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A FAVOR DE LA INTOLERANCIA

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Si el 11S fue un estornudo, el Brexit un dolor de cabeza, la elección de Trump es la fiebre. Pero son solo síntomas. ¿El virus? La tolerancia. ¿La enfermedad? El posposmodernismo. Todavía no tiene nombre esta nueva era, es lo de menos. Ahora nos importa hablar sobre el virus.

Como en las películas apocalípticas en las que todos nos volvemos zombies por un virus modificado que intentaba curar el cáncer, así ha sucedido con la tolerancia.

TOLERANCIA Y SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Luego del terror que significó la Segunda Guerra Mundial (bombas atómicas y exterminio de los judíos como imágenes más impactantes), Occidente temió una situación similar en el futuro. Los análisis del problema apuntaron a dos causas: la ciencia destructora [1]y las ideas perversas e intolerantes de Hitler. La lección de Hitler quedó esculpida en el cerebro de la masa y la moldeó a golpes: cualquiera puede morir.

“La intolerancia nos llevará a una Tercera Guerra Mundial”, se razonó y, aplicadamente, Occidente se dedicó al discurso políticamente correcto. Los escritos de John Locke (siglo XVII) influyeron radicalmente en esta tarea. Pocas décadas después, la tolerancia convirtió en norma la prohibición tácita (so pena de sanción social) de criticar a cualquier grupo minoritario. Costó mucho esfuerzo, pero se logró, aunque todavía quedan rezagos terribles de grupos racistas, homofóbicos y machistas.

LOCKE Y LA TOLERANCIA

En la época de Locke, la tendencia era afirmar que si el gobierno buscaba el bienestar de la población y había una religión mejor que las demás, era deber del gobierno imponerla. Frente a esto, Locke defiende la tolerancia centrada específicamente en la libertad religiosa y la extiende a la libertad del pensamiento como forma de alcanzar la convivencia pacífica. A su vez, afirma que la intolerancia indica la preferencia por el rigor y la fuerza del gobierno para suprimir las facciones adversas a él. Sin embargo, cabe recordar que para Locke la religión era fuente de virtud y podía haber más de un camino (religión) adecuado. Así mismo, suponía que los ateos carecían de guía moral.

Tenemos, por tanto, que la tolerancia se gesta para proteger al individuo de la imposición de ideologías en desmedro de la suya, pero se considera a la religión (sea cual fuere) como necesaria para ser virtuoso, y la virtud lleva al bienestar social. Entonces, es lógico afirmar que la tolerancia se ejerce hacia otro que profesa una religión distinta a la propia, pero con la cual se comparte la mayoría de presupuestos y se discrepa solo en nimiedades. Por su parte, la intolerancia debe ser sancionada.

Esta idea, como veremos, se calca tal cual luego de la Segunda Guerra Mundial, pero la aplicación de una idea del siglo XVII al siglo XX conllevó a una desestabilización social a largo plazo.

Aunque Locke sembró las bases del Estado laico, su punto de partida fue erróneo: la religión era la única fuente de verdad y de virtud; es decir, el núcleo de Locke es ideológico. Sin embargo, su postura era aceptable en un contexto en el que la ciencia era incipiente y no se podía saber que la ética tiene una raíz biológica que comparten los humanos con otros homínidos e incluso otras especies[2].

LA TOLERANCIA LUEGO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

El período que siguió a la Segunda Guerra Mundial se caracterizó por dos grandes fases: la lucha por implantar la tolerancia y, luego, el castigo a la intolerancia.

¿Pero qué se consideró tolerable? Al inicio, las reivindicaciones que realmente llevaban a la convivencia pacífica y buscaban justicia. La primera voz en alzarse fue la de los judíos frente a la cual el mundo entero enmudeció, pues el horror que vivieron en el holocausto así como la confirmación de la inexistencia de una raza superior[3] les mereció un lugar en el que vivir y un Estado que los protegiera. La siguiente voz fue la de la lucha antirracista detonada por una mujer negra (Rosa Parks) —y allanada por la reivindicación judía— consiguió derechos iguales para negros (y, por extensión, otras razas) y blancos. La tercera voz, de las feministas, data de una historia previa en la que se luchó por el derecho al sufragio, que recién fue reconocido completamente por la Declaración de los Derechos Humanos en 1948[4].

Hasta aquí, la lucha consistió en conseguir tolerancia —entendida, en el sentido más amplio, por Locke como convivencia—, pero en la práctica consistió en reivindicar derechos. Esta lucha no fue ideológica sino contra una ideología[5] que, en resumidas cuentas, era religiosa, pues la religión cristiana apoyaba las diferencias “naturales” entre seres humanos (no hay que esforzarse mucho para recordar los pogromos y la Inquisición ejecutados por el papado, la esclavitud defendida como natural y la concepción de la mujer como fuente de pecado e inferior al hombre).

La segunda y tercera ola feminista sí presentan una estructura ideológica: incipiente la primera y muy elaborada la segunda. De los cuestionamientos legales por las desigualdades entre hombres y mujeres se pasó al cuestionamiento de la definición de lo femenino[6]. La ideología feminista desarrolla la noción de patriarcado, rechaza cualquier determinismo biológico[7], convierte al cuerpo de la mujer en espacio de lucha[8] y sus objetivos cambian: ahora busca la anulación de la dicotomía hombre-mujer así como la instauración de una sociedad perfecta sin referentes anteriores[9].

