No tienen mucho que los emparente sea en el estilo o las temáticas que tocan, pero comparten el hecho de pertenecer a una misma generación y navegar en la geografía de una misma lengua: la francesa. Traídos por la Embajada de Francia, Pierre Ducrozet, Miguel Bonnefoy y Laure Limongi nos cuentan sus deseos, sueños y recuerdos en una era que discurre entre el populismo político, los peligros de la tecnología y el hundimiento de las utopías. La suyas son más coordenadas de un mapa en forma de rizoma que busca exponer el momento literario e histórico que habitamos. Porque las palabras así como los cuerpos también se habitan.
De Pierre Ducrozet (Lyon, 1982) se pueden decir tres cosas que concatenan su persona literaria, es seguidor de la serie futurista Black Mirror, está interesado en las estructuras de rizoma y es un apasionado lector de Roberto Bolaño. Su novela, La invención de los cuerpos, ganadora del Prix de Flore 2017, enmarca perfectamente estas tres preferencias suyas. En ella Álvaro, un profesor mexicano escapa de una matanza de estudiantes, único testigo de la matanza se verá obligado a tener que cruzar la frontera reducido a ser otro inmigrante más, solo que en su peculiar suerte acabara siendo una cobaya humana para un experimento en sillicon valley, donde intentan dar el gran salto evolutivo hacia el transhumanismo.
Pierre Ducrozet.
Esta novela parte de un hecho real, la matanza de Ayotzinapa, en que 43 estudiantes fueron desaparecidos y asesinados por la mafia en colusión con las autoridades mexicanas. “Yo quería hacer una novela sobre el mundo contemporáneo” nos declara Pierre “quería hablar de los cuerpos, del internet, y llegó setiembre de 2014 y fue muy impactante lo que ocurrió allí, y ahí empezó la novela. Fue el detonante un poco, y todo se ordenó alrededor de ese hecho”.
Su novela se aborda más como metáfora del presente. A nivel estructural nos explica que el libro es más otra visión del internet, como emancipación también “porque tenía a la violencia de ese mundo y del otro lado de la frontera gente que niega esa violencia y que se interesa en superar su cuerpo” nos dice respecto a la trama de la novela que transcurre en Sillicon Valley. “Quería volver a los orígenes de internet, dibujar perspectivas más interesantes de las que ya hay. Porque internet también puede ser una fuerza de liberación. Por eso hablo más de esa estructura que es internet. Una estructura sin jefe, sin centro, como un rizoma. Yo tomo el concepto de rizoma del filósofo Deleuze, quien dice que el pensamiento tiene que ser como el rizoma, es decir, desarrollarse de manera libre, salvaje, desestructurada. Y si miras bien internet es precisamente eso desde el principio, no ha cambiado nada.
Potencialmente es interesantísimo porque permite que un escándalo como el de Epstein genere una aglomeración de voluntades que acaba fomentando una mini revolución feminista en pocas semanas. Y eso lo permite internet, porque un punto está conectado con otro sin un punto central, y esta es la primera vez que se da una organización así en la humanidad. Y lo que a mí me interesa es crear una estructura narrativa donde no haya centro”. Y eso precisamente ha sido su última novela. La cual recuerda por su estructura libros como Rayuela de Cortázar o Detectives Salvajes de R. Bolaño. “Mis dos maestros”, nos dice con una sonrisa Decruzet, quien especialmente admira la obra de Bolaño. “De Bolaño me gusta más su libertad y capacidad de crear formas únicas, formas de novelas que no existían antes, y que buscan pegar con la realidad que está viviendo y que es más como un laberinto que como la novela digamos del s. XIX, que es más lineal, y que no corresponde con el mundo de ahora, y eso es lo que Bolaño se propone estructurar, y eso es lo que más admiro, eso y su humor”.
