McCarthy fue miembro de una generación de escritores gigantes como Thomas Pynchon, Don DeLillo o Philip Roth, McCarthy destacó por el estilo conciso de sus obras, su apuesta por temáticas ambiciosas y, sobre todo, por la soledad que él como autor le brindaba a su imagen de escritor.
McCarthy exploró el lado oscuro de la naturaleza humana en una docena de novelas poéticas y conmovedoras, como “La carretera”, “No es país para viejos”, “El pasajero”, “Meridiano de sangre”, “Todos los bellos caballos” o “Stella Maris”, siendo las dos primeras de esta lista llevadas al cine con bastante éxito, un éxito que le hizo ganar millones de lectores en todo el mundo.
Gran candidato al Nobel, ha sido considerado por la crítica como el mejor novelista que ha dado su país desde William Faulkner, siendo su obra comparada incluso con la de Melville o Shakespeare o Hawthorne. Y no les falta razón.
¿Cómo una obra tan breve como “La carretera” puede dejarte sacudido por dentro durante semanas después de su lectura? Quizás porque McCarthy sabe cómo explorar en las oscuridades del alma, porque sabe dónde alumbrar con su prosa para mostrarnos las profundidades del abismo, porque con palabras puede lograr algo que sólo los grandes escritores consiguen: hacer reconocible al corazón de los lectores las propias emociones de sus personajes.
“…Todas las cosas bellas y armónicas que uno conserva en su corazón tienen una procedencia común en el dolor. Como el hecho de nacer en la aflicción y la ceniza. Bueno -le susurró al chico, que ya dormía-, yo te tengo a ti”.
Con la partida de McCarthy se va cerrando también el catálogo personal de los autores clásicos vivos, de aquellos que leeremos pronto como clásicos universales. Para quienes hemos disfrutado de sus novelas, queda una sensación extraña, que no es vacío ni tampoco tristeza, quizá es algo que podamos definir volviendo a leer cualquiera de sus novelas. Descanse en paz, maestro.