La tercera ola conjuga reivindicaciones racionales y sanitarias[10] con ideas anticientíficas[11], irreales[12], antiéticas[13]y extravagantes[14].

Es en este punto que el virus de la tolerancia se desata. Los movimientos anteriores, al no poseer ideología, no suponían un sistema de creencias a ser confrontado. Las modificaciones que conllevaron fueron prácticas y en consonancia con el contexto económico, político y social de sus tiempos. La ideología que presenta el feminismo de la tercera ola sí puede y es sometido a una criba[15] que no supera, pero eso es considerado irrelevante para el actual feminismo. Su problema no es que posea ideología sino el tipo de ideología que posee.

La intolerancia, en lenguaje feminista, adopta el nombre de “machismo”, “falocentrismo”, “patriarcado”, etc. Cualquier cuestionamiento a su ideología es leído como signo de intolerancia. Esta feroz resistencia a la crítica ha convertido su ideología en un sistema de dogmas que debe ser respetado so pena de sanción social: es la segunda fase a la que hice referencia líneas atrás.

CASTIGO A LA INTOLERANCIA

Regresemos a Locke. Él pedía tolerancia de un grupo mayoritario hacia los grupos minoritarios con el fin de salvaguardar sus libertades, pero no pudo vislumbrar qué pasaría cuando los grupos minoritarios tuvieran garantizadas esas libertades. Como la tolerancia de la que hablaba Locke era ideológica, la crisis no llegó con las reivindicaciones prácticas sino con los movimientos ideológicos (acá he tomado como ejemplo el feminismo, pero no es el único, también están el comunismo, el anticientificismo, etc.).

La tolerancia fue el poder que la sociedad post Segunda Guerra Mundial otorgó a los grupos minoritarios para protegerlos y protegerse a sí misma de ideologías totalitarias. En este sentido, podría decirse que para evitar una injusticia totalitaria era justo y necesario ser tolerantes. Debido a que el posmodernismo toma fuerza, la relativización de toda autoridad y la deslegitimación de la ciencia amplían el rango de la tolerancia y cualquier crítica (racional o no, justa o no) a una minoría es asumida como intolerancia y se somete al castigo. Esto ha calado profundamente en la sociedad puesto que se ha logrado vincular el significado de tolerancia al de justicia. Así por ejemplo, como es injusto que los maridos golpeen a sus mujeres, ellos deben ser castigados y esto reclaman las feministas de tercera ola, pero junto con dicho reclamo enarbolan ideas irracionales, como la de una cuota de mujeres en la lista de los partidos políticos. Unen algo justo y racional a algo absurdo, por tanto, si alguien critica su petición de paridad, lo declaran machista (sin tener en cuenta que los cargos deben ser por méritos y no por género, y ser mujer no es ningún mérito), se genera una ola que exige sanción, entonces, por vergüenza, el crítico debe callar (o pedir perdón) y aprender que no debe criticar a una mujer así proponga incoherencias. El juego sucio se concreta porque la masa no se detiene en la razón —ya lo sabían bien los retóricos romanos—, sino que le mueve la irracionalidad (los sentimientos), bastión principal del posmodernismo.

Hace unos años, un ejemplo muy triste graficó los niveles de terror e injusticia a los que somete la tolerancia. Rosetta es una sonda espacial que en noviembre del 2014 llevó a cabo una misión importante para la ciencia: un módulo aterrizó en el cometa 67P/Churiumov-Guerasimenko. El ser humano responsable de esta hazaña fue el británico Matt Taylor. Este hombre debió recibir la gratitud y admiración de la humanidad entera, pero en lugar de eso, la masa ignorante lo hizo llorar frente a cámaras. ¿La razón? En el momento que lo entrevistaban llevaba una camisa con imágenes de mujeres desnudas. Un joven que vio la foto, la posteó (seguramente sin leer el contenido ni importarle lo más mínimo) con un texto que acusaba a Taylor de machista. Se volvió tendencia. Las redes reventaron con mensajes como “Un paso atrás en la ciencia”, “Científico machista”, “La ciencia es machista” y sandeces similares. Nadie hablaba del triunfo de este hombre, solo recibió una andanada de insultos.

La cosa es más trágica. Una mujer (Elly Prizeman) había diseñado la camisa, se la había regalado por su cumpleaños y le había pedido que la luciera el día del aterrizaje. Ella salió a la prensa a explicar el asunto, pero no obtuvo mucha atención. Poco después, cabizbajo y con la voz quebrada, Taylor pidió perdón: “La camisa que he llevado esta semana… He cometido un gran error y he ofendido a mucha gente, siento mucho lo ocurrido”.

¿A quién irrespetó este hombre? ¿A las mujeres? ¿A quién ofendió? Yo soy mujer y no me ofendió ni me irrespetó lo más mínimo. ¿Cosificó[16] a las mujeres? ¿Cómo puede afrentar el cuerpo desnudo de una mujer en la camisa de un hombre hecha por una mujer? Se recriminó a Taylor por su intolerancia, sinsentidos tras sinsentidos se sumaron y sancionaron a este ser humano. Lo obligaron a sobajarse, a rendirse a los pies de la inquisición feminista de la red, a venerar y a acatar una idea por la fuerza, por obligación, por temor.

