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FIL 2015: Jorge Eduardo Benavides «Para los jóvenes el terrorismo es algo que ocurrió entre Carlomagno y Tuiter»

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Jorge Eduardo Benavides (Arequipa, 1964) se encuentra en Lima participando en diversas actividades de la 20 FIL Lima 2015, entre ellas, un conversatorio sobre su amplia obra, que incluye libros de cuento y celebradas novelas, la última de ellas “El enigma del convento”, una historia que se desmarca temáticamente de su producción anterior, vinculada con el realismo urbano (su trilogía conformada por “Los años inútiles”, “El año que rompí contigo” y “Un millón de soles”), y su nuevo proyecto, una novela policial. Finalista del Tigre Juan de novela y del Rómulo Gallegos, Premio Torrente Ballester y un referente de nuestras letras, conversamos sobre Lima, política y literatura.

Luego de escribir novelas urbanas, con “El enigma del convento” cambias de registro a la novela histórica ¿por qué ese cambio?

La novela del convento la escribí de pura casualidad. Estaba en Arequipa cuando escuché en el convento que unas monjas habían querido envenenar a la madre superiora y entonces me dije “aquí hay una novela”. No me considero un escritor de género, ahora por ejemplo tengo en mente una novela policíaca pero no creo en los géneros. Cuando salieron mis tres primeras novelas me dijeron escritor urbano y yo les dije “esperen, son las primeras tres, dejen que escriba las demás” y ahí voy, escribiendo siempre lo que me apetece.

Con cada nuevo libro se consolida más la voz del escritor y las formas de contar.

La evolución de un narrador tiene que ver con sus lecturas y sus experiencias. Esta novela, “El enigma del convento”, es una novela histórica pero no quise meterme en el género, sino que simplemente salió el tema. Es una novela que está ambientada entre Arequipa y Madrid en el siglo XIX, por tanto he abandonado el espacio natural de mis novelas anteriores que tenían como referencia la Lima en que yo viví. Yo creo que es un proceso natural habida cuenta que llevo ya 24 años viviendo en España, y creo que eso también se nota en mi trabajo. No es algo que uno busque, es algo que va ocurriendo y los temas van surgiendo y las formas de contar también.

Siendo autor de una de las trilogías más celebradas sobre Lima ¿cómo ves ahora la ciudad?

Una ciudad absolutamente distinta a la que yo conocí,  Lima es muchas Limas a la vez, lo he conversado con amigos de distintas generaciones, con Balo, con Bryce, es una ciudad distinta para cada generación, que va cambiando de una manera radical, que va dejando de lado su propia esencia hasta convertirse en una entelequia, es decir ¿de qué Lima hablamos? ¿La que circulamos por Barranco, Miraflores, San Isidro o por Lince, Jesús María, El Rímac o Ate? Son Limas distintas, y nosotros los limeños –ahora lo hablaba con Renato Cisneros- consideramos Lima como si fuera el Perú y nuestro barrio como si fuera Lima, es el síndrome de Abraham Valdelomar que tenemos con respecto a Lima: considerar que el pequeño mundo donde vivimos es representativo de toda la sociedad. Lima no es representada ahora en su totalidad en la literatura.

¿Sería entonces muy difícil una novela total sobre Lima?

Creo que la última novela que aspiraba a eso podría haber sido “Conversación en La Catedral”, porque “Un mundo para Julius”, “Miraflores Melody” o los cuentos de Ribeyro hablan de una fracción de Lima, muy rica y muy comprometida, etc, pero creo que en el fondo nunca hemos tenido la novela global de Lima, el corte transversal de esta torta de varias capas. Yo creo que a medida que pasa el tiempo nos vamos dando cuenta de que esa novela es la que falta. Lo digo con cargo a equivocarme porque no soy un gran conocedor de la nueva literatura peruana, es decir, leo todo lo que cae en mis manos pero no siempre todo lo que quisiera, y sin embargo tengo la sensación de que Lima siempre ha sido demasiado inabarcable como ciudad porque está compuesta de múltiples fracciones de ella misma, porque está hecha de barrios que, si no antagónicos, son barrios que viven de espaldas unos a otros. Nosotros pensamos desde el centro de Lima y lo que irradia, que Carabayllo, Ate, Naranjal, son barrios periféricos, y lo son desde esa perspectiva, pero supongo que para la gente que vive ahí nosotros somos los “no contactados” y eso no tiene nada que ver.

Esta fractura es interesante porque ahí uno puede encontrar material bastante rico para generar historias.

Sí, pero es muy difícil, insisto, es una entelequia contar todo Lima, sería una novela muy grande y bastante maniquea porque sería contada desde una perspectiva particular. A diferencia de otras ciudades europeas donde hay un elemento que homogeneiza desde el centro hasta las periferias, en Lima no tenemos ningún elemento catalizador que vertebre a Lima. Lo que podría vertebrar la ciudad es el hastío de no llegar hasta el otro extremo, de no conocernos, que somos estancos, pero eso literariamente significa que puede haber Limas riquísimas para contar, la Lima de los conos por ejemplo, estoy convencido que van a aparecer escritores que cuenten esos barrios.

