Para mí la vanguardia debe ser cruda, visceral, intratable, o no ser. Es
una definición posible. El cine de Thorsten Fleisch me deleita por su cruda
exquisitez. Me alimento de luz, de golpes de luz, pulsaciones, latidos de luz, o
frecuencias de luz, lujuria de colores. Sí. La luz es mi alimento. El cine es gusto
de ponerle gotas de luz a las tinieblas. Nihilismo: conciencia de los agujeros.
Y lo punk, lo trash, lo freak, lo gore, lo MTV, The brood de Cronenberg, algún diálogo a lo Pink Flamingos, en el caso de Flesh city, están ahí.
La tecnología parece otro nombre de patología u obsesión o monstruos
míticos. ‘La Nueva Carne’. La ciudad es una porquería fascinante esculpida de
cemento. Somos las ratas y los insectos, hermanos queridos nuestros. El chiste
es que eso que llamamos luz se nos meta en el cuerpo de manera directa, física.
Nada de suavecita luz aguada. Lo mismo con la música. Es como la luz estereoscópica
que tanto gusta a Fleisch. Lo que suena, suena porque tiene que atravesarnos: o
somos porosos, o estamos muertos. Vaya película somática…
No diré que la
película de Fleisch es ‘inclasificable’; para mí, es clasificable como libre.
La narrativa, la narrativa… destruida por el montaje (que por momentos
extasía). ¿Pero por qué no la destruiste más? Los cortes vivifican, vivimos en
muchas líneas, no en una (la vida es un ‘todo ala vez’).
Moraleja. No permitamos que la narración confisque la imagen. Aquí la
contradicción de la película: el cine es el poder de la imagen o es ‘historia’
-energía neutralizada por caminos regimentados señalizados domesticados-.
Fleisch no libera todo lo que yo quisiera a sus imágenes del viejo yugo. Lo que
no quita que la ambigüedad del resultado tenga en nosotros efectos
vigorizantes…