No había ningún motivo lógico ni justo para tratar así a este ser humano. El motivo fue enteramente subjetivo. El imperio del posmodernismo agitó el báculo (falomórfico por antonomasia) de las feministas y golpeó a la ciencia. Y no porque Taylor simbolice a la ciencia, sino porque hizo ciencia y fue castigado por algo absurdo y no se reconoció su esfuerzo —ni el de todo su equipo en el que seguro también había mujeres— que favorecerá a toda la humanidad, que obviamente incluye a las mujeres.

INJUSTICIA DE LA TOLERANCIA

Para muchos pensadores, el problema no es la tolerancia, sino aquello que debe tolerarse, mas yo sostengo que el problema es la tolerancia en sí misma, a despecho de Locke y de todo lo bueno y justo que se logró con sus planteamientos. La tolerancia afecta tanto al tolerante como al tolerado.

Afecta al tolerado porque deslegitima su lucha, dado que la idea de tolerancia[17] involucra la supremacía de una ideología y, a la vez, la aceptación de otra inferior en pro de la convivencia social. Si una práctica social es injusta, el camino para cambiarla no debe ser la petición de tolerancia sino la exigencia de justicia; es decir, no debe aceptarse la supremacía de una ideología con bases injustas sino que debe exigirse la instauración de una práctica justa. Por ejemplo, es absurdo pedir que los blancos sean tolerantes con los negros, sino que, por justicia, debe exigirse a ambos grupos ejercer prácticas que no traduzcan discriminación racial. Si se pidiera a los blancos ser tolerantes con los negros, se estaría asumiendo que, aunque los blancos son superiores, en aras de la convivencia social deberían permitir a los negros ejercer sus mismos derechos. Nunca se tolera algo bueno, sino algo considerado malo.

Cambiar la tolerancia por la justicia debería suponer un paso adelante para los movimientos actuales, mas ellos no lo tomarán así por la sencilla razón de que no todos sus reclamos son justos. Por ejemplo, es injusto que las mujeres no deban ser encarceladas por sus crímenes ni que se les dé un trato especial si son menopáusicas o reciben una mala noticia. Y esto es justamente lo que las feministas han logrado en la ONU[18].

La pseudociencia es otra práctica que ha cobrado auge en el posmodernismo. Por ejemplo, preferir un tratamiento homeopático a uno científico ha llevado a la muerte a muchas personas y significa un costo muy alto para el Estado. Sin embargo, la tolerancia unida a la deslegitimación de la ciencia ha permitido que se enseñe en universidades y que tengan privilegios en la legislación[19].

Por su parte, el creacionismo (o “diseño inteligente”), aunque no es una teoría científica, es tolerado en la educación regular y está incluido en la currícula de escuelas de muchos países, pese a que fomenta la ignorancia, el dogmatismo y la discriminación. El Estado no debe parcializarse con ninguna ideología porque atentaría contra las demás; por tanto, la religión no debe ser una ocupación del Estado sino un asunto personal o colectivo tratado en ámbitos ajenos a los estatales. Enseñar doctrina religiosa en una escuela es tan parcializado como enseñar maoísmo (ambos son ideologías así como proponen una ética y una práxis que consideran salvadoras de la humanidad).

Resumiendo las consecuencias de la tolerancia en los tolerados, es posible afirmar que beneficia y otorga privilegios a los movimientos[20] que no buscan la justicia ni se basan en la razón o en la ciencia sino que imponen sus dogmas en desmedro de la sociedad en general, mientras que deslegitima a los movimientos que buscan justicia y se basan en la razón tanto como en la ciencia.

El empoderamiento de estos y otros movimientos cuestionan seriamente el concepto de Foucault sobre el poder ejercido desde arriba. En el posmodernidad, el poder hegemónico que traspasa el cuerpo social es el de las minorías toleradas e intolerantes. Las redes sociales son su arma y el poder del Estado sucumbe ante ellas. El espacio de poder en el que se mueven los Estados posmodernos se reduce a lo económico ya no es el político[21].

TOLERANCIA DE LO NO OCCIDENTAL

Hasta este momento, hemos demostrado la inconveniencia de la tolerancia endógena; es decir, de la tolerancia de Occidente a ideologías de Occidente. Ahora veamos que los peligros a los cuales nos somete la tolerancia se profundizan cuando lo tolerado es contrario a lo occidental.

La tolerancia sistémica y crónica de Occidente acogió con los brazos abiertos a todo tipo de migrantes después de la Segunda Guerra Mundial. Dentro de ellos había musulmanes. Para entender qué recibió peregrinamente Europa, analicemos el islamismo (sí ‘islamismo’ y no ‘islam’).

El judaísmo, el cristianismo y el islamismo comparten una sola matriz monoteísta y violenta, pero existen diferencias enormes entre ellas. El judaísmo, a diferencia de las otras dos, no es evangélico pues considera que su pueblo es el elegido y, aunque en sus inicios era fuertemente belicista, se moderó con el sometimiento romano. Por otra parte, tanto el judaísmo como el cristianismo están abiertos a las interpretaciones de sus respectivos libros sagrados. Esta característica es menos evidente en el cristianismo, pues al tener dogmas férreos da la impresión de que es incuestionable; sin embargo, la revisión diacrónica de sus dogmas y sus devaneos políticos revela cambios tan sustanciales y hasta contradictorios que le han merecido el apelativo de Puta de Babilonia. Su “prostitución” ha significado grandes ventajas para la humanidad: se ha limitado su poder violento.