“Soy escritora”, nos explica Laure Limongi, con una sonrisa mientras sostiene un cigarrillo Licky Strike apagado manchado de fuccia por su labial “pero cuando empecé a escribir y publicar libros, me hice editora también, porque me pareció importante trabajar con otras personas también, porque la escritura es una profesión muy solitaria, y me parecía importante compartir la creación con otras personas”.
Laure Limongi.
Laure es una exploradora del ritmo así como una trasgresora de los límites del género literario. En su libro Indóciles, un manifiesto contra la complacencia justifica la ingobernabilidad de los artistas en tanto expresión de autenticidad. “En ese libro hablo de una literatura exigente, de esos autores que no se venden mucho y están luchando en búsqueda de la forma. Recordemos cuando apareció la novela poética, no se vendió bien porque era una ruptura con lo convencional, lo seguro, o cuando se buscaba una escritura más fotográfica, y así. Indóciles quiere decir que cuando se escribe o hace una cosa se debe seguir su propio camino”.
También nos comentó sobre su utilización del corso (una lengua regional de Francia) en su obra. “Es una pena decirlo, pero mi castellano es mejor que mi corso, yo soy de Córcega, y tengo nostalgia de no poder hablar este idioma. Ahora como soy escritora, esto representa una ausencia porque me falta algo cuando escribo. El libro que estoy escribiendo ahora intento trazar algunas frases, palabras en corso con el resto del texto en francés peor sin traducirlas, esperando que con el contexto s epoda entender, que todos los franceses, no solo los franceses puedan entender”.
Sobre el avance de la mujer en materias sociales y políticas, Laure fue rotunda en rechazar dicotomías de literatura femenina o masculina. “para mí no existe una tal literatura femenina o masculina, ante todo somos seres humanos. Hay mujeres que escriben. Lo que importa es que las mujeres saben que pueden escribir. Pero no me parece que se escriban o haya libros de mujer”.
Sobre sus gustos literarios refirió su gusto por la bio ficción y la corriente de la ficción, la escritura a partir de documentos, “es una manera de interrogar al mundo, todo lo que existe. Esos temas me gustan”.
Miguel Bonnefoy es un caso especial. “Con mucho orgullo yo me siento franco-venezolano o venezolano-francés y franco-chileno-venezolano”. Hijo de padre chileno y madre venezolana desde muy joven estudio en Liceos y luego en la Sorbona donde formo su pensamiento bajo la rigida gracia del idioma francés. Su vida ha sido un permanente viaje que yace expuesta en su obra, que habla sobre Venezuela pero desde el francés. “Yo fui de frontera en frontera, de ciudad en ciudad” nos explica Miguel cuya madre era diplomática, “y quizá fue porque no tuve una geografía propia, porque no tuve mi propio espacio de frontera geográfica, que tuve que inventarme mi propio país, mi propia geografía, y eso fueron los libros, la literatura. Las palabras, fueron el único parlamento, el único territorio en que yo me sentía cómodo. El trabajo de mi madre fue a la vez una ganancia y una pérdida, gane las lenguas, los viajes, la cultura, y por otro lado hay un desarraigo”.
Sobre porque prefiere escribir en francés en lugar de en español, Miguel nos explica con una sonrisa amable. “Depende que temas, pero yo cuento en español, siento, sueño en español y luego yo lo traduzco (al francés), como yo estudie en escuelas de Francia y en la Sorbona me enseñaron a tener una estructura de pensamiento que es en francés. La idea entonces me viene de repente en español, y pasa por los filtros del francés para poder ponerlo en palabras. La idea conceptual se hace en español, pero la idea gráfica, la idea literaria, la estructura narrativa la hago directamente en francés. No es una contradicción, es una suma, un entretejido. Son lenguas que se terminan ayudando la una a otra”.
