Considerado uno de los padres de la Nouvelle Vague, sus películas ya son consideradas de culto para los amantes del sétimo arte. Autor de más de un centenar de películas, muchas de ellas retratando el interior de la mente de los personajes de sus filmes, a la vez que era un crítico mismo de la sociedad, su legado ha quedado marcado en nuevas generaciones de cineastas que no hacen más que marcar nuevamente la huella que ha dejado ese gigante del cine.
Irónico, mordaz, provocador en las fronteras de lo insoportable, Jean-Luc Godard había «anticipado» su necrológica en unas pocas palabras: «¿Cuál es la ambición de mi vida? Llegar a ser inmortal y morirme». Sobre los «honores», vivos y póstumos, el creador había sentenciado: «¿Condecorado en el Elíseo? Vamos, anda. Yo no soy nadie de honorable».
A última hora de la mañana de ayer, su esposa, Anne Marie Miéville y sus productores, confirmaron la noticia con un breve comunicado: «El cineasta Jean-Luc Godard ha muerto, en paz, rodeado de los suyos. No habrá ceremonia oficial. Será incinerado». Horas más tarde, un «consejero» de la familia afirmó que su muerte fue un «suicidio asistido», legal en Suiza.
Como director, crítico e historiador, influyó de manera importante en la evolución de la historia del arte del siglo XX: introdujo nuevas técnicas de rodaje, creó nuevas formas de narrar, contribuyó a revisar el canon cinematográfico universal, hizo una revisión crítica de la historia del cine y la narrativa visual, estimando que el cine «pudo comenzar» con Manet, antes de descubrir a Goya en el Museo del Prado.
Como Chabrol, Truffaut y Rhomer, entre el resto de los maestros de la ‘Nouvelle Vague’, Godard comenzó su carrera como crítico en ‘Cahiers de Cinéma’, referencia canónica. Las críticas y estudios publicados en esa revista contribuyeron a consolidar el puesto del cine en la historia del gran arte del siglo XX, estableciendo criterios que contribuyeron a revisar los conceptos del relato y la narración visual. Alfred Hitchcock comenzó a sustituir a Sergueï Eisenstein como referencia fundacional. Los trabajos de Godard sobre el cine negro norteamericano, las críticas de Truffaut, Rhomer y Chabrol sobre Alfred Hitchcock, transformaron las referencias clásicas, tradicionales. Godard llegó a decir que Hitchcock era, con Pablo Picasso, el mayor creador de formas visuales del siglo XX.
Fue a partir de “À bout de souffle” (“Al final de la escapada” en español) en 1959, con Jean Seberg y Jean-Paul Belmondo como protagonistas, la película que le lanzó a la fama para convertirse en una de las obras fundadoras de este movimiento.
A partir de entonces alternó éxitos y fracasos de taquilla, aunque siempre fue muy respetado por los críticos y sus actores, y muy frecuente en las candidaturas a premios cinematográficos. Desde mediados de los 60 se adentró en un cine muy político y experimental.
Sus películas lanzaron al estrellato a Jean-Paul Belmondo, y su controvertida obra navideña “Je vous salue, Marie” (“Yo te saludo, María”) acaparó titulares cuando fue criticada por el papa Juan Pablo II en 1985.
Durante unos años también se centró en los documentales hasta que volvió al cine comercial con “Prénom, Carmen”, en 1983.
Entre los premios que recibió destacan un Oscar honorario, una Palma de Oro especial y dos César de honor franceses, galardones que rindieron homenaje a una carrera muy especial.
Godard trabajó con los mejores actores de la época, como Belmondo, Alain Delon, Eddie Constantine, Jean-Pierre Léaud o Anna Karina, su musa durante la primera mitad de los años 60 y con la que estuvo casado durante algunos años.