Una lectura simple del Corán demostrará su fuerte raigambre violenta, y el análisis de la práctica musulmana en la historia demostrará su resistencia al cambio y a la interpretación de sus libros sagrados. Ni en la época de oro del islamismo hubo una real convivencia pacífica: la vida de judíos y cristianos siempre pendió de un hilo y estuvieron sometidos a fuertes restricciones. El auge científico que experimentó en un tiempo solo se debió a la magnanimidad de sus gobernantes y no su ideología[22].

Sujetarse estrictamente a la palabra sagrada en las tres religiones desata inevitablemente violencia. Lo que ahora vemos en el islamismo no es un radicalismo ajeno a su ideología, sino el cumplimiento exacto de ella. Las versiones moderadas son la excepción. Es posible pensar en un futuro islamismo moderado (como ahora lo son el judaísmo y el cristianismo), pero eso solo se logrará si triunfa la corriente que promueve la interpretación de sus textos según el contexto en el que vivan o, en otras palabras, dependerá de que adapten su ideología a la realidad.

Huelgo detallar el contexto político en el que nacieron Al Qaeda e ISIS por ser ampliamente conocido, más sí señalaré que ninguna causa externa hubiera desatado el horror que hoy vivimos de no ser por la existencia previa de una ideología violenta[23].

Las masas de Occidente no tenían por qué conocer los detalles del islamismo y acogieron cándidamente a los musulmanes. (No estoy afirmando que todos los musulmanes sean radicales, lo que afirmo es que el islamismo es radical en sí mismo, tal como lo son el judaísmo y el cristianismo. Los musulmanes no radicales —que no son terroristas, ni los justifican, ni los financian, ni callan ante sus atrocidades— son aquellos que entienden simbólicamente su libro sagrado y, como los cristianos y judíos que hacen lo propio, pueden convivir pacíficamente en cualquier sociedad). Entre muchos migrantes musulmanes se encontraban islamistas que promovían la interpretación literal, aun cuando no se hicieran reventar con una bomba. A esto habría que añadir la facilidad de Al Qaeda para contactar con los musulmanes del mundo a través de las redes sociales.

¿Qué daño podría hacer una persona que reza tantas veces al día? Los Estados europeos financiaron la construcción de mezquitas, los conglomerados de migrantes musulmanes coparon colegios, impusieron su forma de vestir y educar en ellos, tomaron las juntas de padres de familia, destituyeron y colocaron profesores y directores, se apoderaron de barrios enteros y construyeron guetos impermeables a la justicia y la policía: implantaron la sharia. Repito que no todos los musulmanes hicieron esto, sino los literales, pues son ellos los que afirman que su religión debe regir la política, las leyes y todos los aspectos de la vida humana… y debe extenderse por todo el mundo. Habría que hacer un estudio para conocer cuál es el porcentaje de islamistas literales y no literales.

Pero aquí no acaba todo. Dentro del islamismo hay una tradición llamada taqiyya o kitman que consiste en disimular las prácticas religiosas e incluso abjurar falsamente de la fe si la vida del creyente, sus familiares o su fe están en peligro. El siguiente paso es saber cuándo un musulmán considera que su fe está en peligro. Es simple: cuando no impera la sharia en su sociedad.

El islamismo divide al mundo en dos zonas: dar al-islam y dar al-harb. La primera es donde impera su religión. La segunda (traducida como “casa de la guerra”) es el mundo infiel. Los países en donde haya minoría musulmana serán considerados dar al-harb y como ponen en peligro la fe musulmana, el objetivo es hacer que todo el mundo pertenezca a dar al-islam. ¿Y cómo se consigue esto? Pues mediante la yihad[24].

Hay una yihad individual que consiste en la lucha de cada uno contra sus pasiones con el fin de alcanzar la sumisión total (islam) a Allah. La otra yihad es la expansión de la religión mediante la lucha bélica. Entonces, si quieren expandir su religión o lo logran “por las buenas” (mediante el proselitismo) o por la yihad.

Como recalco, esto es lo que propone la ideología islamista sin ningún tamiz simbólico. Los que se inclinan por el simbolismo optarán por una yihad individual y podrán integrarse a la sociedad. El problema es que, debido a la taqiyya no es posible saber a ciencia cierta si un musulmán integrado a la sociedad es o no literal. Quienes dirigieron los aviones contra las Torres Gemelas practicaban la taqiyya.

Si el posmodernismo es nebuloso, la taqiyya lo es más. La inseguridad que generó no saber quién era terrorista (o lo financiaba o lo encubría) se añadió a la inseguridad propia de los atentados terroristas: imprevisibilidad del momento, el lugar y el tipo de víctimas.

Pero tampoco aquí acaba todo. Europa, fiel a su tolerancia y con su régimen de sociedad del bienestar, cubre las necesidades básicas (comida, salud educación y hasta vivienda) de los más pobres. Como los inmigrantes musulmanes eran pobres, cubrió sus necesidades incluso durante la crisis económica europea, privilegiando así a ellos en desmedro de la población nativa[25]. La sensación de injusticia que generaba en los nativos estos privilegios, socavaron lentamente su tolerancia y la práctica de estos privilegios otorgó recursos para la propagación del islamismo literal. Europa, sin saberlo, criaba cuervos[26].

