En tiempos en que la política es un negocio y los cargos públicos representan “estatus” o ejercicio del poder en provecho personal o mal utilizados (nepotismo, angurria, robo, desfalco, depredación, etc.), una de las salidas más dignas para no ser cómplices de esta aberración llamada “democracia” –dizque “gobierno del pueblo y para el pueblo” –, es sujetarse a la abstención o la no participación del circo electoral y su recua de farsantes donde se maquilla la opresión del pueblo y se legaliza el poder en unos cuantos para oprimir y expoliar a las grandes mayorías.
En esta aberración trasplantada de los griegos (democracia) y romanos (derecho), no votar es decirle no a los “conservadores” reciclados y/o fascistas reconvertidos, siempre cubiertos bajo la costra de justicia social y la farsa democrática. No votar es decirle no a los izquierdistas caviar, cabezas de ánfora, pobres diablos y entes larvarios que han venido lucrando a costa del pueblo que los eligió y confió año-tras-año-de-burlas-y-engaños. No votar es decirle no a los “independientes” o, mejor dicho, aprovechadores y oportunistas de turno, que intentan la confusión para pescar a río revuelto y hacerse con un poco de poder aunque sean migajas o carroña. Todo vale en este juego del hambre que es la “democracia” y el seudo-derecho constitucional donde el esclavo cree ser “ciudadano” solo porque puede mancharse el dedo o estampar una firma en el registro de votación.
Hoy es poco lo que queda dentro del panorama apocalíptico de la política tradicional y no tradicional. La basura electorera hiede, babea, se arrastra, camina a cuatro patas, y solo busca atornillarse a como dé lugar en cargos de regencia. Los spots publicitarios soportan todo lo inimaginable, desde politiqueros esquizoides que piden ser azotados en público hasta narco-payasos, tentetiesos, charlots y guasones sonrientes que te hablan al oído y te aconsejan y sugieren, con el corazón en la mano, para que votes por ellos. Pero, en este mundo de la ilusión, nada es real, todo ha sido construido cosméticamente para que seas seducido y arrojado del cogote al molino de carne que es este sistema putrefacto inscrito a las patadas en las fauces del neoliberalismo draconiano donde todo se compra y se vende; incluso las conciencias.
Tu voto es solo una formalidad para justificar un sistema que se cae a pedazos y que necesita de tu “aprobación”, aunque sea a la fuerza o bajo pena de multa si es que no acatas la regla. Y la regla dice que tienes que elegir, sí o sí, entre el cáncer, el sida, el ébola, el Alzheimer o cualquier peste que intenta vivir de tus impuestos y hacerte creer que hará algo por ti cuando en realidad lo que buscan es ponerte la soga al cuello y empujar la silla. Tú decides: o votas o mueres; o no votas y decides ser un verdadero ciudadano. (O, siquiera, vicia tu cédula de sufragio). Y, aún así, poco pasará, pues, como es sabido, en USA, Suiza y Polonia, por ejemplo, solo vota el 50 % de su población electoral sin que esto signifique nada efectivo para sus “democracias”. Lo demás es bla, bla, bla, pura demagogia y chatarra para electarados e ilusos o gente con buenas intensiones.