que descaradamente fingen arrepentimiento y sobre los que niegan en todos los idiomas su participación terrorista, pero en el fondo todo aquello es intrascendente salvo que se asuma como principio que el arrepentimiento es una condición sin la cual no deberían ni podrían reincorporarse a la sociedad.

Es, en verdad, un tema harto complicado. Solo ciñéndonos a la persona de Maritza Garrido Lecca, veremos que, aparentemente, en ningún momento traicionó a su “gente”, no delató a nadie ni se valió de ningún beneficio penitenciario, ni pidió clemencia, es decir que, pese a estar sumamente equivocada respecto de lo que es la verdadera justicia social, al menos, ha demostrado entereza ética y fortaleza de espíritu. Lamentablemente, esta imagen utópica es falsa, puesto que, en una entrevista brindada a Caretas en el año 2005 – realizada por Patricia Caycho- niega en todos los modos posibles cualquier vinculación suya con SL. Esto configuraría una grave caída moral de esta terrorista o implicaría que estuvo indebidamente presa todo este último cuarto de siglo mas no existe ningún dilema. Según todos los reportes, ella sí fue militante activa de Sendero; por lo tanto, esa exhibición negacionista la incluye en la misma categoría de farsantes que hacen política en nuestro país.

La tragedia que significó el terrorismo para nuestro país halla su más intenso correlato no solo en historias tan absortas en doblez y falsedad como la de Maritza Garrido Lecca sino, también, en el fin de los principales involucrados en la gesta que encarceló a Abimael Guzmán. Tomemos como referencia a dos valiosos representantes del GEIN, Miyashiro y Jiménez, quienes deberían ser considerados héroes nacionales y sin embargo…, ahora, es imposible que se recurra a sus figuras como paradigmas de hidalguía y nobleza.

Miyashiro es en la actualidad un títere más de la nefasta agrupación conocida como Fuerza Popular y Benedicto Jiménez es otro corrupto cualquiera infaustamente vinculado con la mafia del infame Orellana. Estos dos “ejemplos” nos enseñan la imposibilidad de ser un héroe en nuestro país.

A su manera, los terroristas, nos muestran el otro lado de esa misma moneda, intentaron ser héroes y creyeron que podrían liberar al pueblo, sin embargo, gracias a su dogmatismo y a su enfermiza “ideología” atentaron contra el pueblo mismo y se hicieron dignos del desprecio de todo el país al asesinar a tanta gente inocente, además, de haber traumatizado a miles de compatriotas con el ritmo atroz de sus múltiples atentados sobre la ciudad de Lima y otras.

Debo enfatizar que el desprecio ante situaciones y entidades como las que hemos descrito es legítimo y saludable. Debo precisar que este desprecio, en relación con los terroristas y los corruptos, debería ser perdurable en nuestra memoria histórica para que sean señalados todo el tiempo con toda la crudeza necesaria a fin de que no vuelvan a repetirse nunca más actos de tan baja naturaleza.

Maritza Garrido Lecca saldrá en libertad en exactamente una semana. Su cuerpo podrá gozar de cierta libertad de tránsito, pero su mente, salvo prueba en contrario, seguirá presa y debe señalarse que padece dicha condición no desde el año 1992 sino desde que empezó a militar en el infausto sendero más oscuro de la política peruana.

Entender esto y entender que ella y todos los que son como ella no merecen ningún perdón sería una buena muestra de entereza histórica.  Del mismo modo, debemos ser inflexibles en nuestro desprecio a Alberto Fujimori y todo lo que él y su legado partidario representan. Sin embargo, podemos señalar una gran diferencia entre Maritza Garrido Lecca y Alberto Fujimori, aquella nunca se ha victimizado ni solicitado clemencia -salvo por ese cínico episodio de la entrevista de Caretas de 2005- y pese a lo equivocada que está, al menos, tiene la dignidad de morir y vivir en su ley, en cambio, el deplorable ex candidato al senado japonés ha actuado como todos sabemos, con la única intención de conmover a los incautos y salir de su encarcelamiento dorado.

Finalmente, se puede ser enemigo del terror y señalar la cobardía con todas sus letras respecto de los terroristas, pero sería una bajeza no reconocer la superioridad moral de Maritza Garrido Lecca sobre su endeble líder endiablado, él que hasta propuso un acuerdo de paz en fatal connivencia con otro infausto protagonista de aquellas épocas tan turbias, Vladimiro Montesinos y ni qué decir del adecuado correlato de todo ese infierno que ya hemos señalado, es decir, Alberto Fujimori.

Los terroristas que salgan de prisión al cumplir con las condenas que les fueron impuestas en sujeción al derecho y en democracia, no merecen nuestro perdón ni nuestro olvido, pero tampoco ensañamiento ni violencia, y creo que solo hasta este punto puede llegar la única forma de reconciliación posible con ellos.

Que Maritza Garrido Lecca cargue con sus culpas y que sea ella su propio juez en tanto no se atreva a atentar contra la vida de nadie por razón de la ideología que hasta la fecha parece no haber dejado atrás, que la reciba bien su familia en la medida que esto sea posible y sus viejos amigos si todavía le queda alguno exceptuando a los senderistas. Del mismo modo, esperemos que los fujimoristas en lugar de cubrir el Congreso con fotos solicitas respecto de la farsa que representan, asuman su pútrida condición sin ambages y que dejen de camuflarse en la apariencia de la gente decente porque no solo el líder de esta banda no merece nuestro olvido ni nuestro perdón, sino que tampoco lo merecen, sus seguidores y “representantes políticos”.

 

*

Los rusos no obtuvieron en Borodino la victoria que se definía por unos harapos clavados en palos elevados en el espacio, que se llaman banderas, pero obtuvieron una victoria moral: la victoria que convence al enemigo de la superioridad moral de su adversario y de su propia debilidad. La invasión francesa, cual bestia rabiosa que ha recibido en su huida una herida mortal, se sentía vencida, pero no podía detenerse, de la misma manera que el ejército, dos veces más débil, tampoco podía ceder. Después del choque, el ejército francés todavía podría arrastrarse hasta Moscú, pero allí, por un nuevo esfuerzo del ejército ruso, había de morir desangrado por la herida mortal recibida en Borodino.

El resultado directo de la batalla de Borodino fue la marcha injustificada de Napoleón a Moscú, su vuelta por el viejo camino de Smolensk, la pérdida de un ejército de quinientos mil hombres y la de la Francia napoleónica, sobre la cual se posó en Borodino, por primera vez, la mano de un adversario moralmente más fuerte.

Guerra y Paz, párrafo final del Capítulo 22 de la Décima Parte, Tolstoi.

 

 

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