 

Aylan Kurdi, un niño sirio de tres años, murió en una playa turca. Su familia intentaba migrar a Europa. La fotografía de su cadáver inundó las redes y desató, nuevamente, el debate sobre si recibir o no a los migrantes musulmanes. Después de los últimos atentados en Francia y la crisis económica, lo más probable es que la balanza de la opinión pública ya no sea tan tolerante como en la época de la foto de Aylan, dos meses antes. Esto puede avizorarse gracias al triunfo del Brexit, de Trump y al avance de la derecha conservadora en Europa.

El otro no occidental tiene su propia historia, su propia cultura y sus propias prácticas. Tolerarlo sin conocerlo ha traído las consecuencias que ya todos conocemos. La tolerancia exógena (hacia el otro no occidental) es incluso más perjudicial que la endógena. Occidente puede activar mecanismos pacíficos para restablecer el equilibrio social dentro de sus coordenadas culturales, pero no hay puentes de diálogo (por ahora y posiblemente nunca) que puedan tenderse con ideologías totalitarias no occidentales, como el islamismo encarnado en ISIS. La única estrategia pacífica que hasta ahora tiene Occidente para protegerse a sí mismo es cerrar todo puente. La masa, diría que instintivamente, entiende esto y busca el repliegue, la concentración porque siente su identidad, su seguridad y su supervivencia amenazadas, necesita contemplarse para reconstruirse bajo parámetros no posmodernos, que han resultado obsoletos y sobrepasados por la tolerancia.

LAS ENTRAÑAS DE LA TOLERANCIA

Es momento, pues, de ser intolerantes. Sí, pero primero contemplemos la tolerancia para luego indicar qué es la intolerancia, cómo conseguirla y qué beneficios puede traer. No pretendo afirmar que la intolerancia o el posposmodernismo (como quiera que se llame más adelante) sean la panacea para construir un mundo perfecto: nada más lejos de mí que creer en perfecciones y absolutos. Solo pretendo dar mi perspectiva de lo que pasa en nuestro contexto y tentar una posible respuesta que nos prepare para el cambio. El posposmodernismo se agotará y requerirá su respectivo pos, pero eso ya no nos compete.

Comencemos por lo más simple y convencional: la RAE.

Veamos qué nos dice sobre el concepto de tolerancia: “Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. ¿Suena maravilloso, no?

Ahora veamos qué dice de “tolerar” y de “respeto” para encontrar el problema. Tolerar: “Llevar con paciencia” (es decir, “llevar con padecimiento algo sin alterarse”) y “Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente”. Si recordamos el islamismo, esto es precisamente lo opuesto a la taqiyya y la yihad, pero también es lo opuesto al cariz dogmático e impositivo del feminismo y el creacionismo.

Respeto: “Veneración, acatamiento que se hace a alguien”, “Miramiento, consideración, deferencia”, “Miedo (recelo)”, “Manifestaciones de acatamiento que se hacen por cortesía”. Según el islamismo, la veneración debe dirigirse a Allah, según el cristianismo a Jehová (o Yavhé o a “Soy el que soy”) y al acatamiento de sus libros sagrados (tomados literal o simbólicamente) so pena del infierno; mientras que para el feminismo, la veneración debe concederse a la mujer y debe acatarse cada uno de sus postulados so pena de ser acusado de patriarcal-falocéntrico-heteroopresor-machista-heteronormativo-cavernícola.

Ahora sí podemos vislumbrar lo peligrosa que es la tolerancia, de lo absurdo que es pedirla cuando se está en lo justo y de lo fatal que puede ser si se le otorga a algo injusto o absurdo.

La pus oculta en la tolerancia aflora con la simple lectura del significado de ‘tolerar’: padecer no es nada bueno, y padecer sin siquiera mostrar descontento es peor, pero no tanto como el permitir sin más algo que se percibe como injusto. Al final de cuentas, es un sobajamiento abyecto.

‘Respeto’ es una palabra muy socorrida, pero casi nadie se detiene en su significado: “Manifestación de acatamiento” no es lo mismo que “acatamiento”. Lo primero es una pantomima, una actuación para la audiencia y tiene una causa social (la cortesía). Lo segundo va incluso más allá de “tolerar”, pues implica obediencia real… y ya ni qué decir de la veneración.

Quizás el significado más peligroso de ‘respeto’ no sea la veneración ni el acatamiento, sino la consideración y la deferencia, puesto que, como hemos visto, se tolera a las ideologías y no a las personas. ¿Qué consideración o deferencia puede pedirse para una ideología? Si se le otorga deferencia a una ideología, el resultado será su imposición tenderá al absolutismo: justamente lo que se quiso evitar luego de la Segunda Guerra Mundial y se permitió antes de ella. El peligro al que me refería se debe a la identificación —muy conveniente para los que profesan ideologías irracionales— entre la persona y su ideología. Resulta que la irracionalidad de la ideología se superpone con —y se enraíza en— los sentimientos del adepto porque atraviesa su cuerpo real (parafraseando a Foucault) y se torna en constitutivo de él. Por tanto, cualquier cuestionamiento a su ideología lo sentirá como un insulto y una falta de respeto hacia él mismo. Las reacciones reales de ofensa que suscita en el adepto generan el repligue del crítico. Se consuma, así, el silenciamiento de toda crítica, el acatamiento obligatorio a ella y la sanción social por el daño emocional “causado” al adepto.

