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Facundo Cabral: «Yo vengo de todo el mundo»

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Una crónica de ELOY JÁUREGUI

Qué tipo increíble era el trovador argentino Facundo Cabral. Lo conocí de varias entrevistas en Lima y luego lo vi en Ciudad de México. Cuando fue asesinado en Guatemala en julio del 2011, estaba a punto de sufrir  una de sus peores decepciones: el proyecto a través del cual sería llevada su vida al cine, terminó convertido en el libreto judicial. Cabral nos dejó un puñado de canciones hermosas y tiernas que hoy son himnos de un hombre que desde su nacimiento experimentó las más grandes miserias del ser humano: la tragedia, el dolor, el odio y el rencor; sin embargo, se dejó transformar por la vida en un artista extraordinario, que terminó inspirando a millones de personas de todas las latitudes.

1.

Era bien temprano esa mañana y había pedido un whisky solo con hielo en el lobby del Hotel Sheraton porque la vez anterior se había demorado más de la cuenta. De pronto ya estaba ahí. Lucía igual, anteojos oscuros, camisa de jean gastada, una casada de cuero que alguna vez tuvo brillo, pantalón de lino y botas viejas. Un bastón lo hacía diferente al que vi tres años antes. “Jáuregui –me dijo–, y leyó lo que le dije”. Siempre me estaba recomendando libros extraños, como si fuese un profesor de la pampa argentina. Yo nunca los leí, me gustaba oírlo cantar.  Cabral estaba contento. Esa noche era su debut. Y dijo, tengo ganas de una Chicha morada. Le dijeron que luego y aceptó una manzanilla. Yo apuré otro trago.  Ahora se acercaba lo bueno, la conversa. Esta vez yo venía sin la televisión pero a él, las cámaras y luces, le llegaban altamente.

A los amigos, cuando mueren, uno les va construyendo una memoria repleta de olvidos y perdones. Pero tengo un retrato que sirve para querer a mis camaradas. La foto me la envío Tania Libertad. Ahí están retratados, Gabriel García Márquez, su esposa Mercedes, la propia Tania y Facundo Cabral. Es del 2010, un año antes que lo mataran. Todos sonríen. Esa felicidad es una eternidad ahora. De Cabral solo me queda hablar bien, no porque esté muerto. Porque está vivo, intensamente vivo. Aquella vez, cuando en el lobby del hotel apareció con su figura alta y barbada, recordé que hacía años, mientras conversamos, quedó en espera un tema por el que venía: hablar de la ternura. Es decir, ahora regresaba a conversar con él sobre la literatura, la amistad, el amor, la música y la vida, así de simple.

Chiflado hasta no más, fecundo sin par, Facundo era un sujeto que vivía en el arte y sólo para el arte –aquel fue su modus vivendi que luego explicaré–. Era raro este sujeto y los que lo conocíamos en sus aciertos y tribulaciones, tenían razón cuando decían que su canción era un baño necesario para el espíritu y escucharlo solamente, aunque le faltaba aseverar que hablaba tanto, pero tanto, de la solidaridad que aunque usted no lo crea, no aburría.

Con Gabriel García Márquez y Tania Libertad en Ciudad de México.

2.

Cabral (La Plata; 22 de mayo de 1937 – Guatemala; 9 de julio de 2011) era lo menos marketero que conocí y el loco más auténtico que vi. Cuando lo entrevisté para la televisión la vez anterior, lo sabía de a oídas y retratos. Yo  apenas tenía un casete y un recorte de un reportaje en Clarín. Esa vez, el director de Panorama me dijo: ¿Qué te parece una entrevista a Cabral? No lo pensé dos veces, al toque ya estaba en el Sheraton frente a él con cámaras, luces y micrófonos hablando de lo más bien de Borges y Atahualpa Yupanqui y Evita y Boca Juniors, de los ángeles y de los demonios, de los dictadores y también de los demócratas, de Hitler y la Madre Teresa de Calcuta.

