La destacada actriz Mariella Trejos ha muerto ayer domingo, a los 75 años, en una cama del hospital de Emergencias Casimiro Ulloa, tras abandonar el hospicio de San Juan de Miraflores que la recibió las últimas semanas luego de que saliera en la televisión pidiendo ayuda porque no tenía nada, ni a nadie. Hace un rato, buscando información, leí un tuit del MINCUL donde lamentaban su muerte, haciendo énfasis en que esta señora, de nacionalidad colombiana y que hizo una carrera de más de 50 años en las tablas, televisión y cine peruano, había sido reconocida por ellos como «Personalidad Meritoria de la Cultura» en 2015. Entonces me quedé pensando ¿qué puede significar un reconocimiento de ese tamaño cuando pasas tus últimos momentos de vida mirando al techo, esperando la caridad, quizá recordando tiempos mejores, y sólo encuentras el silencio?
No es la primera vez que esto sucede. Los últimos años hemos visto partir a personas dedicadas al arte, sumidas en el más absoluto abandono. Algunas veces se consiguió alguna ayuda económica de parte del Ministerio de Cultura para que tuvieran al menos una salida digna de este mundo. Otras veces sólo nos queda leer tuits ministeriales lamentando la muerte y apurando algún reconocimiento póstumo. Es una pena, para qué mentir, saber que la vida dedicada al arte tiene casi siempre un final que se sostiene peligrosamente entre el olvido y la miseria, en la imagen rescatada del archivo de los noticieros, en el repentino brillo del recuerdo. Porque uno recuerda a aquellos artistas en papeles que marcaron época, que nos robaron una sonrisa o una admiración profunda.
Con Trejos pasó eso. Las redacciones de hoy la recuerdan como la actriz de «Así es la vida», pero olvidan sus estupendos papeles teatrales, quizá por la juventud de quien redacta y el facilismo de lo inmediato en la información, quizá por flojera o, lo que es peor aunque más seguro: por ignorancia. De los artistas tenemos siempre la imagen que nos venden los papeles que interpretan, sus apariciones en la televisión o el cine, esa idea de «estrellas» que nos venden las páginas de farándula. Pero luego las luces se apagan y llega ese momento -porque siempre llega- donde la soledad es absoluta. Suena entonces la canción de Héctor Lavoe: «Y nadie pregunta / si sufro o si lloro / si llevo una pena / que hiere muy hondo…».
Nadie sabe lo de nadie, y a estas alturas de la vida, muertes como esta nos dejan un mal sabor pero también una advertencia y el recuerdo de que no todo lo que brilla es oro (o siquiera un brillo real y duradero).
Descanse en paz, Mariella, descanse en paz.