¿Qué es, entonces, la tolerancia? Desnudando el término de sus ropajes modosos es el padecimiento silencioso por miedo o cortesía a causa de la veneración o acatamiento hacia ideas que se consideran ilícitas. ¿Suena horrible, no? Esta definición no contradice a la primera, sino que la traduce, la amplía y la contextualiza en la realidad. Resulta sintomático que la RAE haya optado por una definición políticamente correcta de “tolerancia” pese a que no existe conexión lógica entre el significado de esta, el verbo “tolerar” (del que proviene) y el término “respeto” (del que depende).

LA INTOLERANCIA

La intolerancia (o crítica a la ideología), en consecuencia, porta en su connotación una carga semántica peyorativa por los sentimientos que ocasiona en los adeptos, pero en realidad lo que hace no es atacar a las personas. El intolerante debe tener claro este punto: la crítica genera malestar, pero el malestar no es producto de ella sino de quien es incapaz de tender puentes a un diálogo racional si este conlleva a desvelar la irracionalidad de su creencia.

Claro está que el ser humano no es enteramente racional sino, al contrario, en su mayor parte es irracional y también está claro que este desequilibrio es saludable pues permite la empatía y la imaginación, pero la cuota irracional no debe anular la racional, en especial si se trata de ideologías que influyen en el devenir social e histórico. Ahora bien, no todo lo irracional es dañino, así que cabe que una ideología no sea científica ni racional y, a la vez, no sea dañina. En este caso, la ideología no necesita ser tolerada, ya que no será percibida como injusta sino como inofensiva. Su existencia será posible y aceptable —‘aceptar’ entendido en sus dos primeras acepciones: “Recibir voluntariamente o sin oposición lo que se da, ofrece o encarga” y “Aprobar, dar por bueno, acceder a algo”— e incluso recomendable —pues cubre una necesidad emocional social— debido a que no atenta contra el tejido social. Así, por ejemplo, el islamismo no haría daño a nadie si predicara el rezo en la mezquita, en casa o la yihad individual y no predicara que el mundo sea dar al-islam ni que deba matarse personas. Incluso un individuo podría querer implantar su religión en el planeta y matar a personas, pero eso sería un indicio de patología mental en el individuo mas no sería problema del islamismo, puesto que la ideología islámica se habría decantado por el simbolismo. Pero en la actualidad hay solo visos de este proceso resemantizador.

Por otra parte, es menester aclarar que la intolerancia no implica violencia. En tal sentido no es concebible amenazar, golpear o matar a alguien por su ideología. La violencia, como se sabe es potestad exclusiva del Estado, no de individuos o grupos. En este punto surge inevitablemente la pregunta de si el Estado debe reprimir por la fuerza una ideología dañina y perseguir a sus adeptos. Como en otros casos, la violencia debe ser el último recurso del Estado. Existen formas más recomendables de enfrentar ideologías dañinas.

La primera de ellas es la implantación de medidas que restrinjan su difusión (ninguna subvención, cierre de fronteras, etc.). Lo más probable es que esta medida no sea muy efectiva a corto plazo pese a su necesidad y hasta tenga un efecto de rebote por las protestas que generarán en la ciudadanía.

El segundo paso (de ser posible debe ir de la mano con el primero) es la masificación de información así como el fomento de grupos con tendencia a la resemantización de la ideología nociva. La información debe ser racional, sustentada, digerible por la masa (no irracional ni exagerada ni confinada a la academia) y en todos los canales disponibles sobre los efectos de la ideología dañina así como de los beneficios sociales de su resemantización, esto provocará la formación espontánea de grupos activistas contrarios a la ideología dañina, por lo que deben ser supervisados para evitar conflictos violentos. Los grupos resemantizadores requieren protección legal y física para sus líderes así como difusión de su ideología inocua, pero en lo posible se debe evitar su subvención con el fin de no generar mayores gastos al Estado ni agudizar los conflictos sociales.

En cuanto a la ideología dañina, esta debe ser perseguida por la justicia con brazo férreo. Si la ideología no es occidental, tiene un bastión geográfico y los puentes de diálogo no son suficientes, lamentablemente será necesaria la intervención militar, pero ella debe estar acompañada de ayuda a la población que recibirá el daño colateral y de fuerte difusión de puentes de diálogo con ella. La resemantización también debe fomentarse en esta población. Resulta obvio decir que no debe financiarse ningún grupo ideológico peligroso, pero prefiero escribirlo debido a lo que hemos vivido hasta hoy.

 

El riesgo que supone la intervención del Estado es el criterio para declarar a una ideología como dañina o inocua. Para evitar cualquier intento totalitario de punir ideologías por el simple hecho de ser adversas a las del gobierno, se requiere un protocolo diseñado en consenso por la academia (antropólogos, filósofos, etc.) y el Estado, así como su legitimación por la masa, los pactos internacionales y las organizaciones que coordinan Estados.