Sobre la delicada situación de Venezuela nos comentó libre de cualquier postura política que “Es difícil estar dando puntos de vista sobre eso, porque no me siento indicado de hablar de política, es muy complicado hablar, la situación es verdaderamente catastrófica. Hoy en día los exilios y las inmigraciones son tales que es evidente que hay un problema grave. Pero históricamente los pueblos siempre han estado migrando. Por un tiempo fue Perú que masivamente subió a Venezuela, y Venezuela fue un país de acojo, y ahora es al contrario. Lo venezolanos vienen no porque quieren venir sino porque no tienen a donde ir”.
A propósito de Venezuela Miguel es autor de quizá una de las novelas venezolanas más significativas sobre la misma, se trata de El viaje de Octavio, una novela de un hombre analfabeto que conoce y se enamora de una mujer llamada Venezuela que le enseña a leer y escribir. Con esta obra Miguel retoma el viejo género de la fábula y nos cuenta los problemas y posibilidades de un país. Y lo hace desde la extraterritorialidad del idioma francés para precisamente hablar como ninguno en los últimos años de esa historia trágica de amor que es Venezuela para los venezolanos, esto la hace doblemente interesante por su doble desarraigo.
“La idea era poder hablar de ciertos problemas políticos en Venezuela”, explica Miguel, “de hacer un himno al país, contribuir en el patrimonio cultural de Venezuela pero no de una manera directamente académica sino al contrario, pasar por el cuento, la alegoría, la parábola, pasar por lo que llaman la hipotiposis, es decir de poder contar un cuento y detrás de esta, de la moraleja del cuento, ver un nuevo mensaje. Que es el caso de Octavio que cruza un país, pero es también el país que lo cruza a él. De hablar del analfabetismo en Venezuela, y de romper el cliché de que la mujer venezolana es bella, es decir que es más que eso, que sobre todo es trasmitir el saber, el conocimiento a Octavio, que la mujer venezolana es por su coraje, su inteligencia y su dignidad”.
Miguel Bonnefoy.
En otra novela suya Miguel crítica la insensatez de vivir de la ilusión de una riqueza que no es tal como el caso del petróleo, en este caso la figura de otra fabula alegórica de buscadores de tesoros perdidos en la costa venezolana. “Es un libro sobre una tierra, Venezuela, que es rica, pero que no la trabajan con disciplina y con método, sino que siempre están queriendo cavarla, conseguir nuevas riquezas abajo, y no se dan cuenta del oro que hay en la cultura del maíz, del arroz, la cultura de la tierra y no en unos pozos donde están enterrados cofres sellados con clavos de oro”.
Sobre cómo se definía, si escritor francés o venezolano, nos respondió:
“Durante mucho tiempo me estuvieron pidiendo que tuviera que elegir, entre Francia y Venezuela. De niño siempre sentía que tenía que elegir. Y como en medio había 7 mil kilómetros de agua salada entre los dos países, también pensaba que debía haber un océano dentro de mí. Hoy en día con mucho orgullo yo me siento franco venezolano o venezolano francés y franco chileno venezolano y espero que las fronteras puedan caerse, y los pasaportes vayan a ser pasaportes de doble nacionalidad, para demostrar que el territorio no es el patrimonio de los nacionalistas y que los mestizajes es probablemente uno de los caminos positivos por donde la humanidad pueda avanzar”.
Pero si buscamos finalmente el parentesco que tienen estos tres autores, talvez debamos hallarla en que mientras Laure explora los límites de los géneros y la emancipación que significa la ingobernabilidad artística, Miguel la encuentra arando en el recuerdo de una tierra donde cultiva sus historias (y que fecunda es esa tierra), a la vez que Pierre busca concatenar horrores a lo Bolaño con las formas de habitarnos a nosotros mismos. Porque finalmente de lo que se trata es que ambos se mueven dentro de un rizoma de exploraciones rítmicas, traduciendo sus sentimientos y formando el nudo de estas anomalías de las zonas profundas de un cuerpo que no se termina de inventar y que es este tiempo presente. Porque todavía falta una patria que como a Octavio nos enseñe a leer con cariño.