La narrativa peruana se ha caracterizado por ser más cuentista, a diferencia de España, donde las novelas tomaron vuelo por un asunto comercial, dejando de lado al cuento.

Pero esa mirada comercial genera también una tradición, en España hay muy buenos cuentistas pero se les deja un poco de lado por la novela, España es una tierra de novelistas, yo creo que en Hispanoamérica por razones más bien comerciales se ha generado una tendencia al cuento porque era más fácil de publicar, porque si querías escribir algo era más fácil escribir cuentos que una novela, si nos fijamos bien no hay novelas grandes en extensión en los últimos cincuenta años dejando de lado el Boom, que fue un fenómeno, pero bueno, esos son fenómenos sociológicos en los que intervienen la economía y el comercio, que están integrados a la vida cotidiana y eso genera cosas de la misma forma que Internet, Facebook y Tuiter van a generar un tipo de literatura distinta. En algún momento dentro de cincuenta años diremos que se hizo literatura con unos condicionamientos que tenían que ver con este fenómeno. Yo creo que el cuento se ha generado por eso, por una cuestión de mercado en Hispanoamérica. Casi todos los escritores empezamos con el cuento. La diferencia está en que algunos escritores saben que el cuento es un género y se aplican a ello (que son pocos, el mejor exponente nuestro es Ribeyro), y escritores que usamos el cuento porque siendo narración corta es un paso inevitable para otro género en la literatura que es la novela. No creo que uno sea más válido que el otro pero sí marca una diferencia, es decir, todos empezamos escribiendo cuentos, pero algunos entienden que el cuento es un género difícil, complejo, y otros nos decantamos por la novela, que es un género con sus dificultades propias pero que no tienen nada que ver con el cuento.

¿Sueles plantearte una estructura de novela para trabajar tus historias?

Sí, siento que las novelas hay que estructurarlas antes. Ocurre que hay escritores de brújula y escritores de mapa. Yo soy un escritor más cuadriculado, más de mapa, lo que no significa que mis historias sean cerebrales sino que necesito saber más o menos qué es lo que voy a contar para poder trabajar el escenario en capítulos, pero es una cuestión de estrategia. Quizá porque también nunca me he sentido como un escritor que tenga una gran capacidad de narrar, tengo amigos que cuentan muy bien y tú lo notas de inmediato, y yo eso lo he intentado de suplir con trabajo. Me considero más un escritor trabajador que un escritor brillante, con esto quiero decir que soy un escritor que sabe que es capaz de escribir una novela pero para hacerlo necesito planificarla.

César Aira dijo en una entrevista que Cortázar era un escritor para adolescentes. Tú has dicho que Cortázar era una influencia fuerte en tu literatura ¿sigues manteniendo esa afirmación?

Absolutamente. Yo creo que casi todos los escritores coincidimos en muchas cosas y lo demás son matices, yo estoy seguro que una conversación con César Aira, que además es un tipo perspicaz e inteligente, matizaría mucho esa reflexión, por lo menos lo creo así. Yo no creo que Cortázar sea un escritor para adolescentes, creo que es un escritor cuya novela “Rayuela” ha envejecido de una manera que a él le hubiera gustado: como la combi de un hippie, ¿sabes? “Rayuela” es una novela kitsch ahora, como le hubiera a encantado a Cortázar que fuera, me parece un digno envejecimiento de una novela. Ahora, como cuentista me sigue pareciendo un impecable narrador, quizá ahora hay otras tendencias narrativas, distintas, y algunos lo abandonen, pero yo no puedo abandonar a Cortázar como un buen modelo de cuentista.

Mucho de lo que se escribe tiene un asidero en la vida real del escritor. Tú fuiste taxista durante un tiempo en los 80´s ¿cuánto de eso hay en tus novelas?

Hay mucho de eso, soy un tipo de calle, nunca me he jactado de ser un tipo de clase alta, me ha tocado hacer taxi en la época en la que quien tenía un auto era un afortunado.Yo era entonces estudiante, pero en esaépoca ingenieros, matemáticos o abogados hacían taxi. Toda esa realidad nutrió a una generación de una calle que nos la metieron por las narices porque no había más remedio, ese momento de eclosión de Lima y del Perú, una época de abismo que tuvimos en la década del ochenta y que nos dio mucha calle a muchos que pensamos que jamás la tendríamos, una época de terrible crisis, no una crisis cualquiera, no, una crisis que las nuevas generaciones de Lima no entienden porque es gente muy joven y todo les queda muy lejos y el terrorismo es algo que ocurrió entre Carlomagno y Tuiter. Y eso es muy grave que ocurra. Todo eso me nutrió, trabajar en taxi era trasladar la anécdota de un lado para otro, pero no fue una actividad extravagante en la vida de alguien de mi edad entonces, era una actividad escalofriantemente frecuente.

¿Por eso viajaste a España? ¿Huyendo de la crisis?