A continuación, propongo los criterios que hasta ahora he desarrollado como sugerencias para este protocolo:

  1. Incitación a la violencia en el discurso.
  2. Formación y entrenamiento militar de grupos violentos.
  3. Formación a distancia de “lobos solitarios”.
  4. Prácticas violentas contra personas o locales públicos o privados, en especial si son masivas.
  5. Estructura compartimentada de los mandos o capacidad para reemplazarlos rápidamente.
  6. Posesión de un espacio inexpugnable dentro del territorio del Estado.
  7. Incapacidad de diálogo y negociación.
  8. Infiltración de adeptos en instituciones estatales, en especial en los centros de estudio.
  9. Uso del dinero del Estado para la financiación de su ideología.
  10. Fomento de la discriminación de los no adeptos.

Los últimos tres criterios, aunque deben ser usados con cautela dado que la mayoría de ideologías los cumplen y no necesariamente son violentas, sí deben ser signos poderosos de alarma para el Estado.

Mientras no se eliminen o disminuyan significativamente las causas exógenas de conmoción social, la masa tenderá con mayor fuerza al solipsismo y reclamará gobiernos conservadores cada vez más dictatoriales. El futuro del posmodernismo no debe ser el mismo que dio paso al nazismo y al fascismo ni debe ser el desmembramiento social o el caos. Los medios de comunicación con los que ahora cuenta la sociedad deben ser aprovechados por la sociedad y el Estado para afrontar una crisis de fin de era así como para dar soporte a las instancias más débiles de la masa, en especial los niños que se encuentran inermes frente a la proliferación de ideologías dañinas.

Finalmente, solo me queda sintetizar los puntos más importantes de lo que he propuesto:

  1. La tolerancia presupone una verdad superior en la ideología de quien tolera y un error en la del tolerado.
  2. Los movimientos que buscan la tolerancia se deslegitiman al pedirla.
  3. Las ideologías de los movimientos pueden ser viables, dañinas o inocuas.
  4. Las ideologías viables son aquellas que promueven el desarrollo de las sociedades dado que han superado la criba racional, científica y ética.
  5. Las ideologías inocuas no han superado la criba racional ni científica, pero no son dañinas éticamente.
  6. Las ideologías dañinas no han superado ninguna criba.
  7. Las ideologías dañinas se benefician con la tolerancia.
  8. Ninguna ideología debe ser impermeable a la crítica.
  9. La intolerancia consiste en la crítica racional y sistemática de todo tipo de ideología.
  10. El malestar que genera la intolerancia en el individuo es producto de su resistencia al diálogo racional y no de un atentado contra él.
  11. La intolerancia no involucra prácticas violentas.
  12. La violencia es potestad exclusiva del Estado, que solo debe recurrir a ella en casos extremos.
  13. Es necesario un protocolo consensuado que determine si una ideología es dañina o no para que el Estado intervenga en ella.

Todo lo anterior puede sintetizarse aun más en que la conocida frase “tolerar lo intolerante es intolerable” se desvanece frente a otra: “intolerar lo tolerable es justo”.

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[1] La determinación de la ciencia como una de las causas de la Segunda Guerra Mundial ha llevado a la proliferación de corrientes acientíficas, pseudocientíficas y anticientíficas que ocasionan pérdidas de vidas humanas e ingentes gastos para el Estado, así como fomentan desinformación en la población e impiden la implementación de leyes y normas necesarias de educación y salud.

[2] Diversos estudios de etología, antropología, sociobiología y neurociencia apuntan a esta dirección. Véase los trabajos de Francisco José Ayala, Richard Dawkins, Michael S. Gazzaniga y William Donald Hamilton.

[3] Véase uno de los trabajos más representativos de la época post Segunda Guerra Mundial: Los mitos raciales de Juan Comas, publicada por la UNESCO en 1952.

[4] En especial los artículos 2, 16 y 21.

[5] Es necesario acotar que, pese a luchar contra una ideología religiosa, ninguno de los tres movimientos lo hizo conscientemente ni se alzó de manera frontal contra la religión, es más, muchos de sus líderes fueron religiosos.

[6] El cuestionamiento de lo femenino, influido por el posmodernismo, significó la relativización del término.

[7] Porque asume que los roles de hombres y mujeres no tienen base natural sino social con un fin claro de sometimiento de la mujer

[8] Por ejemplo, se llega a fomentar el lesbianismo como arma contra el patriarcado y se utiliza la menstruación como símbolo motivo de orgullo.

[9] Confróntese con Diccionario ideológico feminista de Victoria Sau en la entrada ‘Feminismo’.

[10] Como la planificación familiar y el aborto.

[11] Como la negación de diferencias biológicas que no sean las genitales.

[12] Como el complot voluntario o involuntario de todos los hombres contra las mujeres al que denominan ‘patriarcado’.

[13] Como la idea de que los hombres que viven en esta sociedad deben saldar una deuda histórica con las mujeres que también viven en esta sociedad. Esta idea no se aleja mucho de la del pecado original, a partir del cual todos los seres humanos somos culpables de los pecados de Adán y Eva.

[14] Extravagantes por decir lo menos. No son pocos los movimientos feministas que adoptan nombres como “Ovario furioso” o “Vagina poderosa” con el fin de empoderarse que después de tantos años de tolerancia resultan comunes, pero que traducidos a su versión masculina (“Escroto furioso” y “Pene poderoso”) desvelan su cariz patético.