Cabral era un rara avis en su tiempo, un ser que viajaba por el mundo derramando lucidez y humor y poesía. Era argentino pero no era argentino porque era sencillo. Era contestatario en política y reaccionario en amores. Caminaba con un jean en el alma y otro jean en la piel. No cargaba valija y caminaba de aquí por allá con su proverbial sonrisa como pasaporte y era único porque en vez de dinero pagaba con canciones. Además, los de derecha lo consideran de izquierda y los zurdos lo tildan de derechista. Otra cosa: no paraba de hablar de la solidaridad e increíblemente no aburría y así, todos los días.

Mientras la inestabilidad financiera amenaza al mundo y las bolsas se desploman como un dominó, mientras grandes regiones en otro tiempo poderosas o envidiadas se debaten para detener su caída, mientras Afganistán e Irak se convertían cada vez más en territorios oscuros de sangre y África era presa de nuevas guerras civiles, mientras hay quienes afirmaban que Estados Unidos padece de un exceso de democracia y sus administraciones confiesa públicamente sobre asuntos privados y se regodea en su prosperidad económica amoral, mientras éramos víctimas de los coletazos de los grandes imperios financieros y los economistas y los historiadores de lo inmediato actuaban con sadismo, Facundo Cabral imponía una tónica de vacuna para las víctimas de la globalización, un antídoto contra el olvido y un cataplasma en pro de la pequeña gran felicidad.

Y era extraño esos días encontrar un tipo así. Que tenga como único repertorio la inteligencia. Y mucho más raro saber que ese señor era un vicioso militante de la admiración por la admiración, aquella cualidad que profesan ciertos terrícolas de vivir agradecidos hasta sólo por el hecho de respirar, y respirar junto a otros, a su familia, a sus amigos y a sus enemigos. Y ahí estaba él, denunciando regímenes siniestros donde un método autoritario seguía siendo utilizado sistemáticamente para quebrantar a los individuos, para someterlos por completo a la arbitrariedad del poder. Para ello vivía Facundo, para devolverle el valor al canto como alimento, a la música como religión.

Cabral y Alberto Cortez.

3.

Y en ese propósito involucraba a la tradición literaria más pura, la que fundara Cervantes o Whitman, la que robustecieron Vallejo y Paz, la que le colocaron armonía Atahualpa Yupanqui y Pablo Milanés y Mercedes Sosa. Entonces llegaba al Perú con esa cancamusa que hay que formar el ejército de liberación poética o inventar las brigadas musicales contra la depresión. Y no pudo ser más preciso esa vez, que habló de cruzada para defender nuestro mercado de consumo y nuestra industria nacional, y nos inflamó para no dejarnos vencer por los pesimistas y los brujos de la bolsa. Esa noche cuando se presentó en la Universidad de Lima, Facundo Cabral con un concierto contra la distracción y la pereza; eso, se hizo eterno.

Hoy está su canto como cañonazos para despertar el alma dormida y el espíritu amodorrado. Es entonces, una buena oportunidad para ser sus cómplices en este coro y cantar a los gritos como él nos decía: “En la tranquilidad hay salud, como plenitud, dentro de uno. Perdónate, acéptate, reconócete y ámate. Recuerda que tienes que vivir contigo mismo por la eternidad. Cierto, señores: Facundo Cabral, vive de instante en instante, porque eso es la vida.

