Opinión

Feliz 489 aniversario, Lima, la capital del orín

Lee la columna de Gabriel Rimachi Sialer

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La noche cubre ya, con su negro crespón, de la ciudad las calles que cruza la gente con pausada acción ¿La razón? Lima se viste de gala por su 489 aniversario y la Municipalidad de Lima ha organizado una fiesta por todo lo alto para celebrar un año más de vida en la tres veces coronada villa de los reyes o ciudad jardín o ciudad patrimonio de la humanidad o etc. La luz, artificial, con débil proyección, cobija la penumbra que esconde en sus sombras venganza y traición. Se escucha la música, se siente la alegría, uno imagina a cada paso el olor de los anticuchos en las esquinas, de los picarones, del turrón de Doña Pepa, el olor de una Lima virreynal a punto de convertirse en potencia mundial, sí, eso es, huele éxito, a ambrosía, a gloria (pero a una Gloria que anda mal del estómago) huela a… a un mar de pichi de todas las sangres que se abalanza sobre nosotros y nos arrastra sin remedio hasta el telúrico corazón de una fiesta donde no pusieron baños.

La gente sonríe con la nariz constreñida, medio arrugadita, levanta la chela helada al cielo moribundo por tanto olor a pichi; las familias se mueven buscando un espacio donde disfrutar, un lugar de aquella histórica Plaza de Armas donde no llegue el penetrante olor a orín. Los bebés se llevan las manitos a la cara tratando de entender qué es lo que está ocurriendo, qué pasa a su alrededor, por qué huele a perro muerto. Pero los invade la alegría del limeño que no sabe de problemas cuando el corazón está contento. La gente canta con Los Ardiles, con la Bracamonte, se ponen nostálgicos con Pedro Suárez-Vértiz La Banda, saltan y saltan sobre charcos de pichi amarilla que reflejan el cuarto menguante del 18 de enero. Nos aprieta la vejiga, ajustamos un poco, pero se escapa una gotita. Corremos hacia un lado, buscamos los baños públicos, miramos a la derecha: nada; a la izquierda: ni mierda; nos acercamos a un sereno apostado en una de las vallas de seguridad. “Joven, ¿dónde están los baños?”. Sonríe con esa sonrisa entrenada en inducción laboral: “No hay, no han instalado baños para este evento”. Se escapa otra gotita: “¿Y dónde vamos a orinar?”. El sereno mira al cielo: “Donde deseen… mire: por ahí en ese arbolito nadie lo va a ver”.

Ríos de pichi de todas las sangres. Hay pichi en la Catedral, seguro filtrando hasta la tumba de Pizarro; pichi en las paredes de la Municipalidad de Lima; pichi entre las bancas de mármol que tantas veces se vendieron (bajo engaños) a los primeros migrantes del siglo pasado; pichi en el arzobispado, pichi en el pasaje Santa Rosa, pichi camino de la Plaza San Martín, pichi en Camaná, pichi en el teatro Segura, pichi en los maceteros de la muni, pichi oxidando los pocos tachos que hay en la ciudad, pichi sobre la pichi que ya forma pequeños riachuelos de más pichi que arrastra suciedad y caca de palomas; pichi sobre pichi sobre más pichi en las paredes de la Muni y en los tubos del enorme estrado donde ahora canta la Chola Chabuca y anuncia la aparición de López Aliaga, al filo de la medianoche, el alcalde que nos ofreció una ciudad diferente (más europea, más verde, más desarrollada), y que olvidó decirle a la gerencia de Cultura que no se olvidaran de los baños, porque la chela es diurética y la gente hace pichi, pues. Sale, nervioso, y la gente lo abuchea mientras Deyvis Orozco se desespera por chalequearlo. “Que siga la fiesta” alcanza a decir y la gente regresa a lo suyo, la chela el pisco sour, la algarrobina, más chela heladita y a mear donde se pueda porque hay que descargar la bomba para seguir celebrando.

Calles del centro de Lima, usadas como baño público.

Fuegos artificiales anuncian el clímax de la fiesta de la pichi. Pero no pudieron ser más tristes. Los fuegos artificiales de año nuevo en cualquier barrio de Lima fueron más espectaculares. Había muchísima participación de personal de la municipalidad, los acorazados de fuerzas especiales, los de fiscalización, los de Defensa Civil, los de Turismo, estaban todos: pero ni un solo baño. Ya era hora de irnos, el olor a orines se hacía cada vez más espeso. Un señor nos dijo: “Los saco de aquí por cinco soles, los dejo en Roosevelt”. “Okay…”, dijimos, mientras subíamos a un bote improvisado, y el hombre empezó a remar en el río de pichi que nos llevó por jirón de La Unión. Ay, tomar fotos desde un bote que navega de noche por un río de pichi… “Lima no nos quiere”, dijo quien nos acompañaba. Entonces recordé -mientras el hombre aquel remaba con más fuerza para salir rápido del río de pichi- aquella canción de Julio Iglesias, y que grafica bien esa relación de amor/odio que hay con mi ciudad: “Es mucho más feliz quien más amó / y ese siempre fui yo”.

Feliz día, Lima, con todo mi corazón.

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