[15] El tamiz que deben pasar es racional (coherencia entre sus ideas), científico (concordancia con lo que ha demostrado ser cierto en cuanto a biología, antropología, neurociencia, etc.) y ético (búsqueda de la justicia no solo para mujeres sino para toda la especie).

[16] El término ‘cosificación’ merece un artículo propio por lo absurdo que es en las bocas feministas de tercera ola.

[17] Planteada por Locke y asumida hasta hoy prácticamente sin modificación alguna.

[18] La Resolución 65/229 del año 2011 trata específicamente sobre el encarcelamiento de mujeres. En uno de sus párrafos más saltantes indica (subrayado mío): “[La ONU] Solicita […] elaborar o reforzar, según proceda, leyes, procedimientos, políticas y prácticas relativos a las reclusas y a las medidas sustitutivas del encarcelamiento en el caso de las mujeres delincuentes”.

Así también, el acápite 57 de las Reglas de Bangkok establece (subrayado y comentarios en cursiva míos):

“[…] Se deberán elaborar medidas opcionales y alternativas a la prisión preventiva y la condena, concebidas específicamente para las mujeres delincuentes, teniendo presente el historial de victimización de muchas de ellas [¿los hombres no son victimizados?] y sus responsabilidades de cuidado de otras personas [¿los hombres no tienen responsabilidades con otras personas?]”.

Y el acápite 13 del mismo documento anterior señala (subrayado y comentarios en cursiva míos): “Las mujeres son particularmente susceptibles a la depresión y a la angustia mental [¿existe angustia sin procesos mentales o angustia hepática, ocular o renal?] en ciertos momentos, por ejemplo al ingreso en la cárcel, debido a separación o pérdida, al recibir una noticia negativa de casa [¿nada de esto causa “angustia mental” a los hombres?], después del parto, luego de experimentar un acto de victimización o violencia, durante la menopausia [¿y la andropausia?], después de separarse de un hijo que estaba en prisión con ella y antes de la liberación. Por tanto, esta regla incentiva la atención y entrenamiento por parte del personal penitenciario [es decir, gastos para el Estado además de los privilegios] para reconocer los síntomas de angustia mental y para responder a estas necesidades de forma adecuada, respondiendo a las necesidades de las mujeres con comprensión y refiriéndolas al apoyo especializado, según sea necesario (por ejemplo, servicios de apoyo psico-social, incluyendo aquellos proporcionados por organizaciones especializadas de la sociedad civil, organizaciones no gubernamentales, etc.).

Cumplir estas normas implica aceptar que las mujeres sufren alteraciones mentales que las tornan pasibles de privilegios. Pero esto se vuelve más absurdo cuando se hace referencia a la acción de las hormonas (menopausia) ya que los hombres también tienen hormonas que también se alteran. Bajo este criterio absurdo, los violadores que hayan experimentado alteración en sus hormonas sexuales y los hombres que hayan asesinado bajo la acción del incremento de la adrenalina y la testosterona también deberían recibir un trato especial.

Incumplir estas normas amerita, mínimamente, sanción social por desafiar los dogmas feministas: la inicial lucha por la igualdad se ha convertido en lucha por privilegios y estos privilegios no se sustentan ni en la justicia ni en la ciencia.

[19] Un ejemplo escandaloso de este privilegio es que no se exige a los homeópatas que sus productos (mal llamados “medicamentos”) pasen las rigurosas pruebas a las que se somete a cualquier medicamento; es decir, la homeopatía (como otras pseudociencias) goza de privilegios que redundarán en un costo social elevado.

[20] Que en su mayoría son posmodernos, pero también existen aquellos que datas de siglos, como es el caso del cristianismo.

[21] EEUU y la OTAN entera han manejado sus políticas internas y externas en función de las encuestas, de la opinión pública, en suma, de los micropoderes —contra los que se levantan, pero finalmente utilizan las feministas— cuyas ideologías se han instaurado en el colectivo gracias a la tolerancia.

[22] Véase Muqaddimah de Ibn Jaldún (1377), historiador musulmán del siglo XIV y El Estado Islámico, desde Mahoma hasta nuestros días, de José Manuel Rodríguez Pardo o su conferencia del mismo nombre en http://bit.ly/2gxvDm7.

[23] Para una revisión amplia y rápida del tema, véase las siguientes conferencias: Los derechos humanos del Islam, de Joaquín Robles en http://bit.ly/2g81N67, Continuidad y cambio en el terrorismo global de Fernando Reinares en http://bit.ly/2g7Ypby y El islam y las minorías religiosas, de Serafín Fanjul en http://bit.ly/2eTpgZi.

[24] Para una revisión amplia y rápida del tema, véase las siguientes conferencias: La historia de la yihad de José Javier Esparza en http://bit.ly/2ftPXzR y Teatro de la yihad de Florentino Portero en http://bit.ly/2fcWXAl.

[25] Sin embargo, los privilegios en cuanto alimentación se ampliaron pues los musulmanes no admitían ser alimentados con cualquier comida, sino con la permitida por su religión; además, consideraron que dentro de sus necesidades básicas estaban la construcción y financiamiento de mezquitas.

[26] EEUU no está tan lejos de Europa, el atentado contra las Torres Gemelas fue la prueba de la inserción silenciosa y tolerada (por tanto privilegiada) del islamismo literal.

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