Cabral, contaba, que hasta los 9 años no decía ni media palabra. Mudo de solemnidad todo lo oía y lo grababa. Cabral decía que recién aprendió a escribir a los 14 años pero que sabía leer antes de haber nacido. Que se había quedado viudo cuando  tuvo 40 de una mujer que había muerto un lustro antes y que por eso fue a parar al siquiatra y que al fin conoció a su padre antes de los 50 y que parecía su hermano menor. Y entonces contaba de la alegría inmensa que sentía cada vez que subía al escenario. Y me confeso, ya con las cámaras apagas que andaba jodido, que padecía un cáncer en la vejiga y las vías urinarias. Y esa vez hablo de su muerte, que no se imaginaba pasando sus últimos días en un hospital, agónico. El no le tenía miedo a la muerte, pero sí a la decrepitud. Cierto y no tuvo un final infeliz. Murió como un personaje elegido, como él se hubiese imaginado en una película de Clint Eastwood a quien admiraba. Cabral fue nombrado Mensajero Mundial de la Paz por la Unesco en 1996. Pero fue más que eso, ya que él mismo se nombraba “Violentamente pacifista.”.

Un 9 de julio como hoy a Cabral le metieron un balazo en la cabeza en el auto de un empresario en la Ciudad de Guatemala. Un día como hoy nació Mercedes Sosa. “La Negra” y Cabral ahora están juntos en el más allá, supongo cantando. Curioso. A Cabral lo mataron en un bulevar llamado Liberación. Hoy, liberado está con sus cantos como cañonazos para despertar el alma dormida y el espíritu amodorrado. Es entonces, una buena oportunidad para ser sus cómplices en este coro y cantar a los gritos como él nos decía: “En la tranquilidad hay salud, como plenitud, dentro de uno. Perdónate, acéptate, reconócete y ámate. Recuerda que tienes que vivir contigo mismo por la eternidad¨. Cierto, señores: Facundo Cabral, aun muerto, vive de instante en instante, porque eso es la vida, siempre para vivirla. Siempre para recordarla.

CODA

EL AMOR Y EL HUMOR DE CABRAL

Me marché del pueblo dejando una novia. Muchos años después, al volver, me encontré una cuñada. Me quedé mirándola y, al ver lo que había hecho el tiempo con ella, me acerqué a mi hermano y le dije: ¡Gracias¡.

En aquella ocasión,  mi hermano, acudió borracho a una fiesta del pueblo y sacó a bailar a una gorda vestida de negro, la que le dijo: No quiero bailar con usted por tres razones, porque usted está borracho, porque no sé bailar y porque soy ¡¡el obispo¡¡.

Me sorprendí cuando los periodistas corrieron a la casa de la madre de García Márquez, tras haber ganado éste el Nóbel. Todos estaban deseosos de conocer la opinión de la madre de Gabo, a lo que la señora les contestó:

Yo no se nada de literatura, yo sólo sé que el Gabo tiene mucha memoria porque todo eso que escribió se lo contaron. Esto me recuerda al inefable Juan Rulfo, cuando las gentes le pedían, casi le reclamaban del porque no escribía, a lo que él respondió: No escribo porque la gente que me contaba las cosas, se murió.

Me gusta volver a Roma, principalmente al Trastébere. Una tarde de otoño me encontré, en el Campo di Fiori con un señor al que todos quisimos mucho. Le estaba echando migas a las palomas. En aquella época el maestro tenía 88 años. Estaba allí, con su mujer. No me pude resistir; me acerqué y le dije: ¡Es usted el maestro¡ A lo que él me contestó. Yo soy el que tú quieras, pero recuerda que el maestro es el que te puso a ti delante de mí, y a mí delante de ti, yo sólo soy Arthur Rubistéin.

Me gusta volver a México, allí, en San Cristóbal de las Casas acudí al templo donde oran los Chamulas y me quedé perplejo. Cambiaron las ofrendas. Ahora le llevan al templo huevos de gallina y Pepsi-Cola. ¡Como si Dios no supiera que no hay nada como la Coca-Cola¡.

Un día me dijo Alberto Cortez: Facundo: vos sabés porque los argentinos hasta los cuarenta años somos engreídos, petulantes, soberbios. ¿Sabes por qué?. ¡Porque a partir de los cuarenta somos perfectos¡”. Y yo le dije: ¡Gracias, Alberto¡

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