Sí, creo que fue la peor época que ha vivido el Perú en cincuenta o sesenta años, por el terrorismo, por el nefasto gobierno de Alan García, que da igual si es el primero, el segundo o el quinto porque será igual de nefasto, pero en ese momento fue realmente terrible porque era una ciudad –e insisto en ciudad porque los que vivimos en Lima nos arrogamos a veces el derecho a hablar de todo el Perú y no es así- completamente en crisis, devastada, desesperanzada, era imposible hacer absolutamente nada más que tratar de irte del país y si tú querías dedicarte a la literatura, pues con mucha más razón. Hubo un momento de inflexión en esa época con lo que significaba la esperanza de vivir, y yo me fui como muchísimos otros peruanos, buscando una situación mejor.Yo tenía entonces 25 o 26 años y veía que en Lima jamás podría dedicarme a escribir, o sea, me iba a convertir en un abogado, que era lo que yo estudiaba, y punto; así que me fui a España como quien dice “ahí me puse la manta y lo que sea”, me voy a buscar mi oficio y mi vida, porque yo siempre tuve claro que quería ser escritor. Lo que no tuve claro, y lo supe después, era que quería dedicarme exclusivamente a escribir; no quería ser, como pensaba hasta ese momento, un abogado que escribía, y ese fue un momento de insensatez para mi familia, que me dijeron que estaba tirando mi vida por la borda y mira: si tuviera que hacerlo nuevamente, la tiraría otra vez.

Al final te lanzaste al vacío y no era tan profundo el abismo.

No, no era tan vacío ni tan profundo. He sido muy afortunado de que alguna editorial como Alfaguara se fijara en lo que yo estaba haciendo, y hay también un gran componente que es la suerte y que todos los escritores somos conscientes de eso. Un componente que hace la diferencia entre alguien que quiere lograr algo y quien lo consigue. Eso te da la fuerza para mantenerte haciendo cosas. Yo soy feliz escribiendo, y siempre sigo que yo vivo de la literatura, pero no de la mía: vivo dando conferencias, doy cursos, talleres, tengo el Taller Entre Líneas en Tenerife, tengo el Centro de Formación de Novelistas en Madrid y voy por medio mundo dando charlas, etc., que es lo que me permite vivir con la tranquilidad que necesito para escribir. Y más no puedes pedir. Es fantástico haber logrado una cosa así, pero no solo es esfuerzo: también hubo suerte, eso es innegable.

Últimamente se están publicando novelas que se han denominado como “autoficción”, una definición que en sí es una contradicción, una redundancia.

Yo creo que lo has dicho bien, es una redundancia, una especie de pleonasmo.Las novelas suelen ser de autoficción, ahora, hay gente que escribe según lo que está ocurriendo, pero a veces escribes y funciona porque es más o menos una tendencia, yo tengo una novela, “Un asunto sentimental”, donde yo soy un personaje, mis amigos son personajes, pero jamás se me ocurrió que estaba haciendo autoficción, jamás se me ocurriría que estoy escribiendo para un género o para un lector. Jamás escribo para un lector que no sea yo, porque el primer lector que tú tienes eres tú, cada palabra que escribes la estás leyendo tú, y si tú no te complaces y no eres crítico contigo mismo, pues no estás escribiendo para nadie. Entonces yo escribo las cosas que a mí me apetecen y a veces coinciden con una tendencia y a veces no. Ahora, que haya tendencias de novelas sobre el padre, pues tenemos a Marcos Giralt Torrente en España, Héctor Abad Facciolince en Colombia, Pedro Llosa tiene un cuento sobre eso en “Las visitaciones” (le acabo de presentar el libro en la FIL), Renato Cisneros… supongo que también son tendencias que ocurren, ¿no?, pero la literatura es lo que te apetece escribir en el momento en que te apetece escribir, y si funciona, bien, y si no, pues adelante.

¿Y la poesía?

Me gusta mucho la poesía, leo muchos clásicos, releo siempre a Paz, a Vallejo, a poetas ingleses, pero es difícil hablar de poesía porque sobre poesía no se puede decir nada: es lo que te golpea. A veces no hay nada más desencantador que escuchar a un poeta hablar sobre lo que quiso decir, porque es muy difícil de explicar. Mi trato con la poesía es más cercano a la poesía de Rimbaud, es un género anticipatorio, alguien muy joven puede contar lo que dice un viejo, cosa que no puede ocurrir con la narrativa.

¿Qué autores sueles revisar en tus talleres?

Siguen siendo mis escritores hispanoamericanos de siempre pero también propongo autores españoles como Aldecoa, Muñoz Molina, Rosa Montero o Quim Monzó, que es un espléndido cuentista, Juan José Millás a quien recomiendo mucho. Yo voy incorporando nuevas lecturas conforme las descubro para enriquecer los cursos. Lo terrible sería leer siempre lo mismo sin innovar. Tengo talleres de diversas temáticas y eso me obliga a estar siempre leyendo, revisando. El primer consejo que doy en mis talleres a quienes quieren ser escritores es que lo dejen inmediatamente. No es una boutade, es un consejo con trampa, quiere decir que quienes no me hagan caso serán los que seguramente seguirán escribiendo. Dedicarse a escribir desanima al 99% de la gente que cree que quiere dedicarse a escribir. El 1% continuará escribiendo, pero hay que tenerlo claro.

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